¡Que solo son whatsapps!

El problema de los whatsapps no es solo que sean privados: es que no deberían ser homologables como expresión del pensamiento de sus autores. Solo son whatsapps, un escalón por debajo de una conversación de bar, con la diferencia de que los whatsapps no necesitan alcohol, son ebrios por naturaleza: nadie wasapea en pleno uso de sus facultades “No comentamos conversaciones privadas”, dijo el director del periódico cuando recibió la filtración. “No comentamos conversaciones privadas”, dijo el periodista cuando le encargaron redactar la noticia. “No comentamos conversaciones privadas”, dijo el lector cuando se encontró la noticia, dijo el tertuliano, dijo el columnista, dijo el líder de la oposición, dijo el juez, dijo el miembro de la UCO. “No comentamos conversaciones privadas”, dijeron todos, dijimos todos. No, ninguno de los anteriores lo ha dicho a cuenta de los whatsapps del presidente Sánchez que un periódico está publicando. Solo lo han dicho miembros del Gobierno (incluida la ministra aludida en los mensajes) y diputados de la coalición, tanto del PSOE como de Sumar, y algunos periodistas afines: “no comentamos conversaciones privadas”. Por supuesto, los papeles se habrían invertido si los mensajes filtrados no fuesen de Sánchez sino de Feijóo o de Ayuso, porque ese doble juego lo jugamos todos, yo el primero. Lo de los whatsapps es una batalla perdida, una de muchas. Igual que hace tiempo que perdimos la batalla de que WhatsApp fuese solo para conversaciones personales y no laborales, también la de considerar los whatsapps como algo privado, irrelevante y sin interés informativo es una batalla perdida y más que perdida. En su día deberíamos haber hecho un pacto público de ignorar cualquier whatsapp filtrado, igual que deberíamos haber pactado no tener en cuenta los tuits antiguos que escribieron personajes públicos cuando eran ciudadanos anónimos. Pero ya es tarde. El problema de los whatsapps no es que sean privados, que también: es que no deberían ser homologables como expresión del pensamiento de sus autores. Solo son whatsapps, un escalón por debajo de una conversación de bar después de varias copas. Con la diferencia de que los whatsapps no necesitan alcohol, son ebrios por naturaleza: nadie wasapea en pleno uso de sus facultades, la propia aplicación de mensajes nos emborracha con su inmediatez y facilidad, su adicción dopamínica que favorece y estimula una verborrea compulsiva, despreocupada y fuera de tono, nos gustamos y nos dejamos ir, nos desdoblamos en una segunda personalidad sin filtros, hablamos de más, decimos lo que nunca diríamos a la cara, y nos sentimos impunes porque entendemos que la otra parte, y cualquier otro lector inesperado, se tomará nuestros mensajes como lo que son: ¡solo whatsapps! Es lo que dice cualquiera cuando le pillan mensajes inapropiados, lo mismo el amigo que mete la pata y envía sin querer a quien no debía, que el marido infiel, el empleado que habla mal de la empresa o el político que sufre filtraciones: ¡solo son whatsapps! ¡Nadie debería tomárselos en serio! Pero el amigo acaba pidiendo perdón, el marido durmiendo en el sofá, el empleado despedido y el político acusado, todos víctimas de la ira de quienes no seríamos capaces de enseñar nuestros propios mensajes. Incluidos jueces que se toman tan en serio los whatsapps que los consideran indicios delictivos, los rastrean en dispositivos incautados y los reclaman a la compañía si fueron borrados. ¡Que solo son whatsapps, señoría! ¿Y qué opino yo sobre los whatsapps de Pedro Sánchez en los que muestra su cercanía con Ábalos (oh, sorpresa) y pone a parir a barones, a socios de gobierno pasados y seguramente en próximas entregas a socios de gobierno actuales, y hasta a su mujer a la que tanto quiere? Pues ya lo dije: no comentamos conversaciones privadas. Circulen.

May 14, 2025 - 08:28
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¡Que solo son whatsapps!

