El ‘Síndrome de Blancanieves’ existe y le ha enseñado a las mujeres a odiarse entre sí, ¿qué es y cómo enfrentarlo?

A propósito del estreno del live action de Blancanieves, protagonizado por Rachel Zegler y Gal Gadot, ha resurgido una conversación sobre el llamado ‘Síndrome de Blancanieves’, un fenómeno que nos han inculcado desde niñas y que puede afectar nuestras relaciones con otras mujeres. Pero, ¿realmente es un problema individual o una trampa bien construida para que nunca hagamos equipo?

¿Qué es el ‘Síndrome de Blancanieves’?

Más que un diagnóstico clínico, es un concepto acuñado por la psicoterapeuta Betsy Cohen para describir cómo algunas mujeres sienten que su valor está ligado a la juventud y la belleza, y, cuando perciben que estas cualidades se desvanecen, comienzan a ver a otras mujeres como rivales.

Su origen es claro: una sociedad que nos ha condicionado a creer que solo una puede ser “la más hermosa del reino”, empujándonos a competir entre nosotras en lugar de apoyarnos. Nos enseñaron a temer el envejecimiento, a desconfiar de la belleza ajena y a compararnos sin descanso, todo para mantenernos divididas.

La rivalidad entre mujeres no surge porque sí. Desde pequeñas, las películas, la publicidad y hasta los cuentos de hadas nos han mostrado que hay dos tipos de mujeres: las jóvenes y bellas, y las “otras”, las que quedan relegadas al papel de villanas, brujas, madrastras y antagonistas. Este mensaje nos bombardea sin descanso y genera la falsa idea de que para brillar, alguien más tiene que perder.

Pero esto no solo afecta a quienes entran en la competencia. También excluye y castiga a todas aquellas que no encajan en este molde, como si el valor de una mujer dependiera únicamente de su apariencia y no de sus capacidades, su inteligencia o su esencia.

 

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La verdadera salida: la sororidad como antídoto

La única forma de romper con esta narrativa es darnos cuenta de que ninguna mujer es nuestra enemiga. La verdadera competencia nunca ha estado entre nosotras, sino contra un sistema que nos ha hecho creer que debemos luchar por migajas en lugar de exigir espacios para todas.

En lugar de alimentar esta rivalidad, podemos construir una red de apoyo en la que celebremos nuestras diferencias en vez de temerlas. Validar el éxito de otras mujeres no nos quita nada; al contrario, nos hace más fuertes.

Si alguna vez has sentido que otra mujer es tu competencia, pregúntate: ¿por qué me enseñaron a verla así y a quién le conviene que nos enfrentemos? La respuesta puede ser más poderosa de lo que imaginas.