Gótico es miedo y es amor
De entrada, se nos muestra un plante distópico en el que una estatua arquitectónica, que se asemeja a la Estatua de la Libertad, se halla bajo las aguas. La construcción de la misma, con obreros llenos de sudor y desdichas, y el sentido alegórico de su final bajo las aguas, por culpa de la subida... Leer más La entrada Gótico es miedo y es amor aparece primero en Zenda.

En los castillos y palacios antiguos solía haber un pasadizo secreto por el que el rey o el conde escapaban a caballo, hacia el espacio abierto, en caso de crisis. Ese pasadizo puede se puede hacer universal y servir a casi todas las causas, si en lugar de estar excavado, bajo suelo, se halla entre las moléculas del agua. Allí es donde lo encuentra Laisvé, la niña protagonista de Iluminada, la última obra de Lidia Yuknavitch (1963) en llegar a nuestras librerías. Estamos, de nuevo, frente a una novela de impacto, en la que el lector encontrará una experiencia casi opuesta a la lectura fácil de los éxitos comerciales. De hecho, Yuknavitch parece empeñada en demostrarnos que uno de los mejores valores literarios que se pueden explotar es la incomodidad. Y debemos aclarar que nuestra pretensión es que este sea un comentario elogioso.
De entrada, se nos muestra un plante distópico en el que una estatua arquitectónica, que se asemeja a la Estatua de la Libertad, se halla bajo las aguas. La construcción de la misma, con obreros llenos de sudor y desdichas, y el sentido alegórico de su final bajo las aguas, por culpa de la subida de los océanos, nos presentan las principales intenciones de la autora: hablar de los perdedores y del sufrimiento, de la tiranía de las pirámides sociales, de la lucha, preciosa e imprescindible, y posiblemente inane, por algo que, a falta de un término menos ambiguo y manipulado, llamaremos libertad. Laisvé viajará desde el futuro distópico hasta varios momentos del pasado para visitar a distintas personas —un escultor, una mujer del mundo de los perdedores, un asesino, unos obreros, la hija de un dictador—, cuyas conexiones no son evidentes, aunque uno va sospechando que algo debe de estar modificando el futuro, el presente de Laisvé, estos desplazamientos. Y es que Laisvé tiene, como los personajes que va conociendo, un pasado que debería explicar quién es o quién va a ser: su madre falleció ahogada, en el océano, durante el viaje de inmigración de la familia a bordo de un barco. La misma agua con que nos bautizamos será el agua que servirá de sepulcro, el agua que da y quita vida, los dos extremos del viaje.
Al mismo tiempo, los detalles de fantasía propios de literatura juvenil, y Laisvé tiene alrededor de los doce años, están presentes a través de los animales que hablan, como la sabia tortuga, una leyenda, y de animales que sirven de contraste con los humanos, pues ellos, al carecer de civilización, carecen también de destrucción: «Es más fácil pensar en sí misma como una niña de alguna fábula oceánica que vivir presa del miedo infinito que su padre había creado para ella». Miedo, amor: los límites del gótico. Que en el caso de Yuknavitch se combina con unas formas que rozan el expresionismo: «Necesitamos una nueva historia de la libertad que comience con el cuerpo de una mujer sin hijos ni el deseo cíclope del pene masculino entrando o saliendo de su agujero. Necesitamos una regeneración a escala colosal. Un hombre-mujer».
En realidad, lo que explica a través de estos relatos en los que solo se nos muestran algunas de las caras del poliedro, son las consecuencias de las carencias afectivas, por qué somos seres incompletos, qué es lo que destruye cuerpos y almas, eso que se encuentra en la infancia: «En una ciudad próspera, los niños son objetivos perfectos. Tanto para los capitalistas como para los secuestradores, esclavistas y sociópatas», o «Cuando un chaval así comienza a ver que el futuro no tiene nada que ofrecerle, se llena de ira, de cualquier cosa que le haga sentir que existe». Y, sin duda, el odio nos hace ser conscientes de que estamos vivos, mientras actúa de ansiolítico. Claro que al odio muchas veces le acompañan esas bajas pasiones que con frecuencia se vinculan al sexo o a la sangre. Pero no es la mejor idea esconder nada de esto. De ahí que estas, sobre las que hemos ido hablando, sean las caras del poliedro que Yuknavitch elige mostrar, a veces dando voz a los propios protagonistas. A lo que no debemos temer nosotros es a afrontar esta lectura.
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Autor: Lidia Yuknavitch. Título: Iluminada. Traducción: Sarai Herrera y Sergio Chesán. Editorial: Horror Vacui. Venta: Todos tus libros.
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