Jordi Clos o la pasión del coleccionista

Ser coleccionista tiene mucho de Sherlock Holmes. Jordi Clos Llombart, creador del Museo Egipcio de Barcelona y la fundación homónima, sigue la pista de los faraones desde hace medio siglo. Fue entonces, con la economía precaria de los dieciocho años, adquirió la primera pieza de un fondo que hoy alcanza las mil trescientas. Pasear con el mecenas por las salas del Egipcio va más allá de la descripción de lo expuesto. Desde que en 1992 reunió en el Hotel Claris trescientas obras que serían el embrión del museo actual, previo paso en 1994 por la sede de Rambla Cataluña, Clos ha doblado su colección. Piezas que son pequeñas victorias conseguidas en subastas y arduas negociaciones con familias que ponían en venta el legado de sus ancestros. «El criterio de cada compra se fundamenta en su valor artístico o su ausencia en la colección», explica. Tras la adquisición la pieza puede pasar por tres etapas: restauración ; retiro temporal (dos o tres meses) en casa del coleccionista para «conversar con ella», analizarla y encajarla en el discurso museológico; inclusión en exhibiciones internacionales como las del Museo Egipcio en China, Colombia o Francia. «Esta es la adquisición más importante». Clos señala con orgullo la estatua del Visir Sejemijptah tallada en piedra caliza bajo la dinastía V del Reino Antiguo (2416-2392 a. C.). El Escriba , con faldellín y peluca corta, pasó por un coleccionista anadiense en 1951, la Universidad de Montreal hasta la subasta londinense en la que Clos adquirió la estatua: «Había un teléfono que no paraba de sonar y cada vez que sonaba se elevaba la puja», recuerda. El itinerario prosigue en la vitrina que conserva un vaso canopo de alabastro del Periodo Ptolemaico. Su particularidad: «Supera con creces los habitualmente utilizados para seres humanos, podría contener vísceras de animales sagrados de gran tamaño como el toro Apis». De ese mismo periodo es la máscara funeraria femenina que completa con otros objetos una de las momias del museo. A esa misma temática pertenece la tapa de madera pintada de un ataúd de la Baja Época (715-332 a.C.). Clos llama la atención sobre las manos de la difunta: «No teníamos ningún sarcófago con esa posición de manos: indica honorabilidad y prestigio». Otra estela funeraria, también femenina en piedra caliza pintada, ilustra el tránsito a la iconografía romana, ya en el siglo III d. C. La cubierta del ataúd de Neitembat es otra de las adquisiciones destacables. Clos subraya la calidad del dibujo –«parece que se haya hecho ahora»- y evoca los dos años que le costó comprar esta obra de la Dinastía XXVI a un anticuario de la Rive Gauche parisina. El sarcófago ha retornado a Barcelona tras un año de exposición itinerante por China. En otras vitrinas, la maqueta de una barca en madera estucada de la Dinastía XII, las estatuillas de Ushebti del Padre de Dios, la del dios Anubis en bronce –«no contábamos con una imagen de tanta calidad», apunta Clos- y tres placas de piedra caliza del período Ptolemaico con la representación del pájaro sagrado Bennu. También sobre piedra caliza se pintó la estela de Jaemeref en las postrimerías del Segundo Período Intermedio. Clos la compró a una familia de Barcelona que la consiguió en Sotheby's en 1975: «Localizamos el catálogo de aquella subasta y la hemos adquirido para que se quede en España». El recorrido finaliza con la estatuilla en bronce de Re-Haractes (715-332 a.C.). La divinidad, cuerpo humano y cabeza de halcón, coronada por el disco solar, ha recuperado el oro, el lapislázuli, la turquesa y la cornalina que en su momento le fueron arrancadas. En el Museo Egipcio de Jordi Clos se le restituye su belleza original. El final feliz de un largo trayecto a través de los siglos.

Abr 7, 2025 - 19:30
 0
Jordi Clos o la pasión del coleccionista
Ser coleccionista tiene mucho de Sherlock Holmes. Jordi Clos Llombart, creador del Museo Egipcio de Barcelona y la fundación homónima, sigue la pista de los faraones desde hace medio siglo. Fue entonces, con la economía precaria de los dieciocho años, adquirió la primera pieza de un fondo que hoy alcanza las mil trescientas. Pasear con el mecenas por las salas del Egipcio va más allá de la descripción de lo expuesto. Desde que en 1992 reunió en el Hotel Claris trescientas obras que serían el embrión del museo actual, previo paso en 1994 por la sede de Rambla Cataluña, Clos ha doblado su colección. Piezas que son pequeñas victorias conseguidas en subastas y arduas negociaciones con familias que ponían en venta el legado de sus ancestros. «El criterio de cada compra se fundamenta en su valor artístico o su ausencia en la colección», explica. Tras la adquisición la pieza puede pasar por tres etapas: restauración ; retiro temporal (dos o tres meses) en casa del coleccionista para «conversar con ella», analizarla y encajarla en el discurso museológico; inclusión en exhibiciones internacionales como las del Museo Egipcio en China, Colombia o Francia. «Esta es la adquisición más importante». Clos señala con orgullo la estatua del Visir Sejemijptah tallada en piedra caliza bajo la dinastía V del Reino Antiguo (2416-2392 a. C.). El Escriba , con faldellín y peluca corta, pasó por un coleccionista anadiense en 1951, la Universidad de Montreal hasta la subasta londinense en la que Clos adquirió la estatua: «Había un teléfono que no paraba de sonar y cada vez que sonaba se elevaba la puja», recuerda. El itinerario prosigue en la vitrina que conserva un vaso canopo de alabastro del Periodo Ptolemaico. Su particularidad: «Supera con creces los habitualmente utilizados para seres humanos, podría contener vísceras de animales sagrados de gran tamaño como el toro Apis». De ese mismo periodo es la máscara funeraria femenina que completa con otros objetos una de las momias del museo. A esa misma temática pertenece la tapa de madera pintada de un ataúd de la Baja Época (715-332 a.C.). Clos llama la atención sobre las manos de la difunta: «No teníamos ningún sarcófago con esa posición de manos: indica honorabilidad y prestigio». Otra estela funeraria, también femenina en piedra caliza pintada, ilustra el tránsito a la iconografía romana, ya en el siglo III d. C. La cubierta del ataúd de Neitembat es otra de las adquisiciones destacables. Clos subraya la calidad del dibujo –«parece que se haya hecho ahora»- y evoca los dos años que le costó comprar esta obra de la Dinastía XXVI a un anticuario de la Rive Gauche parisina. El sarcófago ha retornado a Barcelona tras un año de exposición itinerante por China. En otras vitrinas, la maqueta de una barca en madera estucada de la Dinastía XII, las estatuillas de Ushebti del Padre de Dios, la del dios Anubis en bronce –«no contábamos con una imagen de tanta calidad», apunta Clos- y tres placas de piedra caliza del período Ptolemaico con la representación del pájaro sagrado Bennu. También sobre piedra caliza se pintó la estela de Jaemeref en las postrimerías del Segundo Período Intermedio. Clos la compró a una familia de Barcelona que la consiguió en Sotheby's en 1975: «Localizamos el catálogo de aquella subasta y la hemos adquirido para que se quede en España». El recorrido finaliza con la estatuilla en bronce de Re-Haractes (715-332 a.C.). La divinidad, cuerpo humano y cabeza de halcón, coronada por el disco solar, ha recuperado el oro, el lapislázuli, la turquesa y la cornalina que en su momento le fueron arrancadas. En el Museo Egipcio de Jordi Clos se le restituye su belleza original. El final feliz de un largo trayecto a través de los siglos.