Milei, el nuevo fetiche del Estado ausente y la batalla del carry trade

La racionalidad económica de la Argentina se pone a prueba; las elecciones de octubre serán el primer test para chequear el grado de resistencia de la opinión pública a los sinsabores del corto plazo

Abr 29, 2025 - 01:02
 0
Milei, el nuevo fetiche del Estado ausente y la batalla del carry trade

Del abrazo con Jesús Huerta de Soto a las lágrimas por el papa Francisco: lejos de ver contradicciones entre esos dos extremos, con el avance su gestión, Javier Milei tiene como objetivo explícito mostrar que hay un puente posible entre los dos polos, el achicamiento del Estado a su mínima expresión y la reducción sustentable de la pobreza. Desde que llegó a la Presidencia, Milei no sólo matizó su condena al papa Francisco sino que privilegia como argumento de legitimación de su gestión económica su efecto anti pobreza. Su liberal libertarianismo anti Estado y anti déficit y su visión pro mercado se presentan como el sendero efectivo de salida de la pobreza. “La motosierra permitió sacar a 10 millones de personas de la pobreza”, sintetizó el domingo el ministro de Desregulación Federico Sturzenegger. Una afirmación que ya había sostenido Milei a principio de año, cuando el Indec informó sobre una caída de la pobreza a 38,1 por ciento en el segundo semestre de 2024.

Hay un nuevo capítulo en esa batalla cultural que el Gobierno libra en torno a la matriz conceptual macroeconómica y económica de la Argentina, y su contribución a la baja de la pobreza. Se da a partir de la salida del cepo propuesto por el plan Milei-Caputo, que vuelve a acarrear disputas irresueltas en la Argentina. El debate actual en torno al carry trade sintetiza ese choque de visiones en pugna. Volvieron a escena preguntas arquetípicas de la Argentina: ¿cómo juega el corto sobre el largo plazo en la vida económica de la Argentina? ¿Cómo dejar de pensar en dólares? ¿Se puede dejar de pensar en dólares? ¿Conviene? ¿Hay hoy mayor incentivo para la “bicicleta financiera” versus el “valor del esfuerzo”? ¿El mercado financiero es “timba” o es necesario para el crecimiento de la economía? Otro capítulo de mentalidades en combate sobre el rol del Estado y el del mercado, y la conexión entre el mercado de capitales y la lógica financiera y el crecimiento, o al contrario, la pobreza.

La economía es una ciencia social pero el Gobierno, con su respeto a los fundamentals de la macro y sus variables clave, cree estar cerca de haber desculado, casi con previsibilidad de ciencia exacta, los incentivos que chocan con una macro estable. La lógica de Milei y su Gobierno ya es un lugar común para buena parte de los argentinos: seguramente ése es un logro fundamental, cambiar el modo en que se concibe la marcha de la economía y el rol del Estado y los particulares. Hay una cadena causal entre achicamiento del Estado, baja del gasto público, desaparición del déficit, fin de la necesidad de emitir y baja de la inflación, con la consecuente caída de la pobreza medida por ingresos.

En la visión del Gobierno, el fin de la emisión, con la reducción de la cantidad de pesos en la economía, es un escudo protector contra el pass through, el pase del aumento del dólar al aumento de precios: el problema no era el precio del dólar sino la cantidad de dinero. Son consensos largamente alcanzados en los países que funcionan, inclusive los países vecinos: equilibrio macroeconómico, es decir, no emisión, mercado de capitales doméstico robusto como instrumento para el crecimiento, balance fiscal e inflación de un dígito bajo, como un objetivo inquebrantable para cualquier alternancia política. El punto de partida del crecimiento y el desarrollo inclusivo. “Desde la izquierda tenemos que dejar de pensar que la responsabilidad fiscal es una cuestión de derechas. La responsabilidad fiscal debe ser una política de Estado”: eso decía Gabriel Boric a poco de asumir la presidencia de Chile en una alianza con el Partido Comunista, en abril de 2022. Esa Moncloa no llegó a la Argentina: cada vez que la coyuntura política se lo permite, el kirchnerismo y el kicillofismo vuelve a insistir con un rol del Estado inversor que desatiende el equilibrio fiscal: la inversión estatal como motor de la economía, no importa que no tenga recursos propios y emita, y termine generando “algo” de inflación.

La muerte del Papa Francisco exacerbó aún más ese debate. Suspendida los análisis más críticos del papado de Jorge Bergoglio ante el dolor que produjo su fallecimiento, quedó subrayada su opción por los pobres, y todavía más allá, por “los descartados” del sistema. El kirchnerismo y el filo kirchnerismo se esforzaron por identificar su ideología con la escala de valores del Papa Francisco en ese sentido.

