El método más retorcido de las arañas bebé para no acabar en el menú familiar
Caníbales - Las Agelena labyrinthica comparten su telaraña en armonía durante semanas, sin signos de violencia, incluso bajo condiciones extremas de hambre, siempre que sus hermanos sigan emitiendo señales químicas de vida La araña violinista europea: qué se sabe (y qué no) sobre su peligrosidad real No hay funeral, pero sí banquete. Cuando un hermano muere, el resto de arañas lo aprovecha como si fuera un manjar. No hay remordimientos, tampoco solemnidad. Solo un cuerpo sin señales químicas de vida y un grupo de crías de araña con hambre y cero sentimentalismo. La convivencia puede durar semanas sin un solo ataque, aunque el alimento escasee. Sin embargo, en cuanto la vida se apaga, todo cambia. El cambio no es emocional ni simbólico. Es químico. El canibalismo aparece cuando desaparecen las señales químicas Las Agelena labyrinthica, conocidas como arañas de laberinto, desarrollan un sistema social rudimentario durante sus primeras semanas. Comparten telaraña con decenas de hermanos y sobreviven al invierno juntos. Pero eso no las convierte en animales cooperativos ni elimina su naturaleza caníbal. Según un estudio del laboratorio de comportamiento animal del CNRS en Toulouse, el impulso de devorar a sus congéneres aparece de forma muy selectiva: solo cuando el otro ha dejado de moverse. Las pruebas se hicieron con crías nacidas de ootecas recogidas en el suroeste de Francia. Algunas crecieron en aislamiento. Otras, en grupos. Ninguna recibió comida. Tras 20 días sin alimento, los investigadores colocaron a las arañas en parejas dentro de pequeños contenedores. Lo que observaron fue que las criadas en grupo mantenían una tolerancia sorprendente hacia sus compañeras vivas. No las atacaban, ni siquiera bajo el estrés de la inanición. Las pequeñas arañas se contienen hasta que notan que uno de sus hermanos ha muerto Ese comportamiento contrastó con lo que ocurrió al introducir cadáveres. Todas las arañas, criadas juntas o solas, se lanzaban a alimentarse del cuerpo sin vida en menos de una hora. Antoine Lempereur, autor principal del estudio, explicaba que “las arañas pueden tolerar a hermanos vivos durante semanas, pero consumen cadáveres con rapidez”. Para entender mejor ese cambio de actitud tan radical, los investigadores propusieron una hipótesis basada en las señales químicas. Esas señales, emitidas solo por los individuos vivos, podrían actuar como freno a la agresividad y al canibalismo. Cuando desaparecen, el cuerpo se convierte en una fuente de nutrientes sin obstáculos. Lempereur y el también investigador Raphaël Jeanson señalaron que “las arañas, incluso cuando están hambrientas, pueden ser muy tolerantes con sus hermanos vivos gracias a señales sociales que impiden el canibalismo”. La experiencia compartida durante la crianza modula la agresividad Este tipo de comunicación temprana no es común entre especies caníbales. Pero en el caso de estas arañas, las primeras etapas de vida requieren cierto nivel de coexistencia. Las hembras colocan sus huevos —hasta 130— en una cámara central del nido, y las crías comparten espacio con ella hasta la primavera. Durante ese tiempo, subsisten con el contenido de sus propios huevos, y si la madre muere, la comen también. Esa etapa inicial parece ser suficiente para que aprendan a diferenciar entre un cuerpo que aún emite señales vitales y otro que ya no tiene utilidad más allá de lo nutritivo. El estudio apunta a que la vida en grupo es la responsable de esa sensibilidad social. Las arañas criadas en aislamiento fueron más agresivas, lo que apoya la idea de que el contacto con los hermanos modula la respuesta. Jeanson ya había demostrado en trabajos previos que la falta de interacción reduce la capacidad de interpretar señales químicas emitidas por otros.

Caníbales - Las Agelena labyrinthica comparten su telaraña en armonía durante semanas, sin signos de violencia, incluso bajo condiciones extremas de hambre, siempre que sus hermanos sigan emitiendo señales químicas de vida
La araña violinista europea: qué se sabe (y qué no) sobre su peligrosidad real
No hay funeral, pero sí banquete. Cuando un hermano muere, el resto de arañas lo aprovecha como si fuera un manjar. No hay remordimientos, tampoco solemnidad. Solo un cuerpo sin señales químicas de vida y un grupo de crías de araña con hambre y cero sentimentalismo.
