La tarde que nos dejó en pausa

No solemos pararnos a pensar que la vida sigue a pesar de la incertidumbre, fuera de las pantallas, a pie de calle. Eso pasó ayer, este 28 de abril, cuando encender el móvil era como un acto reflejo, algo que hacemos por inercia y que, durante horas, resultó inútil. La ansiedad que provocaba no saber dónde o cómo estaban tus padres o amigos era difícil de gestionar pero, dejando a un lado preocupaciones, ¿podríamos haber aguantado más de un día? Las horas muertas ocuparon toda la tarde, sin saber si podíamos trabajar al día siguiente, con la mayoría de comercios cerrados y sin tener la más mínima idea de cuáles eran las causas que habían provocado un apagón nunca visto. Claro está que este evento ya se suma a la variopinta lista de los últimos años: una pandemia con su claustrofóbico confinamiento, un volcán en erupción, muchas elecciones de por medio y una angustiosa DANA que justo ahora cumple seis meses. Me atrevo a decir que a muchos nos vinieron a la cabeza las sensaciones de la pandemia pero, a diferencia de entonces, pegados las veinticuatro horas del día a las pantallas, durante el apagón sólo nos quedaba mirarnos los unos a los otros, arrancar con conversaciones de acá para allá, sacar ese juego de mesa que reservamos para los días de verano, el libro con cierto polvo de la estantería y a dejar que la normalidad volviera por sí sola. Eso a los que les pilló en casa; mientras, otros, aprovechando el tiempo primaveral, se lanzaron a las calles, ocuparon terrazas, bancos y parques, y las reuniones improvisadas de amigos y vecinos se hicieron con el vaivén de una tarde cualquiera de abril. A juzgar por las imágenes que todos vimos cuando volvió la conexión por la noche, multitud de barrios en todos los puntos del país estaban a rebosar: gente tomando los últimos rayos de sol, bailes improvisados, corrillos con música en la calle y, como buena tradición de pueblo, 'tomando el fresco'. Lo que en los primeros momentos fue angustia generalizada por el trabajo o las dificultades por llegar a casa, al cabo de las horas se transformó en la mejor muestra de lo que somos: nuestra gente. Sin caer en el positivismo y conociendo testimonios de multitud de personas que se vieron atrapadas, incomunicadas de sus seres queridos y sin saber bien cómo volver o a qué hora llegarían a sus casas en una jornada digna de película, cierto es que el hecho de rebuscar por casa una radio pequeñita, salir al portal a hablar con los vecinos y reunirse de manera improvisada recuerda a la infancia, aquellos tiempos en que las relaciones no dependían de lo digital, cuando el tú a tú estaba a la orden del día. Ninguno queremos volver a la tarde que nos dejó en pausa, la del 28 de abril, pero sólo con ver que anochece un día más, que las horas transcurren como si nada y que el apagón quedar?...

Abr 29, 2025 - 17:08
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La tarde que nos dejó en pausa
No solemos pararnos a pensar que la vida sigue a pesar de la incertidumbre, fuera de las pantallas, a pie de calle. Eso pasó ayer, este 28 de abril, cuando encender el móvil era como un acto reflejo, algo que hacemos por inercia y que, durante horas, resultó inútil. La ansiedad que provocaba no saber dónde o cómo estaban tus padres o amigos era difícil de gestionar pero, dejando a un lado preocupaciones, ¿podríamos haber aguantado más de un día? Las horas muertas ocuparon toda la tarde, sin saber si podíamos trabajar al día siguiente, con la mayoría de comercios cerrados y sin tener la más mínima idea de cuáles eran las causas que habían provocado un apagón nunca visto. Claro está que este evento ya se suma a la variopinta lista de los últimos años: una pandemia con su claustrofóbico confinamiento, un volcán en erupción, muchas elecciones de por medio y una angustiosa DANA que justo ahora cumple seis meses. Me atrevo a decir que a muchos nos vinieron a la cabeza las sensaciones de la pandemia pero, a diferencia de entonces, pegados las veinticuatro horas del día a las pantallas, durante el apagón sólo nos quedaba mirarnos los unos a los otros, arrancar con conversaciones de acá para allá, sacar ese juego de mesa que reservamos para los días de verano, el libro con cierto polvo de la estantería y a dejar que la normalidad volviera por sí sola. Eso a los que les pilló en casa; mientras, otros, aprovechando el tiempo primaveral, se lanzaron a las calles, ocuparon terrazas, bancos y parques, y las reuniones improvisadas de amigos y vecinos se hicieron con el vaivén de una tarde cualquiera de abril. A juzgar por las imágenes que todos vimos cuando volvió la conexión por la noche, multitud de barrios en todos los puntos del país estaban a rebosar: gente tomando los últimos rayos de sol, bailes improvisados, corrillos con música en la calle y, como buena tradición de pueblo, 'tomando el fresco'. Lo que en los primeros momentos fue angustia generalizada por el trabajo o las dificultades por llegar a casa, al cabo de las horas se transformó en la mejor muestra de lo que somos: nuestra gente. Sin caer en el positivismo y conociendo testimonios de multitud de personas que se vieron atrapadas, incomunicadas de sus seres queridos y sin saber bien cómo volver o a qué hora llegarían a sus casas en una jornada digna de película, cierto es que el hecho de rebuscar por casa una radio pequeñita, salir al portal a hablar con los vecinos y reunirse de manera improvisada recuerda a la infancia, aquellos tiempos en que las relaciones no dependían de lo digital, cuando el tú a tú estaba a la orden del día. Ninguno queremos volver a la tarde que nos dejó en pausa, la del 28 de abril, pero sólo con ver que anochece un día más, que las horas transcurren como si nada y que el apagón quedar?...