Pero en los últimos días, la puja entre un horizonte anarcocapitalista de un Estado mínimo pero eficaz para bajar la pobreza y un Estado hiper presente kirchnerista pero protagonista de la suba de la pobreza argentina llegó a la superficie. En su visita a la Argentina, Huerta de Soto fue el que llevó más lejos esa puja conceptual y fue el más brutal en esa explicitación: “(El Papa Francisco) ya está viendo la faz de Dios y la verdad moral, que dice que el Estado es como institución la encarnación del maligno en la Tierra”. Y el historiador italiano Loris Zanatta, estudioso del peronismo, fue contundente en el diario El Mundo en su crítica a la visión del Papa Francisco en temas económicos: “La idea es que el mercado alimenta el egoísmo, la codicia, y la pobreza es virtuosa y preserva de la corrupción. Es un pobrismo radical”. En la Argentina, Miguel Pichetto ha cuestionado el “pobrismo” del Papa.

La derrota electoral de 2023, y especialmente el desembarco de Milei, había llevado al kirchnerismo, al menos por unos meses, a cuarteles de invierno. El ajuste con baja de inflación de 2024 y con apoyo de la gente, los arrinconó en el silencio o en un reconocimiento algo vergonzante del equilibrio fiscal. “Lo mejor que hizo el Gobierno es la reducción de la tasa de inflación porque reduce la angustia de la gente (...). Es una lección para aprender”, concedía Juan Grabois hace tres meses.

Pero el retroceso del apoyo del Gobierno desde enero, con el discurso de Davos, y luego el caso $Libra y la derrota de los jueces de la Corte, y la suba de la inflación en marzo, dio fuerza al kirchnerismo para volver con sus ideas. Por eso repercutieron tanto las últimas declaraciones de la titular del FMI, Kristalina Georgieva: “es fundamental que no descarrile la voluntad de cambio”, “insto a Argentina a mantener el rumbo”. No importa cuál de las dos interpretaciones se prefieran, si Georgieva le habló a los votantes o fue una advertencia al Gobierno, quedó claro que para deudores e inversores esa alternancia de ideas económicas, de anti mercado a pro mercado y otra vez anti mercado, es una fuente de incertidumbre. Eso es lo que los países vecinos de macro estable, desde Chile a Uruguay o Perú y Brasil, han conquistado: la transmisión entre Gobiernos de la racionalidad macroeconómica basada en los fundamentals de la economía como una política de Estado. Las diferencias entre los modelos de sociedad, con los énfasis en la inclusión o el crecimiento, se construyen recién a partir de ese cimiento, no en contra.

La Argentina, en cambio, se enfrenta a dos objetivos pendientes e inalcanzables desde hace décadas. Por un lado, construir largo plazo. Por el otro, construir confianza. Uno y otro van de la mano. El Gobierno de Milei quiere ser el artífice de esos dos logros. Los necesita para el éxito presente y la sostenibilidad futura de su plan económico y político. En ambos frentes, triunfar es perdurar: ésa es la premisa. El largo plazo es la prueba ácida de la transformación estructural de la Argentina.

¿El carry trade con flotación entre bandas es cortoplacista y especulativo? Un funcionario con influencia en el plan económico dice que no: “Es bueno que el peso se mueva dentro de la banda. Un precio libre dentro de la banda obliga a que los inversores pequeños o grandes analicen mejor el riesgo de hacer carry trade: no lo incentiva y muchas veces disuade. Al contrario, es el tipo de cambio fijo el que lo estimula”. Una nuevo Estado fetiche, del Estado presente interventor al “Estado ausente”, en este caso en lo cambiario, que aseguraría la reconstrucción de la racionalidad de los agentes económicos, y su efecto virtuoso.

Para el Gobierno, hay dos tragos amargos que pondrían en riesgo esa marcha a ese futuro. Uno era la salida del cepo: el camino recién empieza pero el Gobierno celebra. El otro, las elecciones de octubre: será el primer tests para chequear el grado de resistencia de la opinión pública a los sinsabores del corto plazo, el fogonazo inflacionario, y de adhesión a una visión atípica en la Argentina: apuntada a un horizonte mayor que el mes siguiente.

Pero hay inercias que desafían el plan económico y, por ende, a la fortaleza del proyecto que Milei tiene para la Argentina. Convergen en una misma variable: la falta de confianza sobre la marcha del futuro argentino. El pasado nos condena. De lado de los inversores, la desconfianza se concentra en el rebote más temido: el del péndulo argentino. Por ahora, hay consenso entre varios inversores que ven la Argentina desde afuera que habrá que esperar para avanzar con proyectos que implique hundir capital.

Del lado de los formadores de precio y de los formadores de gobernabilidad, los votantes, la desconfianza recae sobre la lógica de la flotación con bandas. Remarcar es el modo de cubrirse en un país donde el dólar siempre sube y protege cuando las crisis estallan. ¿Ese ADN argentino desafiará a los fundamentals del Gobierno en las semanas cercanas a las elecciones, o la maquinaria de los fundamentals ya descuenta esos vaivenes? La inflación de abril es el dato más esperado.

En estos próximos meses, la racionalidad económica de la Argentina se pone a prueba. Sólo el éxito de un plan económico, y sus efectos concretos de mejora en la vida de la gente, puede evitar su reemplazo y alternancia.