La víctima de un «depredador sexual» absuelto porque ella tenía 13 años y no 12: «Volverá a violar»
Fue violada por su tío cuando era una niña. Él fue condenado a ocho años de cárcel en primera instancia, pero el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ha dictado su absolución porque no se ha podido demostrar la edad de la menor. Según la legislación vigente en aquel entonces, si no había violencia … Continuar leyendo "La víctima de un «depredador sexual» absuelto porque ella tenía 13 años y no 12: «Volverá a violar»"

Fue violada por su tío cuando era una niña. Él fue condenado a ocho años de cárcel en primera instancia, pero el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ha dictado su absolución porque no se ha podido demostrar la edad de la menor. Según la legislación vigente en aquel entonces, si no había violencia ni intimidación ni falta de consentimiento probado, sólo era delito si la víctima tenía menos de 13 años. En este caso hay dudas sobre si la niña tenía 12 o 13, por lo que prima el in dubio pro reo.
«No estoy tranquila con ese tío en la calle. Es un depredador sexual, en un enfermo. Vivo con miedo», relata L. en conversación con OKDIARIO Andalucía. Tras muchos años sufriendo en silencio para que su familia no saltara por los aires, denunció en 2022, cuando vio que su hermana pequeña iba a ser «la siguiente».
La Audiencia de Cádiz dio por probado que una noche, mientras su sobrina dormía en un cortijo de Villamartín (Cádiz), Antonio (44 años) se acercó, le quitó la manta y la manoseó. «Esto tiene que quedar entre nosotros, no le digas nada a tu tía que se va a enfadar», le advirtió. Al fin de semana siguiente, mientras la niña dormía en el sofá, se acercó, la destapó y la violó. La menor, «paralizada, no pidió ayuda ni gritó». En la casa también dormía su prima, hija del acusado.
Según la sentencia, la violación tuvo lugar «en fecha indeterminada durante el año 2006», por lo que L., nacida en 1994, debía tener 11 o 12 años. No 13. El tribunal gaditano condenó a Antonio M. G. a ocho años de prisión y 10.000 euros de indemnización por un delito de abuso sexual con acceso carnal y prevalimiento de superioridad, pero el acusado recurrió.
L. no ha sido la única víctima. «Cuando hablé, salieron a la luz más cosas». Su madre y su tía relataron episodios similares: tocamientos siendo menores y mientras dormían. Un día, en una comida familiar, L. vio que Antonio se fijaba en su hermana pequeña, de 12 años: «Estaba con un top y un pantalón corto, como cualquier niña, jugando con otra prima. Tenía una mirada muy sucia. Me pasé la mano por el cuello, como diciendo: te lo corto. Para de mirar». Al final, L. les dijo a las dos que se pusieran una sudadera. «Pero ¿por qué? Hace calor». Preguntaron. Cuando se quedaron a solas, L. se encaró con su tío: «¿No te da vergüenza mirarlas con esa cara de asqueroso? Son niñas. ¿Tú cuándo piensas parar?».
Dos días antes de aquello, la hermana pequeña de L. le contó que había tenido una pesadilla «malísima» en la que su tío le ponía la mano en la pierna, igual que había hecho con ella a su edad. «Aquí ha pasado algo», pensó. La niña ya había contado en el colegio otras malas experiencias con él.
L. siempre ha convivido con la mirada acechadora de su tío: «Accedía a la parcela vecina, se escondía detrás de los árboles y se ponía a mirar. Mi padre lo pilló desde una azotea cuando tenía 7-8 años. Estaba espiándome y tocándose. Quería darle una paliza». L. empapeló las ventanas de su vivienda y tenía persianas que nunca subía. Incluso se deshizo de una piscina hinchable: «La puse para mi hija un verano y acabé rajándola. Se metía en su coche en pleno agosto, a 45 ºC, y desde ahí miraba a las niñas. Se tiraba 40 minutos haciendo como que buscaba unos papeles».
L. sintió que se estaba volviendo «loca» y decidió irse del pueblo. «Ya no sabía cómo me iba a levantar al día siguiente. Era demasiada rabia contenida. No sabía gestionarlo. Era imposible estar tranquila con ese tío suelto. Eché currículums, busqué trabajo por internet y me fui (a otra provincia de Andalucía)». Dice que no volverá hasta que su agresor ingrese en prisión.
