"Mamá, ¡eres una puta!": ¿qué hago si mi hijo me insulta?

Sabemos que en la crianza no hay fórmulas mágicas que valgan, pero encontrar un espacio de desahogo y diálogo siempre ayuda. Por eso estrenamos consultorio en Nidos, si tienes dudas sobre cuidados, conciliación, o quieres entenderte mejor con los niños y adolescentes de casa, escríbenos Es muy habitual que niños y niñas pequeñas reproduzcan palabrotas e insultos que escuchan por diferentes vías. Pero, ¿qué hacer si tu hijo o hija te insulta gravemente? En función de la edad, hay diferentes estrategias, y las expertas apuntan algunas claves: marcar límites de respeto, mantener la calma, relativizar y servir de ejemplo. Un día, mientras toda la familia esperaba su turno para comer en la cola de un restaurante, el hijo pequeño de Alejandra Melús se enfadó y empezó a gritar: “Esto no me gusta, ¡puta!”. Estaba harto de esperar y su protesta se convirtió en un insulto a voces que había escuchado en la escuela. “Todo el restaurante se quedó mirándonos alucinando, yo no sabía dónde meterme”, recuerda Alejandra, que además de madre es pedagoga experta en educación temprana. En su trabajo diario, Melús asesora a familias para abordar este tipo de situaciones, pero enfrentarlo con su propio hijo le costó más. Con esta anécdota personal ilustra una situación que es mucho más habitual de lo que a veces creemos. “Niños y niñas dicen habitualmente palabrotas e insultos porque para ellos son como palabras mágicas, que acaparan mucha atención de los adultos. Como el niño está buscando su pertenencia, el uso de este tipo de palabras le hace muy visible”, explica Melús. Sylvie Pérez, psicopedagoga y profesora de educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), considera que “un insulto es una agresión verbal que no debe tolerarse”. “Es normal que los niños se enfaden, e incluso diría que es hasta sano que expresen su frustración o que tengan una rabieta. Lo que habría que ver es de qué manera lo pueden canalizar sin tener que llegar a ningún tipo de agresión a los demás”, asegura esta experta. Aunque el niño sea muy pequeño y no comprenda el significado de un insulto o una palabrota, hay que marcarle el límite Sylvie Pérez — psicopedagoga y profesora en la UOC Por eso Pérez propone marcar el límite desde el principio: “Si un bebé que tenemos en brazos nos tira del pelo, debemos explicarle que eso nos hace daño y que no debe hacerlo, aunque no lo entienda. Pues de la misma manera, aunque el niño sea muy pequeño y no comprenda el significado de un insulto o una palabrota que ha dicho, hay que marcarle el límite: debe saber que eso nos hace daño y no debe repetirlo en otros entornos ni con otras personas”, asegura Pérez. Para Alejandra Melús, debemos establecer diferencias en función de la edad: “No tiene nada que ver un niño pequeño con un niño más mayor o adolescente, que ya es capaz de comprender el impacto que tienen sus palabras y el daño que pueden hacer con ellas. Si estamos hablando de primera infancia, la etapa de los cero a los ocho años, considerará un juego utilizar ese tipo de palabras y por ello debemos relativizar y no sobreactuar”, explica. Para intentar que no siga sucediendo, Melús propone mantener la calma: “Debemos entender que forma parte de su desarrollo madurativo y pensar si es necesario o no abordar la situación. Siempre hay que corregir, explicar que no es adecuado, que hay que respetar a los demás y no agredirles física o verbalmente. Pero también tenemos que relativizar. Lo que hoy parece tan grande, quizás dentro de unas semanas no tenga tanta importancia, y a veces impresionarse en exceso hace que esta conducta se reafirme y se mantenga en el tiempo”, asegura la experta. Sylvie Pérez también propone adaptar la respuesta al nivel de comprensión y desarrollo del menor. “Si son más mayores, si ya hay una comprensión del lenguaje y de lo que significan las palabras, y el insulto se hace con conocimiento de lo que se está diciendo, la oposición debe ser mucho más tajante y el insulto debe tener consecuencias”, explica. Para ella la forma de superar este tipo de situaciones pasa por buscar soluciones que impliquen a toda la familia: “Todos y todas deberíamos hacer un esfuerzo por tratarnos de manera respetuosa, porque los adultos somos modelo para los más pequeños. Y cuando se dan agresiones, debe haber reparación: pedir perdón, reconocer el error y comprometernos a no repetirlo”, expone la profesora universitaria. A veces impresionarse en exceso hace que esta conducta se reafirme y se mantenga en el tiempo Alejandra Melús — pedagoga experta en educación temprana El neuropsicólogo infantil Álvaro Bilbao sost

Abr 28, 2025 - 05:47
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"Mamá, ¡eres una puta!": ¿qué hago si mi hijo me insulta?

"Mamá, ¡eres una puta!": ¿qué hago si mi hijo me insulta?

Sabemos que en la crianza no hay fórmulas mágicas que valgan, pero encontrar un espacio de desahogo y diálogo siempre ayuda. Por eso estrenamos consultorio en Nidos, si tienes dudas sobre cuidados, conciliación, o quieres entenderte mejor con los niños y adolescentes de casa, escríbenos

Es muy habitual que niños y niñas pequeñas reproduzcan palabrotas e insultos que escuchan por diferentes vías. Pero, ¿qué hacer si tu hijo o hija te insulta gravemente? En función de la edad, hay diferentes estrategias, y las expertas apuntan algunas claves: marcar límites de respeto, mantener la calma, relativizar y servir de ejemplo.

