Los guardianes de la biodiversidad: conoce los anfibios más icónicos de México
México no solo es tierra de culturas milenarias, volcanes y playas infinitas, también es hogar de algunos de los anfibios más icónicos y sorprendentes del mundo. Desde criaturas míticas que inspiraron leyendas hasta pequeños gigantes que mantienen vivos ecosistemas enteros, nuestros anfibios son un verdadero tesoro natural. Y aunque muchos pasan desapercibidos, su historia, belleza […]

México no solo es tierra de culturas milenarias, volcanes y playas infinitas, también es hogar de algunos de los anfibios más icónicos y sorprendentes del mundo. Desde criaturas míticas que inspiraron leyendas hasta pequeños gigantes que mantienen vivos ecosistemas enteros, nuestros anfibios son un verdadero tesoro natural. Y aunque muchos pasan desapercibidos, su historia, belleza y rareza los convierten en protagonistas indiscutibles de la biodiversidad.
Axolote, el embajador de los anfibios más icónicos de México
Hablar de anfibios más icónicos de México sin mencionar al axolote sería como hablar de tacos sin salsa. Este pequeño ser, conocido científicamente como Ambystoma mexicanum, tiene la increíble capacidad de regenerar partes de su cuerpo como patas, corazón e incluso partes del cerebro. Originario de los canales de Xochimilco, el axolote no solo es parte del ADN cultural mexicano (inspirando desde mitología hasta videojuegos), sino que también es una de las especies en peligro crítico de extinción.
Rana de Tláloc, la joya perdida de los volcanes
La rana de Tláloc (Lithobates tlaloci) habitaba en las montañas cercanas al Valle de México y estaba profundamente ligada a Tláloc, el dios mexica de la lluvia. Aunque no se ha visto en estado silvestre desde hace décadas, su leyenda sigue viva, recordándonos que cada especie desaparecida deja un vacío imposible de llenar en la naturaleza… y en nuestra historia.
Salamandra de Picos, la sobreviviente de las alturas
Entre las nieblas de los bosques de Oaxaca y Puebla, la salamandra de Picos (Pseudoeurycea smithi) lleva la resiliencia en su piel. Esta pequeña criatura ha logrado sobrevivir en ambientes extremos gracias a su capacidad de camuflarse entre hojas y rocas, y su existencia es una prueba viva de que la adaptación es una de las mejores armas de la naturaleza.
Cecilia mexicana, el anfibio que parece serpiente
La cecilia mexicana (Dermophis mexicanus) rompe todos los esquemas: es un anfibio sin patas, de cuerpo alargado, que muchos confunden con una lombriz gigante o una pequeña serpiente. Vive bajo tierra, lejos de la luz, demostrando que la biodiversidad no siempre se deja ver, pero siempre está trabajando silenciosamente para sostener los ecosistemas.
Sapo de crestas, el guardián oculto de Oaxaca
Con su aspecto robusto y crestas prominentes, el sapo de crestas (Incilius cristatus) parece un personaje sacado de una antigua leyenda zapoteca. Este anfibio, en peligro de extinción, es uno de los guardianes de los bosques nubosos de Oaxaca, donde cada croar es una llamada silenciosa a la protección de su hogar. Vive en arroyos y suelos húmedos, pero la deforestación y el cambio climático lo amenazan.
Rana arborícola, la artista del canto en la selva
Las ranas arborícolas mexicanas, como la Agalychnis dacnicolor, llenan las noches de selva con un espectáculo sonoro inigualable. De colores vibrantes y movimientos ágiles, son las cantantes naturales que anuncian lluvias, ciclos de vida y cambios en el bosque. Su existencia es vital para mantener el equilibrio de los ecosistemas tropicales.
México no sería el mismo sin sus anfibios. Ellos cuentan historias de adaptación, lucha y belleza que resuenan en nuestras montañas, selvas y ríos. Protegerlos no es solo un acto de amor hacia la naturaleza, sino hacia nosotros mismos. Hoy celebramos al ajolote, la rana de Morelos, la salamandra de Taylor y la rana de Cozumel, verdaderos guardianes de nuestros ecosistemas. Su supervivencia depende de nosotros: desde reducir plásticos hasta apoyar reservas como Los Tuxtlas o Calakmul, cada acción cuenta. Estos anfibios son un recordatorio de que la biodiversidad es nuestra herencia. Al protegerlos, aseguramos que sus cantos y colores sigan vivos para las futuras generaciones. Su futuro es el nuestro.