España con luz, españoles sin luces
El Centro de Invenciones Sanchistas (CIS) corrió raudo a rescatar la escasa dignidad que le queda al caudillo de Tezanos para preguntar a los españoles por su intención de voto. Ahora que volvemos a tener luz, tocaba confirmar si nos quedaban luces para otorgar al responsable su cuota de culpa o acreditar que somos una … Continuar leyendo "España con luz, españoles sin luces"

El Centro de Invenciones Sanchistas (CIS) corrió raudo a rescatar la escasa dignidad que le queda al caudillo de Tezanos para preguntar a los españoles por su intención de voto. Ahora que volvemos a tener luz, tocaba confirmar si nos quedaban luces para otorgar al responsable su cuota de culpa o acreditar que somos una nación de borregos felices, encantados de ser meados salvíficamente por quienes bendicen nuestra miseria con sonrisas y sostenibilidad. Era de esperar que la casa sociológica que pagamos todos, en esa encuesta flash encargada por Moncloa, diera por ganador a Sánchez y por vencedor de la crisis al PSOE. Sólo seis de cada diez encuestados creyeron que el Gobierno no ha informado adecuadamente sobre lo acontecido con el apagón que dejó a oscuras el país y desnudos a sus dirigentes. Los otros cuatro viven del carnet que expide Ferraz y sufraga el BOE.
El estercolero intelectual de José Félix insiste en que el PSOE volvería a ganar las elecciones, como si las últimas las hubiera ganado. La idea es instaurar en la mente de los borregos meados y felices que su Gobierno está aquí para protegerles, que nunca les faltará una manta para arroparse y una bombilla que les ilumine en las noches frías de invierno -en verano, ya veremos-. Una anestesia que actúa como antesala de la siguiente entre la población dopada de insulina socialista. Tanto tienes, tanto me debes, reza el eslogan del puño, un fraude intelectual tan liberticida como efectivo desde que Marx observó, con perezosa lucidez, el odio de los obreros manipulables, un odio que después Lenin convirtió en tinieblas asesinas gracias al rencor de causa.
Vivimos en la era del bulo y la distopía, una fusión de trolas y embustes presupuestadas por el trilero mayor de la autocracia y con justificación permanente de la clá mediática, reunida toda ella en la televisión pública nacional de José Pablo -o sea, la tele privada de Sánchez-, que coloca a comisarios del mensaje con tanta rapidez como dilapida los recursos públicos en propaganda que nadie ve. Han congelado a la población aún pensante, porque de los borregos no esperemos ya nada. Seguirán justificando los ladridos del macarra de Transportes y las mentiras de quien dirige la cueva tributaria de Alí Ferraz. Creerán que la guapura de Pedro es más solvente que la verdad de Abascal y Ayuso. Sólo hacen caso a los loritos de repetición y todólogos del sistema, y se mueven por la misma víscera que hace a los votantes anular cualquier atisbo de razón en sus decisiones: lo propio por encima de lo común, aunque en sus discursos no dejen de repetir que son el partido de lo común. La España que salió a la calle por Excalibur, el perro del ébola, se puso a hacer la conga mientras cientos de compatriotas luchaban contra la claustrofobia y algunos hasta perdieron a familiares y amigos.
Pero de esta España no me extraña. Tan complaciente con el escándalo y la delincuencia como convaleciente por la sistémica situación que sufre la nación más antigua de Europa. Condenados a una desaparición imparable, por vía demográfica y económica, abrazados a unos felones en Bruselas que ejecutan las órdenes que otros dictan. Plutócratas, los llama Juan Manual de Prada, eurócratas de la Sorosridad, denomino yo. La España que lee El País perpetrando un reportaje sobre lo bonito que es cocinar sin luz y la cantidad de divertimentos que podemos desarrollar a oscuras es gemela de la que escucha a la SER romantizar, como Aroca -el tipo que comía con los de los ERE de Andalucía-, la miseria eléctrica. La España ilustrada de egoísmo y subvenciones, de prebendas y obsequios otorgados por los mismos ladrones que justifican su nulidad. La España sin luces, que elige las mismas cadenas que recibieron con vítores y alfombra roja a Fernando VII tras el Trienio Liberal. El gran reseteo debe empezar por una auditoría de las cuentas públicas, prioridad moral del primer gobierno en el postsanchismo. Para ello, es conveniente escuchar más a los autónomos y menos a Ursula von der Leyen, y pasar más tiempo con las familias y menos con los sindicatos. O al final, Tezanos tendrá razón y España volverá a votar por quien le resulte más fiable, aunque sea en la traición, la mentira y el trinque.