Un día, mientras toda la familia esperaba su turno para comer en la cola de un restaurante, el hijo pequeño de Alejandra Melús se enfadó y empezó a gritar: “Esto no me gusta, ¡puta!”. Estaba harto de esperar y su protesta se convirtió en un insulto a voces que había escuchado en la escuela. “Todo el restaurante se quedó mirándonos alucinando, yo no sabía dónde meterme”, recuerda Alejandra, que además de madre es pedagoga experta en educación temprana.

En su trabajo diario, Melús asesora a familias para abordar este tipo de situaciones, pero enfrentarlo con su propio hijo le costó más. Con esta anécdota personal ilustra una situación que es mucho más habitual de lo que a veces creemos. “Niños y niñas dicen habitualmente palabrotas e insultos porque para ellos son como palabras mágicas, que acaparan mucha atención de los adultos. Como el niño está buscando su pertenencia, el uso de este tipo de palabras le hace muy visible”, explica Melús.

Sylvie Pérez, psicopedagoga y profesora de educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), considera que “un insulto es una agresión verbal que no debe tolerarse”. “Es normal que los niños se enfaden, e incluso diría que es hasta sano que expresen su frustración o que tengan una rabieta. Lo que habría que ver es de qué manera lo pueden canalizar sin tener que llegar a ningún tipo de agresión a los demás”, asegura esta experta.

Aunque el niño sea muy pequeño y no comprenda el significado de un insulto o una palabrota, hay que marcarle el límite

Sylvie Pérez psicopedagoga y profesora en la UOC

Por eso Pérez propone marcar el límite desde el principio: “Si un bebé que tenemos en brazos nos tira del pelo, debemos explicarle que eso nos hace daño y que no debe hacerlo, aunque no lo entienda. Pues de la misma manera, aunque el niño sea muy pequeño y no comprenda el significado de un insulto o una palabrota que ha dicho, hay que marcarle el límite: debe saber que eso nos hace daño y no debe repetirlo en otros entornos ni con otras personas”, asegura Pérez.

Para Alejandra Melús, debemos establecer diferencias en función de la edad: “No tiene nada que ver un niño pequeño con un niño más mayor o adolescente, que ya es capaz de comprender el impacto que tienen sus palabras y el daño que pueden hacer con ellas. Si estamos hablando de primera infancia, la etapa de los cero a los ocho años, considerará un juego utilizar ese tipo de palabras y por ello debemos relativizar y no sobreactuar”, explica.

Para intentar que no siga sucediendo, Melús propone mantener la calma: “Debemos entender que forma parte de su desarrollo madurativo y pensar si es necesario o no abordar la situación. Siempre hay que corregir, explicar que no es adecuado, que hay que respetar a los demás y no agredirles física o verbalmente. Pero también tenemos que relativizar. Lo que hoy parece tan grande, quizás dentro de unas semanas no tenga tanta importancia, y a veces impresionarse en exceso hace que esta conducta se reafirme y se mantenga en el tiempo”, asegura la experta.

Sylvie Pérez también propone adaptar la respuesta al nivel de comprensión y desarrollo del menor. “Si son más mayores, si ya hay una comprensión del lenguaje y de lo que significan las palabras, y el insulto se hace con conocimiento de lo que se está diciendo, la oposición debe ser mucho más tajante y el insulto debe tener consecuencias”, explica. Para ella la forma de superar este tipo de situaciones pasa por buscar soluciones que impliquen a toda la familia: “Todos y todas deberíamos hacer un esfuerzo por tratarnos de manera respetuosa, porque los adultos somos modelo para los más pequeños. Y cuando se dan agresiones, debe haber reparación: pedir perdón, reconocer el error y comprometernos a no repetirlo”, expone la profesora universitaria.

A veces impresionarse en exceso hace que esta conducta se reafirme y se mantenga en el tiempo

Alejandra Melús pedagoga experta en educación temprana

El neuropsicólogo infantil Álvaro Bilbao sostiene que los insultos son desafíos, y que deberían convertirse en una señal para que los adultos reaccionemos, reafirmando los límites que ponemos a nuestros hijos e hijas. En una entrada reciente en su blog, donde divulga sobre las claves de educar en positivo, Bilbao pone algunos ejemplos de los insultos más habituales: “Eres tonta”, “eres mala”, “eres fea”. “Es normal que los niños prueben estas fórmulas, pero debemos hacerles saber que faltar el respeto no es una opción válida”, asegura.

Para él, existen algunas claves que nos pueden ayudar a lidiar con situaciones así, empezando por mantener la calma ante el desafío del niño: “Responder con gritos o castigos impulsivos solo aumentará la tensión y enseñará a los niños que la manera de resolver la frustración es dejarnos llevar por la rabia. Si reaccionamos con serenidad, enseñamos a nuestros hijos a manejar sus emociones de la misma forma. Respira profundo antes de responder y recuerda que es un momento de aprendizaje”, recomienda.

Bilbao aporta una reflexión final que se puede aplicar a los insultos y a cualquier otro tipo de desafío, como un grito o un golpe: “La mejor manera de actuar es con paciencia, coherencia y respeto, manteniendo límites claros sin perder la conexión con nuestros hijos. Educar no se trata de ganar batallas, sino de guiar a nuestros hijos para que aprendan a regularse y a relacionarse de manera sana. Si mantenemos la calma, ayudaremos a nuestros hijos a crecer con seguridad, respeto y confianza”, concluye.

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