La sociedad del hedonismo

En las sobremesas porteñas ha comenzado a suscitarse una discusión paradigmática de nuestro tiempo acerca de los cambios de comportamientos que en sectores acomodados parece producir el consumismo, basada en la coincidencia entre la inusitada proliferación de locales con productos para mascotas, un fuerte descenso de la matrícula y cierre de escuelas de clase media-alta y la disminución de la tasa de natalidad en Buenos Aires.Una comprobación intuitiva que no debería sorprender pues en Europa desde hace ya muchos años está difundida y practicada la broma según la cual para esas sociedades de alto consumo el orden de prioridades es el auto, las vacaciones, el perro, la pareja y, finalmente, los hijos, lo cual parecería comenzar a visibilizarse en el paisaje porteño.En este revelador decálogo existencial, las mascotas parecerían adquirir un protagonismo simbólico y elocuente, menos acerca de ellas que de lo que sus amos podrían buscar en seres que son obedientes, no decepcionan, son económicos, puede tercerizarse su atención y existen quienes hasta las descartan sin culpa, ofrecen afecto incondicional y, sobre todo, no producen obligaciones legales, es decir, son compañías e “hijos” ideales, pues se convierten exactamente en lo que sus dueños desean.Detrás de aquella elección de vida que se va imponiendo irremediablemente en algunos países europeos en paradójico contrapunto con las prolíficas familias de los integrismos que los amenazan, podría anidar el miedo al compromiso, al esfuerzo, a los sacrificios –la propia concepción de un hijo constituye una de las más abnegadas entregas a otro ser humano–, al riesgo y a los ineludibles fracasos que una familia ocasiona, una apuesta a exaltar el gozo individual y a despreciar los viejos compromisos intergeneracionales con el futuro y la perpetuación del propio ser, cuyo diagnóstico podría derivar en una adicción a la autocomplacencia e intolerancia a la insatisfacción. Sin embargo, más allá de este temor a lo contingente y esta ansia de placer garantizado a bajo costo, podría anidar una posible incoherencia entre una amplia liberalidad para vivir como se quiera y una rigidez inflexible para tolerar opiniones diversas sobre las formas de vida, como si se pretendiese recurrir a las mascotas cual coartadas para disimular el miedo a los duros desafíos que plantea la libertad. Resultaría paradójico que quienes critiquen el hiperconsumismo de la sociedad capitalista fuesen los mismos que exalten el modo de vida que ella produce, o que aquellos que aboguen por una libertad individualista absoluta respecto de la forma de vivir luego condenasen a quienes sostienen otras formas de vida.Esta discusión podría ser tomada como una alegoría del hedonismo en la sociedad actual, de su búsqueda hacia una forma de maximizar los beneficios de la libertad y minimizar sus desafíos, asegurándose de que los seres que nos rodean y dan satisfacción obedezcan mudos.Este debate no trata acerca de las mascotas, que son entrañables compañeros, sino de los seres humanos y de sus prioridades. En una sociedad libre cada cual debe poder vivir la vida que le plazca, lo cual no impide advertir que el temor al sacrificado ejercicio pleno de la libertad no debería ser enmascarado por cómodas excusas para condenar a quienes aspiran a vivir entre hombres libres y no en una sociedad de sumisas mascotas.Diplomático de carrera

Abr 29, 2025 - 04:49
 0
La sociedad del hedonismo

En las sobremesas porteñas ha comenzado a suscitarse una discusión paradigmática de nuestro tiempo acerca de los cambios de comportamientos que en sectores acomodados parece producir el consumismo, basada en la coincidencia entre la inusitada proliferación de locales con productos para mascotas, un fuerte descenso de la matrícula y cierre de escuelas de clase media-alta y la disminución de la tasa de natalidad en Buenos Aires.

Una comprobación intuitiva que no debería sorprender pues en Europa desde hace ya muchos años está difundida y practicada la broma según la cual para esas sociedades de alto consumo el orden de prioridades es el auto, las vacaciones, el perro, la pareja y, finalmente, los hijos, lo cual parecería comenzar a visibilizarse en el paisaje porteño.

En este revelador decálogo existencial, las mascotas parecerían adquirir un protagonismo simbólico y elocuente, menos acerca de ellas que de lo que sus amos podrían buscar en seres que son obedientes, no decepcionan, son económicos, puede tercerizarse su atención y existen quienes hasta las descartan sin culpa, ofrecen afecto incondicional y, sobre todo, no producen obligaciones legales, es decir, son compañías e “hijos” ideales, pues se convierten exactamente en lo que sus dueños desean.

Detrás de aquella elección de vida que se va imponiendo irremediablemente en algunos países europeos en paradójico contrapunto con las prolíficas familias de los integrismos que los amenazan, podría anidar el miedo al compromiso, al esfuerzo, a los sacrificios –la propia concepción de un hijo constituye una de las más abnegadas entregas a otro ser humano–, al riesgo y a los ineludibles fracasos que una familia ocasiona, una apuesta a exaltar el gozo individual y a despreciar los viejos compromisos intergeneracionales con el futuro y la perpetuación del propio ser, cuyo diagnóstico podría derivar en una adicción a la autocomplacencia e intolerancia a la insatisfacción.

Sin embargo, más allá de este temor a lo contingente y esta ansia de placer garantizado a bajo costo, podría anidar una posible incoherencia entre una amplia liberalidad para vivir como se quiera y una rigidez inflexible para tolerar opiniones diversas sobre las formas de vida, como si se pretendiese recurrir a las mascotas cual coartadas para disimular el miedo a los duros desafíos que plantea la libertad.

Resultaría paradójico que quienes critiquen el hiperconsumismo de la sociedad capitalista fuesen los mismos que exalten el modo de vida que ella produce, o que aquellos que aboguen por una libertad individualista absoluta respecto de la forma de vivir luego condenasen a quienes sostienen otras formas de vida.

Esta discusión podría ser tomada como una alegoría del hedonismo en la sociedad actual, de su búsqueda hacia una forma de maximizar los beneficios de la libertad y minimizar sus desafíos, asegurándose de que los seres que nos rodean y dan satisfacción obedezcan mudos.

Este debate no trata acerca de las mascotas, que son entrañables compañeros, sino de los seres humanos y de sus prioridades. En una sociedad libre cada cual debe poder vivir la vida que le plazca, lo cual no impide advertir que el temor al sacrificado ejercicio pleno de la libertad no debería ser enmascarado por cómodas excusas para condenar a quienes aspiran a vivir entre hombres libres y no en una sociedad de sumisas mascotas.

Diplomático de carrera