¡Que solo son whatsapps!

El problema de los whatsapps no es solo que sean privados: es que no deberían ser homologables como expresión del pensamiento de sus autores. Solo son whatsapps, un escalón por debajo de una conversación de bar, con la diferencia de que los whatsapps no necesitan alcohol, son ebrios por naturaleza: nadie wasapea en pleno uso de sus facultades

“No comentamos conversaciones privadas”, dijo el director del periódico cuando recibió la filtración. “No comentamos conversaciones privadas”, dijo el periodista cuando le encargaron redactar la noticia. “No comentamos conversaciones privadas”, dijo el lector cuando se encontró la noticia, dijo el tertuliano, dijo el columnista, dijo el líder de la oposición, dijo el juez, dijo el miembro de la UCO. “No comentamos conversaciones privadas”, dijeron todos, dijimos todos.

No, ninguno de los anteriores lo ha dicho a cuenta de los whatsapps del presidente Sánchez que un periódico está publicando. Solo lo han dicho miembros del Gobierno (incluida la ministra aludida en los mensajes) y diputados de la coalición, tanto del PSOE como de Sumar, y algunos periodistas afines: “no comentamos conversaciones privadas”. Por supuesto, los papeles se habrían invertido si los mensajes filtrados no fuesen de Sánchez sino de Feijóo o de Ayuso, porque ese doble juego lo jugamos todos, yo el primero.

Lo de los whatsapps es una batalla perdida, una de muchas. Igual que hace tiempo que perdimos la batalla de que WhatsApp fuese solo para conversaciones personales y no laborales, también la de considerar los whatsapps como algo privado, irrelevante y sin interés informativo es una batalla perdida y más que perdida. En su día deberíamos haber hecho un pacto público de ignorar cualquier whatsapp filtrado, igual que deberíamos haber pactado no tener en cuenta los tuits antiguos que escribieron personajes públicos cuando eran ciudadanos anónimos. Pero ya es tarde.

El problema de los whatsapps no es que sean privados, que también: es que no deberían ser homologables como expresión del pensamiento de sus autores. Solo son whatsapps, un escalón por debajo de una conversación de bar después de varias copas. Con la diferencia de que los whatsapps no necesitan alcohol, son ebrios por naturaleza: nadie wasapea en pleno uso de sus facultades, la propia aplicación de mensajes nos emborracha con su inmediatez y facilidad, su adicción dopamínica que favorece y estimula una verborrea compulsiva, despreocupada y fuera de tono, nos gustamos y nos dejamos ir, nos desdoblamos en una segunda personalidad sin filtros, hablamos de más, decimos lo que nunca diríamos a la cara, y nos sentimos impunes porque entendemos que la otra parte, y cualquier otro lector inesperado, se tomará nuestros mensajes como lo que son: ¡solo whatsapps!

Es lo que dice cualquiera cuando le pillan mensajes inapropiados, lo mismo el amigo que mete la pata y envía sin querer a quien no debía, que el marido infiel, el empleado que habla mal de la empresa o el político que sufre filtraciones: ¡solo son whatsapps! ¡Nadie debería tomárselos en serio! Pero el amigo acaba pidiendo perdón, el marido durmiendo en el sofá, el empleado despedido y el político acusado, todos víctimas de la ira de quienes no seríamos capaces de enseñar nuestros propios mensajes. Incluidos jueces que se toman tan en serio los whatsapps que los consideran indicios delictivos, los rastrean en dispositivos incautados y los reclaman a la compañía si fueron borrados. ¡Que solo son whatsapps, señoría!

¿Y qué opino yo sobre los whatsapps de Pedro Sánchez en los que muestra su cercanía con Ábalos (oh, sorpresa) y pone a parir a barones, a socios de gobierno pasados y seguramente en próximas entregas a socios de gobierno actuales, y hasta a su mujer a la que tanto quiere? Pues ya lo dije: no comentamos conversaciones privadas. Circulen.

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