«Lo peor no es que se te arrugue la cara, sino las ideas»
Hay libros, igual que personas, de los que cuesta despedirse. Uno nunca los deja del todo, ni siquiera cerrando la puerta y mirando hacia otros horizontes. Hay historias que seguirán con nosotros siempre porque nos habremos dejado en ellas, de forma irreversible, una parte importante de la cabeza, del cuerpo y del corazón. Algo así le ocurre a Rosa Montero (Madrid, 1951) con la saga de la detective Bruna Husky, a la que pone punto final con ‘Animales difíciles’. La cuarta y última entrega de la serie, y que es probablemente la más política y oscura de todas, está ambientada […] La entrada «Lo peor no es que se te arrugue la cara, sino las ideas» se publicó primero en Ethic.

Hay libros, igual que personas, de los que cuesta despedirse. Uno nunca los deja del todo, ni siquiera cerrando la puerta y mirando hacia otros horizontes. Hay historias que seguirán con nosotros siempre porque nos habremos dejado en ellas, de forma irreversible, una parte importante de la cabeza, del cuerpo y del corazón. Algo así le ocurre a Rosa Montero (Madrid, 1951) con la saga de la detective Bruna Husky, a la que pone punto final con ‘Animales difíciles’. La cuarta y última entrega de la serie, y que es probablemente la más política y oscura de todas, está ambientada en el Madrid de 2111 y alerta del peligro que supone la inteligencia artificial. Montero asegura que estamos en un punto crítico y que nos jugamos no solo la supervivencia, sino también qué tipo de humanidad queremos ser.
Lleva con Bruna casi veinte años. ¿Cómo ha llevado poner el punto final?
Hay algo de desgarro tremendo porque llevo casi un tercio de mi vida con ella y es el personaje más cercano a mí. Bruna surgió de un deseo mío por crear un mundo propio al que pudiera volver siempre que quisiera. Cuando empecé a escribir el libro, no sabía que sería el último, igual que tampoco sabía cuántas novelas escribiría de la saga en 2007. Pero con este último supe que no podría escribir una novela mejor y no quiero seguir solo por hacer un libro más. En la vida hay que saber despedirse, creo que le he dado un buen final.
¿Lleva bien las despedidas o se deja atrapar por la nostalgia?
No soy nostálgica, prefiero vivir el presente. Es una pena vivir anclada en el pasado, y estoy intentando no vivir en el futuro, en todas esas proyecciones y en el dejar cosas para mañana. Uno de los grandes aprendizajes que tenemos que hacer todos es a vivir en el momento actual. Es verdad que cuando termino una novela siento un vacío inevitable. No he tenido hijos, pero debe ser como una depresión posparto. He estado metiendo horas y horas cada día, viviendo más en la vida de la novela que en la real, y de repente me sobra todo el tiempo del mundo.
«En la vida hay que saber despedirse»
Actualmente hay fascinación por la IA, pero su novela plantea los peligros que representa. ¿Siente más miedo que atracción por estos avances?
La realidad que vivimos da mucho miedo. Cuando era joven teníamos esperanza en el futuro de la humanidad, y hoy lo que predomina es el miedo. La superinteligencia puede llegar antes de 50 años, es algo que nos va a superar, y quizás implica nuestro exterminio. Geoffrey Hinton, el último Nobel de Física, alerta de cómo la tecnología se puede volver incontrolable. Creo que estamos en una frontera crítica y peligrosa, y que no somos del todo conscientes. Intento pensar que, como el progreso no es irremediable, la catástrofe tampoco lo es. Aún podemos cambiar el futuro y lo podemos mejorar.
Es curioso porque su novela plantea temas oscuros, pero tiene un final luminoso. No diría que es optimista, sino más bien esperanzado.
Es cierto y está bien visto, yo no me definiría como optimista, pero sí como voluntariosa y vitalista. Escribir ese final me ha aliviado mucho, ha sido un consuelo. Es verdad que planteo un mundo crepuscular y angustioso, pero porque es una novela realista. Nuestro mundo es así, no me he inventado nada. Estamos rodeados de muchas amenazas y no sabemos cómo responder ante ellas, la realidad que vivimos está llena de retos, pero también creo que los humanos somos seres tenaces y con una capacidad de resistencia y adaptación legendaria. Confío en eso, en que el futuro no está escrito.
«Cuando era joven teníamos esperanza en el futuro de la humanidad, hoy lo que predomina es el miedo»
Su postura me recuerda a una frase suya, de otro libro, donde afirma que la alegría es un hábito. En su obra conviven ambas vertientes, el desasosiego junto con el entusiasmo.
