No lo entenderíais

Rondaba un viento fuerte las esquinas del ecuador de la semana. Se despojaba el día de las sábanas horas después de que los noctámbulos les pusieran el candado a sus persianas. Los más veteranos recogían el testigo de una juventud que sobrecargaba la atmósfera de sus leoneras con restos de humo, licor y perfume en descomposición. El cóctel bastardo de la primavera, que también emana desechos antes de volver a nacer cada jornada con la ducha de rayos amarillos que le regala el astro que la camela. Mientras el mundo miraba a Roma y los 133 cardenales se despedían de sus allegados antes de encerrarse en busca de la inspiración divina para encontrar un nuevo papa, en la galaxia independiente de Los Remedios volvía a revoletear la paloma blanca y furtiva del gozo, la que preña de singularidad los rincones de la gracia. Sevilla se miraba a sí misma, concentrada en ese pulmón luminoso que da oxígeno al callejero celestial y efímero por el que juega al pillapilla el jolgorio. Aguardaban unos padres en un portal de República Argentina a que bajara su hijo de casa para ir a comer a la Feria. Resoplaban por el calor mientras se recolocaban la ropa. Ella le erguía a él la corbata al tiempo que él le desenredaba los hilillos traviesos del mantón. Cuando se abrió la puerta y salió el chaval con cara de deberle dinero a alguien, el progenitor, desesperado, soltó: «Ché, ché, ché, ¿a dónde vas, fenómeno? ¿Tú te crees que puedes llevar así los zapatos?». Señalaba unos mocasines que tenían algo de negro en el amarillo que desvelaba una noche arrastrada. Estas son lecciones que se adquieren cuando se madura donde vestirse por los pies, más que una frase recurrente, es una forma de andar por la vida. «Venga para arriba, sin rechistar, tu madre y yo te esperamos en la caseta». En el laberinto de la alegría, se establecía la rutina de la guasa, se empezaba a consolidar ese déjà vu confortable que almacena caras y cuerpos idénticos que vivieron con nosotros un ayer del que nos separan apenas un puñado de horas. El clima volvía a parecer estar pintado. A ratos un sol que escocía y que llamaba al rebujo, a ratos una brisa clarita que se celebraba con un brindis de admiración hacia lo perfecto , hacia la suerte o hacia lo que fuera. Son los días de brindar hasta por existir, de chocar los cristales, que es como abrazar sin tocarse, que es como hacerle carantoñas a la fortuna. Hay quien se sorprendió de cómo funcionó el tráfico el día del apagón sin semáforos. Debe ser porque no conocen cómo se autogestiona la circulación en el real. Como ocurrió el martes, que acabó desbordándose de gente la Feria por la noche, la afluencia iba subiendo conforme pasaban las horas. Era complejo caminar, pero lo que nos rodeaba era un bullicio pleno, un tumulto armonioso de personas agolpadas en un albero radiante, que pedía marco. Se descolgó Antonio Muñoz con la declaración política del día lanzándole un mensaje certero a su parroquia. Si vuelve a la alcaldía, asegura que recuperará el modelo de sábado a sábado. Sin referéndum ni leches, a pelo. Es cierto que hay quien creía que con la vuelta al formato del Lunes de Pescaíto nos ahorraríamos tener que aguantar algunas tontás de esa caterva de influencers aprovechados que ven en nuestra fiesta un nicho en el que colocar sus pamplinas. Pero ni por esas. Por lo visto, hay más de una y más de uno que ha vuelto a venir con su gigante altavoz a hacer por aquí el payaso, con unas formas irrespetuosas y unos aires de protagonismo que han cabreado a algunos paisanos. Vamos a ver, garrapatillas del hashtag, sanguijuelas del algoritmo , víboras del engagement, tenéis que entender que es imposible que en vuestro universo de instantaneidad, de gatillo rápido y facilón, quepa la trascendencia de los que luchamos por capturar lo que se evapora. No, mi vida, la protagonista no eres tú. Es más bien Saúl y el entusiasmo que desparramaba desde su carro señalando a los caballos. Y su padre, que almorzaba su mirada. Son esos dos señores barbudos y tatuados que, con las bicis arrumbadas en uno de los árboles de la puerta de la Pecera, charlaban de la vida. Es esa abuela que se fotografía con las dos nietas que le sostenían los brazos. Son esos que cuando caía la noche por Bienvenida iban cantando las sevillanas que salían de cada caseta, y, cuando avanzaban, se acoplaban a las de la siguiente. Y sí, ellos son los protagonistas porque no buscan serlo, porque vienen a gastar lo que tienen y no a cobrar por lo que no son, porque componen con su disfrute llano y sin pretensiones este monumento al placer al que le sobran vuestras pataletas caprichosas y vuestras polemiquillas de quinceañeras. Sevilla no necesita estar de moda, y menos que vosotras la pongáis. Dejad el móvil, mirad los ojos de aquel señor que toca las plasma como si se le fuera el tiempo por los dedos. Lo siento, no lo entenderíais.

