Lo que hemos aprendido de Melody en Eurovisión
La pirueta final de la actuación de Melody despierta un "ay". “Ay, que se cae”. “Ay, lo habrá hecho bien”. “Ay, han dudado”. “Ay, se ha roto...

La pirueta final de la actuación de Melody despierta un "ay". “Ay, que se cae”. “Ay, lo habrá hecho bien”. “Ay, se ha roto algo”. "Ay, estaba nerviosa". Porque la pirueta no es una contorsión ligera, no es la voltereta que nos acostumbraron los ballets del mundo. Es un giro duro y frágil, a la vez. Tosco y apoteósico, al mismo tiempo. Pero esa pirueta final ya de por sí sola define toda la expresividad de Melody: intensa y entrañable, arrolladora y vulnerable, excesiva y excesiva. Y esta desmesura folclórica ha sido aliada para no dejar de verla hasta dentro del follón de luces, atrezo, bailes de cámaras y chispas que intentaban vestir una canción que no se queda por sí sola en el recuerdo. No dejar de verla, si la conocías de antemano.
Porque Melody ha conseguido que en España todos ya acompañemos la palabra "diva" de los adjetivos “valiente” y “poderosa". Por insistencia más que otra cosa, pero también por la capacidad de la artista de disfrutar cada paso de su camino a Eurovisión. Otros se ponen tensos en los previos, ella ha venido a jugar sin miedo a reírse de sí misma. Sin que las expectativas ajenas le impidan celebrar los prolegómenos, que son lo que quedarán. Mientras que la actuación se esfuma en tres minutos, los preliminares alimentan las ilusiones que nos animan y siembran los vínculos que nos enriquecen. Así Melody nos ha ganado, aunque su Esa Diva haya quedado en la posición 24 de 26, antepenúltima. No ha conquistado al personal en un eurofestival en Suiza con mucho canon de diva exuberante en el que era complicado que su propuesta destacara. Los europeos no han tenido la misma implicación que nosotros para entenderla.
Ahí está el otro gran aprendizaje que deja Melody. Hemos vuelto a cometer el error de intentar llenar el escenario de clichés eurovisivos sin ton ni son porque quizá leemos mucho las expectativas de Twitter y hay que contentar a las redes, en vez de intentar potenciar lo que hace única a la artista. Su voz ha sido ensombrecida por estereotipos festivaleros requetevistos en el imaginario colectivo que no han logrado una iconografía propia que ordenara las ideas de la canción. Por suerte, la imagen más poderosa y original de la propuesta, la de los bailarines saliendo de la cola de su vestido, se ha potenciado. Que antes parecía que los bailarines pasaban por allí y se colaban en plano.
Ahí la actuación arranca bien, al mostrar y presentar el arte en primer plano de la artista. Aunque, al final, termina siendo engullida por un vaivén de cosas que invita al espectador a perderse en el escenario sin saber dónde está Melody. Que si un cenital que parece un fallo técnico, que si cruza un telón fuera de ritmo de la canción, que si ese mismo telón cae a destiempo, que si se monta en un ascensor-proyección en el suelo sin venir a cuento, que si ahora toca el bailecito brake, que si sube una escalera blanca, que si hace el helicóptero con su pelo como guiño a sus seguidores... Pónmelo todo para que nadie se aburra. Cuatro actuaciones en una, con mucho brilli brilli pero sin un clímax definido que focalice la premisa de la canción, mitifique el momento y concrete en la pantalla televisiva aquello especial y genuino de la cantante española.
Pero Melody sale ilesa de todo porque pisa el escenario con una seguridad inconsciente que no parece haberse encontrado jamás con el síndrome del impostor. Así Melody no puede dejar de ser Melody. Se gusta e intenta gustar a un público al que, entre paso de coreografía y paso de coreografía, envía besos cuando su cuerpo se lo pide. Su sonrisa de estar degustando la oportunidad no quita el ojo la audiencia. Incluso cuando la canción se acaba y se queda para regalar a los fans su giramiento de pelo con cara de felicidad. Con cara de ya está hecho.
Y tanto trajín sin dejar de cantar bien hasta sacar brillo a una canción que, para qué engañarnos, nunca sonó a ganadora de Eurovisión. Pero eso no ha sido impedimento para que Melody nos haya entretenido, nos haya calado, nos haya levantado. Y lo seguirá haciendo, pues, como buena folclórica, ahora empezará a contar batallitas de su participación en Eurovisión. Esa ha sido su victoria de una noche más agria que dulce en la que hizo esa pirueta final que tal vez no es perfecta. Porque ya sabemos que el carisma brota en las grietas de la perfección.