San Martín y la batalla de Waterloo
Este año vivimos el bicentenario de la llegada del general José de San Martín a la ciudad de Bruselas, entonces Reino de los Países Bajos, donde residirá durante seis años. El Padre de la Patria, proveniente de Londres, había elegido esta ciudad porque era muy económica y cosmopolita. El rey Guillermo I de los Países Bajos le otorgó la visa y, además, poco meses después, para homenajear al “hombre ilustre que vivía en ese Reino” ordenó acuñar diez medallas de cobre y oro con el retrato de San Martin de perfil izquierdo. Esta medalla será luego también reproducida por la logia belga “La parfaite amitié”, la perfecta amistad. Había llegado a Bruselas acompañado de su hermano Justo Rufino, con quien tenia buena relación, y su fiel criado Eusebio Soto, mientras Merceditas permanecía en Londres para terminar el ciclo lectivo 1824/1825 en el Colegio Hampestead, bajo la tutela de la señora Heywood, cuyo marido había conocido al General en el Río de la Plata. San Martin se sentía muy a gusto en Bruselas, así lo expresaba en su correspondencia. Allí, en la paz tan ansiada escribirá, ese año 1825, las Máximas para Mercedes, que no solo estaban dedicadas a ella, sino a quien tuviera la responsabilidad de educarla. Las “Máximas Bicentenarias” son un código de educación, ética y estilo de vida que enmarcan fuertes principios y valores a seguir. En esa nueva etapa de su vida, aún joven (había cumplido 47 años) y con bastante buena salud, se permitió volver a la equitación, actividad que le daba mucho placer. Cabalgaba por los hermosos bosques antiguos que rodean a la ciudad de Bruselas. Lo hacia la mayoría de las veces acompañado de Justo Rufino. Cerca de la casa que rentaba sobre la calle de la Fiancée 1422 había una caballeriza donde se alquilaban diligencias y caballos. San Martín eligió un hermoso zaino de buena alzada y pidió que le respetaran el mismo caballo cada vez que montara. Es así que, por curiosidad e inquietud propia de un soldado, llegaba montado al campo de batalla de Waterloo tomando diferentes sendas y caminos que atravesaban los bosques de la Cambre, pasando luego por el de Soignies, hasta desembocar en la ciudad de Waterloo, nombre que toma la Batalla, porque desde allí escribe su parte de guerra el duque de Wellington. El campo del combate está a unos pocos kilómetros de esta ciudad. Todo era muy reciente, el 18 de junio de 1825 se cumplirían apenas 10 años de esa batalla, la más importante del siglo XIX. Allí se enfrentaron 74.500 franceses al mando de Napoleón contra una coalición de 127.000 hombres al mando del duque de Wellington (Reino de Inglaterra, Reino de Países Bajos, Reino de Hanover y Reino de Prusia). A pesar de la diferencia numérica Napoleón pudo haber ganado la batalla. En el enfrentamiento se producen 45.000 bajas de la cuales 30.000 aproximadamente ocurrieron en el campo de combate.El General estudió en detalle los acometimientos, se hizo un verdadero experto. Cuando llegaban visitas y el tiempo lo permitía, les gustaba invitarlos a cabalgar a Waterloo. Así lo escribe en su diario de viaje Juan Martín Barra, en una visita al Libertador: “Cabalgaba el General San Martín con gallardía y es un consumado jinete […] El cicerone no nos fue necesario, porque San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Napoleón y enseguida el cambio completo del plan, por la aparición de Blecher. Criticó el General los movimientos como solo él sabe hacerlo. Era hermoso oír a San Martín explicándole sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del gran expatriado”.El Libertador pasó años muy felices en la ciudad de Bruselas, que lo acogió con respeto y admiración. La ciudad tenía los adelantos de la época y una historia milenaria que San Martín no dejó de profundizar. Waterloo era una atracción especial para el General y la visita incluía pasar por la ciudad del mismo nombre, de ida o de vuelta, con opción de incluir un almuerzo frugal o solo una cerveza reparadora. El paseo duraba varias horas y era una de sus actividades preferidas, compartida con sus visitas, que incluían, además, caminatas a la Gran Place, hermosa plaza donde regularmente almorzaba en la sociedad de comercio.A pesar de que mencionaba en alguna correspondencia que las pensiones le llegaban atrasadas, pudo vivir austeramente, como vive un soldado, en esa bella ciudad, mientras Merceditas completaba sus estudios. Fue una etapa de su retiro que sin duda disfrutó. Solía afirmar: “Uno debe saber vivir con el dinero que tiene” toda una filosofía de vida basada en la prudencia, la responsabilidad y el equilibrio.General (R)

Este año vivimos el bicentenario de la llegada del general José de San Martín a la ciudad de Bruselas, entonces Reino de los Países Bajos, donde residirá durante seis años. El Padre de la Patria, proveniente de Londres, había elegido esta ciudad porque era muy económica y cosmopolita. El rey Guillermo I de los Países Bajos le otorgó la visa y, además, poco meses después, para homenajear al “hombre ilustre que vivía en ese Reino” ordenó acuñar diez medallas de cobre y oro con el retrato de San Martin de perfil izquierdo. Esta medalla será luego también reproducida por la logia belga “La parfaite amitié”, la perfecta amistad.