May 7, 2025 - 23:57
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No lo entenderíais
Rondaba un viento fuerte las esquinas del ecuador de la semana. Se despojaba el día de las sábanas horas después de que los noctámbulos les pusieran el candado a sus persianas. Los más veteranos recogían el testigo de una juventud que sobrecargaba la atmósfera de sus leoneras con restos de humo, licor y perfume en descomposición. El cóctel bastardo de la primavera, que también emana desechos antes de volver a nacer cada jornada con la ducha de rayos amarillos que le regala el astro que la camela. Mientras el mundo miraba a Roma y los 133 cardenales se despedían de sus allegados antes de encerrarse en busca de la inspiración divina para encontrar un nuevo papa, en la galaxia independiente de Los Remedios volvía a revoletear la paloma blanca y furtiva del gozo, la que preña de singularidad los rincones de la gracia. Sevilla se miraba a sí misma, concentrada en ese pulmón luminoso que da oxígeno al callejero celestial y efímero por el que juega al pillapilla el jolgorio. Aguardaban unos padres en un portal de República Argentina a que bajara su hijo de casa para ir a comer a la Feria. Resoplaban por el calor mientras se recolocaban la ropa. Ella le erguía a él la corbata al tiempo que él le desenredaba los hilillos traviesos del mantón. Cuando se abrió la puerta y salió el chaval con cara de deberle dinero a alguien, el progenitor, desesperado, soltó: «Ché, ché, ché, ¿a dónde vas, fenómeno? ¿Tú te crees que puedes llevar así los zapatos?». Señalaba unos mocasines que tenían algo de negro en el amarillo que desvelaba una noche arrastrada. Estas son lecciones que se adquieren cuando se madura donde vestirse por los pies, más que una frase recurrente, es una forma de andar por la vida. «Venga para arriba, sin rechistar, tu madre y yo te esperamos en la caseta». En el laberinto de la alegría, se establecía la rutina de la guasa, se empezaba a consolidar ese déjà vu confortable que almacena caras y cuerpos idénticos que vivieron con nosotros un ayer del que nos separan apenas un puñado de horas. El clima volvía a parecer estar pintado. A ratos un sol que escocía y que llamaba al rebujo, a ratos una brisa clarita que se celebraba con un brindis de admiración hacia lo perfecto , hacia la suerte o hacia lo que fuera. Son los días de brindar hasta por existir, de chocar los cristales, que es como abrazar sin tocarse, que es como hacerle carantoñas a la fortuna. Hay quien se sorprendió de cómo funcionó el tráfico el día del apagón sin semáforos. Debe ser porque no conocen cómo se autogestiona la circulación en el real. Como ocurrió el martes, que acabó desbordándose de gente la Feria por la noche, la afluencia iba subiendo conforme pasaban las horas. Era complejo caminar, pero lo que nos rodeaba era un bullicio pleno, un tumulto armonioso de personas agolpadas en un albero radiante, que pedía marco. Se descolgó Antonio Muñoz con la declaración política del día lanzándole un mensaje certero a su parroquia. Si vuelve a la alcaldía, asegura que recuperará el modelo de sábado a sábado. Sin referéndum ni leches, a pelo. Es cierto que hay quien creía que con la vuelta al formato del Lunes de Pescaíto nos ahorraríamos tener que aguantar algunas tontás de esa caterva de influencers aprovechados que ven en nuestra fiesta un nicho en el que colocar sus pamplinas. Pero ni por esas. Por lo visto, hay más de una y más de uno que ha vuelto a venir con su gigante altavoz a hacer por aquí el payaso, con unas formas irrespetuosas y unos aires de protagonismo que han cabreado a algunos paisanos. Vamos a ver, garrapatillas del hashtag, sanguijuelas del algoritmo , víboras del engagement, tenéis que entender que es imposible que en vuestro universo de instantaneidad, de gatillo rápido y facilón, quepa la trascendencia de los que luchamos por capturar lo que se evapora. No, mi vida, la protagonista no eres tú. Es más bien Saúl y el entusiasmo que desparramaba desde su carro señalando a los caballos. Y su padre, que almorzaba su mirada. Son esos dos señores barbudos y tatuados que, con las bicis arrumbadas en uno de los árboles de la puerta de la Pecera, charlaban de la vida. Es esa abuela que se fotografía con las dos nietas que le sostenían los brazos. Son esos que cuando caía la noche por Bienvenida iban cantando las sevillanas que salían de cada caseta, y, cuando avanzaban, se acoplaban a las de la siguiente. Y sí, ellos son los protagonistas porque no buscan serlo, porque vienen a gastar lo que tienen y no a cobrar por lo que no son, porque componen con su disfrute llano y sin pretensiones este monumento al placer al que le sobran vuestras pataletas caprichosas y vuestras polemiquillas de quinceañeras. Sevilla no necesita estar de moda, y menos que vosotras la pongáis. Dejad el móvil, mirad los ojos de aquel señor que toca las plasma como si se le fuera el tiempo por los dedos. Lo siento, no lo entenderíais.