Efectivamente, porque el mundo puede ser asqueroso, pero también es hermoso. Escribí una novela, Bella y oscura, que titulé así justamente por cómo entiendo que es la vida y nosotros mismos. Mi concepción de la realidad es paradójica y contradictoria. Siempre digo que no soy alguien feliz, sino alguien con una disposición natural a la alegría. La alegría es un hábito porque tú puedes perfeccionarla y fomentarla, pero también tener una inclinación natural a ella. Es esa virtud animal que hace que todas tus células bailen un zapateado de regocijo por el mero hecho de estar vivas. Yo siento esa electricidad que me corre por el cuerpo, y en ella confío siempre para salir adelante.
En Bruna hay mucha desubicación y enfado hacia el mundo y hacia ella misma. ¿La rabia puede ser un motor para vivir?
Bruna es la típica persona misántropa que no se siente en su piel. Ella está fundamentalmente triste porque no le gusta el mundo, ni su lugar en él, no entiende el papel que le ha tocado en este reparto del teatro de la vida. Su furia es una respuesta contra la depresión, es lo que evita que se derrumbe. Hay que tener cuidado porque la rabia puede ser muy dañina, pero es un elemento defensivo para seguir en pie. También es una forma de demostrar miedo hacia las propias emociones. Bruna tiene tanto miedo de sus propios sentimientos porque cree, sin razón, que la debilitan, que decide amurallarse para evitar cualquier dolor.
«No soy alguien feliz, sino alguien con una disposición natural a la alegría»
¿No tiene razón Bruna en creer que los sentimientos nos debilitan?
No lo creo. Querer a alguien, desde un amigo hasta un perro, te hace vulnerable, sin duda. No te digo ya enamorarte, que eso te convierte en una especie de gelatina, pero el hecho de querer te hace humano. Y no tenemos otra elección, es el único modo de estar en este mundo. Lo que hace Bruna, y en general este tipo de personas que prefieren amurallarse y evitar toda relación, es un error garrafal, porque supone morir en vida. Somos animales sociales y no hay vida que merezca la pena si no se vive con los demás. Eso es algo que ella misma va aprendiendo poco a poco, entiende que solo se puede vivir si aceptas tu vulnerabilidad.
Sus novelas desprenden siempre ese lado oscuro y hermoso en temas que se repiten, concretamente el amor, la identidad y la muerte. ¿Escribir es bordear obsesiones?
Todos los escritores escribimos siempre sobre lo mismo, que son nuestras obsesiones. Yo soy especialmente obsesiva y existencial. No escribo novelas para enseñar nada a nadie, escribo para aprender, para poner un poco de luz y alivio en mis desasosiegos básicos. Soy una persona obsesionada por la muerte y por el paso del tiempo, porque vivir es deshacerse en el tiempo. Cuando me preguntan por qué hablo tanto de la muerte, a mí me entra la risa. ¿Acaso hay otro asunto más importante? La muerte es el tema esencial del ser humano, y yo escribo para perderle el miedo a la muerte. Y consigo avances, logro iluminar esa oscuridad que me asfixia.
«Escribo para perderle el miedo a la muerte»
Ha contado en ocasiones sus ataques de pánico por ese miedo a la muerte.
La inmensa mayoría de los seres humanos viven como si fueran inmortales y la muerte no existiera, salvo un puñado de neuróticos profundos como yo. Desde muy pequeña, ya con 9 años, pensaba que pasaría el tiempo y me acabaría muriendo, y me angustiaba la muerte de mis padres. Me ocurría que estaba disfrutando una tarde fantástica, pero me apenaba pensar en su fin y en lo que vendría después. Y con 20 años miraba con el rabillo del ojo a la gente mayor de 60 años pensando en cómo podían ir al cine, reírse en el bar y estar tan contentos a pesar de su cercanía a la muerte. Ha sido una obsesión desde siempre, y pensaba que cuando llegara a esa edad estaría metida en la cama aullando de miedo.
¿Y cómo ha llegado a su edad actual?
Ahora tengo bastante más de 60 años, estoy mucho más cerca de la muerte y no estoy debajo de la cama. He aprendido a perderle el miedo, no ya a la muerte, sino a vivir. No es que lo haya perdido del todo, ni muchísimo menos, pero sí esa angustia tan extrema y patológica. Y lo he hecho escribiendo, ha sido mi forma de reconciliarme con este temor.
«Envejecer es un asco, da muy pocas cosas, aunque son importantes»
Eso conecta con la vejez, que dicen que aporta sabiduría. Pero recuerdo a Pilar Eyre defendiendo que no quería amar sus canas, que quería estar buena y enamorarse como a los 20 años.
Envejecer es un asco, da muy pocas cosas, aunque son importantes. La primera es que te conoces mejor, y controlas mejor tu vida. La segunda es que tienes más conocimientos y más madurez emocional. Pero hay que esforzarse, no creas que la edad te hace sabia de fábrica. Conozco viejos que son absolutamente necios. Y la tercera, la más bonita, es ir creciendo con la compañía de los amigos. Ir creando un pasado trenzado con alguien es maravilloso y compensa muchas cosas. Lo peor no es que se te arrugue la cara, es que se te arruguen las ideas, el valor, la salud. Yo tengo 74 años y tengo una vitalidad tremenda. Puedo acabar con varia gente de tu edad y sigo como el conejito de Duracell con las pilas puestas. Es una cuestión de voluntad y de deseo, como todo.