Había llegado a Bruselas acompañado de su hermano Justo Rufino, con quien tenia buena relación, y su fiel criado Eusebio Soto, mientras Merceditas permanecía en Londres para terminar el ciclo lectivo 1824/1825 en el Colegio Hampestead, bajo la tutela de la señora Heywood, cuyo marido había conocido al General en el Río de la Plata.
San Martin se sentía muy a gusto en Bruselas, así lo expresaba en su correspondencia. Allí, en la paz tan ansiada escribirá, ese año 1825, las Máximas para Mercedes, que no solo estaban dedicadas a ella, sino a quien tuviera la responsabilidad de educarla. Las “Máximas Bicentenarias” son un código de educación, ética y estilo de vida que enmarcan fuertes principios y valores a seguir.
En esa nueva etapa de su vida, aún joven (había cumplido 47 años) y con bastante buena salud, se permitió volver a la equitación, actividad que le daba mucho placer. Cabalgaba por los hermosos bosques antiguos que rodean a la ciudad de Bruselas. Lo hacia la mayoría de las veces acompañado de Justo Rufino. Cerca de la casa que rentaba sobre la calle de la Fiancée 1422 había una caballeriza donde se alquilaban diligencias y caballos. San Martín eligió un hermoso zaino de buena alzada y pidió que le respetaran el mismo caballo cada vez que montara.
Es así que, por curiosidad e inquietud propia de un soldado, llegaba montado al campo de batalla de Waterloo tomando diferentes sendas y caminos que atravesaban los bosques de la Cambre, pasando luego por el de Soignies, hasta desembocar en la ciudad de Waterloo, nombre que toma la Batalla, porque desde allí escribe su parte de guerra el duque de Wellington. El campo del combate está a unos pocos kilómetros de esta ciudad.
Todo era muy reciente, el 18 de junio de 1825 se cumplirían apenas 10 años de esa batalla, la más importante del siglo XIX. Allí se enfrentaron 74.500 franceses al mando de Napoleón contra una coalición de 127.000 hombres al mando del duque de Wellington (Reino de Inglaterra, Reino de Países Bajos, Reino de Hanover y Reino de Prusia). A pesar de la diferencia numérica Napoleón pudo haber ganado la batalla. En el enfrentamiento se producen 45.000 bajas de la cuales 30.000 aproximadamente ocurrieron en el campo de combate.
El General estudió en detalle los acometimientos, se hizo un verdadero experto. Cuando llegaban visitas y el tiempo lo permitía, les gustaba invitarlos a cabalgar a Waterloo. Así lo escribe en su diario de viaje Juan Martín Barra, en una visita al Libertador: “Cabalgaba el General San Martín con gallardía y es un consumado jinete […] El cicerone no nos fue necesario, porque San Martín nos explicó la batalla de un modo tan claro y preciso y al mismo tiempo pintoresco, que parecía que hubiera estudiado mucho las campañas de Napoleón en el terreno mismo. Nos dimos cuenta perfecta del primer ataque y victoria de Napoleón y enseguida el cambio completo del plan, por la aparición de Blecher. Criticó el General los movimientos como solo él sabe hacerlo. Era hermoso oír a San Martín explicándole sobre el terreno a Napoleón. Regresamos al galope en una hermosa tarde de verano, con San Martín erguido y silencioso a la cabeza. Parecía que el recuerdo de sus victorias embargaba por completo la mente del gran expatriado”.
El Libertador pasó años muy felices en la ciudad de Bruselas, que lo acogió con respeto y admiración. La ciudad tenía los adelantos de la época y una historia milenaria que San Martín no dejó de profundizar.
Waterloo era una atracción especial para el General y la visita incluía pasar por la ciudad del mismo nombre, de ida o de vuelta, con opción de incluir un almuerzo frugal o solo una cerveza reparadora. El paseo duraba varias horas y era una de sus actividades preferidas, compartida con sus visitas, que incluían, además, caminatas a la Gran Place, hermosa plaza donde regularmente almorzaba en la sociedad de comercio.
A pesar de que mencionaba en alguna correspondencia que las pensiones le llegaban atrasadas, pudo vivir austeramente, como vive un soldado, en esa bella ciudad, mientras Merceditas completaba sus estudios. Fue una etapa de su retiro que sin duda disfrutó. Solía afirmar: “Uno debe saber vivir con el dinero que tiene” toda una filosofía de vida basada en la prudencia, la responsabilidad y el equilibrio.
General (R)