La convivencia puede durar semanas sin un solo ataque, aunque el alimento escasee. Sin embargo, en cuanto la vida se apaga, todo cambia. El cambio no es emocional ni simbólico. Es químico.
El canibalismo aparece cuando desaparecen las señales químicas
Las Agelena labyrinthica, conocidas como arañas de laberinto, desarrollan un sistema social rudimentario durante sus primeras semanas. Comparten telaraña con decenas de hermanos y sobreviven al invierno juntos. Pero eso no las convierte en animales cooperativos ni elimina su naturaleza caníbal. Según un estudio del laboratorio de comportamiento animal del CNRS en Toulouse, el impulso de devorar a sus congéneres aparece de forma muy selectiva: solo cuando el otro ha dejado de moverse.
Las pruebas se hicieron con crías nacidas de ootecas recogidas en el suroeste de Francia. Algunas crecieron en aislamiento. Otras, en grupos. Ninguna recibió comida. Tras 20 días sin alimento, los investigadores colocaron a las arañas en parejas dentro de pequeños contenedores. Lo que observaron fue que las criadas en grupo mantenían una tolerancia sorprendente hacia sus compañeras vivas. No las atacaban, ni siquiera bajo el estrés de la inanición.
Ese comportamiento contrastó con lo que ocurrió al introducir cadáveres. Todas las arañas, criadas juntas o solas, se lanzaban a alimentarse del cuerpo sin vida en menos de una hora. Antoine Lempereur, autor principal del estudio, explicaba que “las arañas pueden tolerar a hermanos vivos durante semanas, pero consumen cadáveres con rapidez”.
Para entender mejor ese cambio de actitud tan radical, los investigadores propusieron una hipótesis basada en las señales químicas. Esas señales, emitidas solo por los individuos vivos, podrían actuar como freno a la agresividad y al canibalismo. Cuando desaparecen, el cuerpo se convierte en una fuente de nutrientes sin obstáculos.
Lempereur y el también investigador Raphaël Jeanson señalaron que “las arañas, incluso cuando están hambrientas, pueden ser muy tolerantes con sus hermanos vivos gracias a señales sociales que impiden el canibalismo”.
La experiencia compartida durante la crianza modula la agresividad
Este tipo de comunicación temprana no es común entre especies caníbales. Pero en el caso de estas arañas, las primeras etapas de vida requieren cierto nivel de coexistencia. Las hembras colocan sus huevos —hasta 130— en una cámara central del nido, y las crías comparten espacio con ella hasta la primavera.
Durante ese tiempo, subsisten con el contenido de sus propios huevos, y si la madre muere, la comen también. Esa etapa inicial parece ser suficiente para que aprendan a diferenciar entre un cuerpo que aún emite señales vitales y otro que ya no tiene utilidad más allá de lo nutritivo.
El estudio apunta a que la vida en grupo es la responsable de esa sensibilidad social. Las arañas criadas en aislamiento fueron más agresivas, lo que apoya la idea de que el contacto con los hermanos modula la respuesta. Jeanson ya había demostrado en trabajos previos que la falta de interacción reduce la capacidad de interpretar señales químicas emitidas por otros.
Aunque durante días pueden convivir sin agresividad, la muerte de uno de los hermanos activa otro comportamiento. La especie mantiene su naturaleza depredadora, como recordaron los investigadores al explicar que “las arañas son, por lo general, depredadoras de presas vivas”. Sin embargo, añadieron que, ante la ausencia de señales vitales, “consumen cadáveres de hermanos en cuanto detectan que han dejado de emitir señales”.
El siguiente paso será identificar con exactitud el compuesto químico que frena la agresión. Los científicos creen que desentrañar esta señal ayudaría a entender cómo algunas especies desarrollan formas básicas de socialización y reconocimiento. Incluso en un entorno tan competitivo como el de las arañas.
Para ellas, el silencio no es una ausencia de palabras. Es la falta de un rastro químico. Y cuando eso desaparece, el respeto se acaba.