¿Uno de los ejes vertebradores de sus novelas es el deseo? Con su novela La carne, llama la atención que lo plantea desde diferentes puntos de vista, y la importancia de la mirada ajena.
Con La carne me pasó algo curioso. A varios periodistas, sobre todo hombres, les pareció una novela valiente que rompía tabúes. Me quedé a cuadros, porque no es una novela valiente, y no rompe ningún tabú porque la sexualidad de las mujeres no es un tabú. Yo tenía 60 y estaba rodeada de amigas de la misma edad, y todas teníamos rollos sexuales normales, como cualquier persona. Si eres mujer, debes intentar no quedar atrapada como una mosca en los prejuicios estúpidos, y eso pasa con ciertas miradas ajenas. Siempre habrá gente que quiera imponer su supuesta normalidad, pero las mujeres no nos desactivamos sexualmente a los 40 años.
«Las mujeres no nos desactivamos sexualmente a los 40 años»
El deseo también tiene mucho que ver con la mirada ajena de la que habla, y que contruye la identidad.
Todos dependemos de la mirada ajena. Mi amigo Juan Villoro me contó una broma cruel que hacen en una comarca de México. El pueblo se pone de acuerdo para tomarle el pelo a un vecino, le repiten que es tan atlético y valiente que es el único capaz de tirarse de cabeza a un horrible cenote. Este vecino acaba tirándose de cabeza, incluso poniendo en riesgo su vida, y lo hace porque le han plantado una identidad. Esto, que parece un chiste, es la descripción exacta de lo que somos, porque somos quienes somos por la mirada de los que nos rodean. Por eso es clave elegir de quién te puede importar la mirada que se posa en ti, quiénes van a ser tus espejos. De esa elección depende gran parte de nuestra vida, y ahí una red profunda de amistad es esencial, para no volverte loca con miradas exteriores irrelevantes.
El amor también vertebra muchas de sus novelas. ¿Qué ha aprendido de él después de tantos años?
Que el amor no tiene tanto que ver con la edad como con el temperamento. Hay gente muy apasionada y gente que lo es menos, y mejor para ellos, porque la pasión romántica es una trampa. Es bueno haberla vivido, pero hay que aprender a superarla. Yo he sido una apasionada de libro total, pero a los treinta y pico años estaba harta de repetirme. No me enamoraba de la persona, sino de la idea del amor. Lo dice San Agustín: amar el amor. Amas la sensación de estar enamorada, no a la otra persona, y te la inventas. Esa necesidad y ese deseo puede funcionar un tiempo, pero la realidad siempre se impone. Yo logré cambiar mis pasiones hacia un amor más real, donde conoces de verdad al otro y sois un equipo. Con Pablo estuve 21 años, y la convivencia no es fácil. Hay días que os queréis matar, pero cuando la relación está basada en algo real, a veces hay puntos de magia. Esa magia es más emocionante que la de la pasión inventada y exaltada.
«El amor no tiene tanto que ver con la edad como con el temperamento»
¿El deseo puede perdurar en el tiempo?
Diría que sí, además yo no entiendo una relación sin él. El cuerpo tiene que estar vivo y presente. Entiendo que convivir es dificilísimo, pero no podría vivir en una relación larga donde no hubiera deseo. Conozco a muchísimas parejas que llevan años y que se han convertido casi en hermanos. Son muy cómplices, se entienden a la perfección, han logrado una buena convivencia… pero hace años que no se tocan. Yo no puedo entender el amor así. Quizá una parte de las relaciones que siguen así tiene que ver con el miedo a la soledad.
La soledad es justamente algo que sienten muchos de sus personajes, da la impresión de que es otra de sus obsesiones.
Hace unos años me di cuenta de que todas mis novelas tenían la misma estructura. Siempre empiezan con un hombre o una mujer en una situación calamitosa. Suelen ser personajes extremadamente solitarios, misántropos, y que arrastran una gran culpa porque son incapaces de perdonarse algo. Al final de la novela, casi siempre terminan mejor, conociéndose un poco más, perdonándose, o encontrando a otros personajes aparentemente monstruosos con los que establecen lazos. No entiendo por qué estoy tan obsesionada con estos personajes misántropos que odian al mundo, porque yo soy todo lo contrario. Lo más importante y lo mejor que he hecho en la vida es ser amiga. Y, sin embargo, aquí me tienes, escribiendo todo el rato de solitarios. ¿Qué puedo añadir? La escritura es así.
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