Las huellas de la violencia
«Todo lugar está atravesado por la historia, es decir, cualquier suelo que pises guarda una memoria de violencias, y puede que nosotros la hayamos olvidado, pero hay una vibración, un eco que perdura durante décadas», escribe José Ovejero en su diario. La entrada Las huellas de la violencia se publicó primero en lamarea.com.

22 de abril
Ahora que estamos un poco asentados en nuestra nueva casa, me propongo investigar la zona. Empezando por el Museo Simón Bolívar, situado cerca de Markina-Xemein. Tras nuestra sorpresa por que haya un museo dedicado al Libertador en un pueblo de Vizcaya, nos enteramos de que la familia de Bolívar procedía de esta región, aunque no sé aún si él puso un pie en ella. De todas formas, la exposición incluye un recorrido por la forma de vida rural de esta región durante la Edad Media. Iremos pronto.
También está en la lista visitar el yacimiento de Goikolau, una cueva que empezó a utilizarse como habitación por lo menos desde el Magdaleniense Superior.
Pero es otra cosa la que me tiene fascinado. Hace casi veinte años salió a la luz la llamada «Maleta mexicana». La maleta contenía más de 4.000 negativos de fotografías tomadas por Gerda Taro y Endre Friedmann (los nombres ocultos bajo el seudónimo conjunto Robert Capa) y David Seymour, Chim, otro de los fundadores de Magnum, durante la Guerra Civil española. Los negativos estuvieron desaparecidos durante varias décadas y no se recuperaron hasta la primera de este siglo. A finales de 1936 y principios de 1937 discurría muy cerca de nuestra actual casa uno de los frentes de lucha contra los rebeldes franquistas, el frente de Lekeitio, y Chim vino a fotografiarlo. Una de sus fotos muestra una misa de campaña delante de un caserío de nuestro barrio, bajo la ikurriña de la Compañía Txorierri.
¿Por qué se me pone la carne de gallina al leerlo y contemplar la imagen?
¿Porque sé que muchas de las personas fotografiadas murieron días después luchando contra el fascismo? Sí, pero hay algo más: en ese momento siento algo que he dicho muchas veces desde que publiqué Vibración: todo lugar está atravesado por la historia, es decir, cualquier suelo que pises guarda una memoria de violencias, y puede que nosotros la hayamos olvidado, pero hay una vibración –entendida en sentido metafórico, no esotérico–, un eco que perdura durante décadas. Es sabido que la barbarie y los sufrimientos del pasado dejan su huella en generaciones posteriores.
Como se decía en un diálogo de cierta novela:
–Cuando acabe esta guerra…
–Las guerras no acaban nunca.
(Pienso en lo que significa esta idea en un contexto de masacre como el de Gaza. Los supervivientes ya nunca olvidarán el horror, el miedo, las imágenes de la bestialidad, la humillación y la indiferencia. Ni lo olvidarán sus hijos. Y los hijos de los hijos creerán conocer solo de oídas aquellos hechos, pero la memoria familiar los dejará impresos de alguna manera sobre la conciencia. Es una exageración lo de que las guerras no acaban nunca, pero siempre terminan mucho más tarde de lo que creemos).
Ahora me gustaría informarme sobre el contenido de un panel que hay a la entrada del camino que lleva a la ermita de nuestro barrio, que remite a una página con testimonios de alguno de aquellos gudaris.
Para integrarse de verdad en un lugar no basta con conocer su paisaje y sus costumbres, tampoco relacionarse con sus habitantes. Sin Historia, el presente es un plano que quizá contenga todos los nombres y las coordenadas para orientarse, pero carece de relieve.
Estamos de camino a la feria de Sant Jordi. Como siempre, voy con sentimientos encontrados: por un lado, me apetecen el barullo, los encuentros inesperados, la ilusión de mucha gente. Por otro, me aburre el papel de autor que supuestamente debe promocionar su libro. Aborrezco que alguien me diga «véndeme tu libro», o «¿me cuentas de qué va?». Aborrezco el papel de buhonero de mi obra. Me acuerdo ahora de un escritor con quien compartí caseta en Madrid: a todos los que se le acercaban, y eran muchos, les juraba a voces: «Te va a encantar mi novela, la vas a disfrutar mucho; y me vas a reconocer, me vas a encontrar en ella». Aparte de que no sé si es una promesa o una amenaza decir a un lector que te va a encontrar en tu novela, me asombra el desparpajo con el que se vendía, también intentando crear lazos emocionales con los lectores: «Escríbeme cuando la hayas leído y me cuentas qué te ha parecido».
24 de abril
Regresando de Sant Jordi. En una de las casetas, firmamos con un tipo que tiene enormes colas. Sus libros llevan títulos como Ser feliz es fácil o Ama tu soledad. La religión ha sido sustituida por la fe en la autoayuda, superchería esta más sibilina porque se disfraza de ciencia y ofrece un consuelo rápido que, por supuesto, no solucionará ninguno de tus problemas. Y además, aunque eso lo comparte con la religión, desmoviliza y te ofrece la salvación individual sin contribuir a transformar ninguna de las estructuras que te oprimen.
Ser feliz es fácil aunque te maltrate tu marido, tengas que esperar un año para que te traten un cáncer, estés pluriempleado pero no llegues a fin de mes, un banco te eche de tu casa porque no puedes pagar la hipoteca.
Qué gentuza.
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