Antonio sigue con su vida. Tiene su casa frente a un colegio infantil. «No me entra en la cabeza que yo tenga que irme para no encontrarme a ese hijo de puta y él esté suelto, en la calle, tan tranquilo». De haberlo sabido, dice, habría aplicado su propia ley: «Lo habría matado. Te lo juro que sí. De corazón te lo digo. Lo habría solucionado rápido. Pago seis años de cárcel y se acabó. Me quedaría nada para salir. Si no quieren que actuemos así, que hagan justicia. Si no, tendremos que hacerla nosotros».
La decisión del TSJA
El fallo del TSJA no cuestiona la veracidad de los hechos, pero no ha quedado «suficientemente probado» que L. tuviera menos de 13 años. La punibilidad dependía de su edad exacta, así que, a falta de «base probatoria para considerar acreditado» ese dato, el tribunal asume que el delito «no es penalmente típico».
Según el Código Penal vigente en 2006 los abusos eran actos sexuales sin consentimiento ejercidos sin violencia ni intimidación. Si la víctima tenía 13 años o más, se la consideraba con edad mental suficiente como para dejar clara su negativa. La sentencia de la Audiencia recoge que L. «se tapó la cabeza con la manta», deseando que «terminara cuanto antes» (en 2015, la edad para poder prestar consentimiento sexual se elevó a los 16 años).
El TSJA señala que L. dijo ante la Guardia Civil que «tenía unos 12 años», pero en el juicio dijo que tenía «12 o 13». Esa duda tumba todo. «Mi padre estaba en la cárcel, acababa de entrar, por eso ubico la fecha», recalca a este periódico. La prima de L. (hija del acusado), admitió en sede judicial que fue testigo directo de los hechos, pero se hizo la «dormida». Ante la Guardia Civil dijo que ella tenía 13 años. En el juicio dijo que tenía 14 –es dos meses mayor que la víctima–.
«Lo que están diciendo (con esta sentencia) es que una niña de 13 años podía ser violada y no pasaba nada. Porque la ley es así y la justicia es así. Pues vaya justicia… No hay edad para tener que consentir eso», lamenta L.
La familia de la víctima tiene en su poder wasaps y grabaciones telefónicas con la familia de Antonio en la que ambas partes son conscientes de lo ocurrido. «Él lo ha reconocido», admite su hija. Tanto los audios como los mensajes, a los que ha tenido acceso este periódico, fueron aportados a la investigación.
«Cuando haya una próxima víctima, que la habrá, a ver qué hace la justicia. Lo meterán en la cárcel, pero la vida la tienes destrozada hasta el día en que te mueras. Ya no vuelves a ser la misma. No sólo ha roto mi vida, también ha roto una familia», apunta L., que todavía se sigue haciendo preguntas: «No estamos hablando de un abusador, estamos hablando de un depredador. ¿La justicia no lo ve? ¿No tienen hijos? ¿No se les mueve nada por dentro cuando ven un caso así?».
Las secuelas
Según la sentencia, a raíz de la violación L. sufre trastorno de estrés postraumático crónico y secuelas psicológicas de trastorno neurótico en grado moderado (alteraciones en el sueño, ansiedad, hipersensibilidad, hostilidad y psicorreactividad).
Preguntada al respecto, la víctima narra las consecuencias que arrastra en su día a día: «Vivo todo el tiempo en alerta. Al mínimo roce por la calle… Y tengo muchos problemas en el trabajo. Si un hombre me mira fijamente o se queda mirando a otra camarera, enseguida le digo: ¿Qué miras? Ya está, ¿no? ¿No tienes móvil? Y lo mando a la terraza».
En el pueblo donde vive ahora hay un hombre que se parece a su tío. Es igual de bajito y usa las mismas gafas. «Igual es la mejor persona del mundo, pero no lo puedo ni ver. Lo odio. Odio a ese hombre. Y no me ha hecho nada», reconoce.
Su cabeza «no para». Han pasado casi 20 años, pero aquel episodio sobrevuela sus rutinas. También tiene problemas para conciliar el sueño: «Sufro terrores nocturnos, es imposible que duerma ocho horas. Me despierto llorando, hablando en sueños, dando patadas. Mi pareja se tiene que levantar y dejarme sola». Los problemas también le afectan como madre: «No soy capaz de dejar a mi hija con ningún hombre que no sea su padre. Tiene que ser una mujer a la que yo conozca».
Su abogado, Jaime Villalba Varela, ha anunciado que recurrirán la sentencia del TSJA: «Es una casación al Supremo de libro», asegura a este periódico. L. seguirá peleando: «No quiero dejar esto en el aire. La niña que algún día fui necesita justicia, y la mujer que hoy en día soy necesita paz e intentar dormir tranquila».