El estereotipo de Eurovisión se come a Eurovisión

¿Ganará la música o el efecto especial?

May 16, 2025 - 05:24
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El estereotipo de Eurovisión se come a Eurovisión

La televisión de Suiza, organizadora de Eurovisión 2025, inicia la segunda semifinal con bien de planos de reacción de público. Que se vea la pasión de la gente esperando el espectáculo. También lo hizo en la primera gala. Suiza parece percatarse de cuál es el problema creciente del festival: la tecnología mal utilizada propicia que pueda parecer que el concurso es una sucesión de videoclips, desatendiendo el éxito original del eurofestival que ha sido sentir a través de la tele la emoción de la congregación de artistas, países, culturas y creatividades. Ese cosquilleo que otorga la fusión de los candidatos, sus músicas y el público.

Aunque gran parte de las canciones de Eurovisión 2025 jamás arrasarán en escuchas en Spotify. Porque están diseñadas para poder utilizar en ellas un buen popurrí de los recursos técnicos que ofrece la gran producción del show. Canciones muy visuales en escena, pero poco recordables en nuestra cabeza. Canciones Frankenstein. Están trazadas a la caza constante del cambio del ritmo para lograr una realización frenética, con soniquetes de fondo para meter efectos, pausas vocales para un bailecito y un buen chorro vocal para lucir pelo en ventilador. Hasta, a veces, se montan varias actuaciones en una con la pretensión de retener la atención de la audiencia. Así los cimientos de la casa se ponen en el tejado. El brilli brilli es más relevante que la materia prima de la música.

Cuando debería ser al revés: empezar por una buena canción, un buen intérprete y, de ahí, un show coherente con los ideales que narra el hit. Sin embargo, hasta hay cantantes que parecen mirar más hacia su puesta en escena que al público a quien está cantando. Esa era una regla básica para destacar en Eurovisión: no dejar de cantar al objetivo de la cámara, no dejar de cantar a la audiencia que te está descubriendo.

El follón está destacando en Eurovisión 2025, como nos pasa en tantos ámbitos sociales de la actualidad. Los artistas han interiorizado la falsa premisa de que para ganar en Eurovisión hay que ejercer todos los clichés que vinculamos al festival. Por eso mismo, tal vez, pasó Portugal en la primera semifinal a pesar de no aparecer entre las favoritas. Porque no cumplía el cliché. Porque no se dejó contaminar por la espuma mal entendida y apostaron por ser honestos con su canción. Porque, además, tienen canción. Similar pinta que sucederá con el propio Suiza o Italia. No dejan que el prejuicio desvirtúe a lo que brilló en Sanremo.

Pero, en esta segunda semifinal como en la primera, hemos visto cómo se cae en la trampa de admitir que para triunfar en Eurovisión hay que jugar a la excentricidad. Es importante generar comentarios desde casa con el ingenio, pero eso es una cosica y otra distinta es aturullar hasta dejar KO al espectador de tanto impacto. Como si Eurovisión fuera TikTok.

La segunda semifinal ha arrancado con Australia, que se ha llevado una batidora gigante en la que se mete su cantante, Marty Zambotto, y sale enseñando pectoral. Es como La Sustancia, pero en formato eurovisivo. No ha pasado a la final, aunque ha ejercido su función de ser una nota de color que venía estupenda para comenzar bien arriba esta competición por ver quién sorprende más con la artillería del escenario. Aunque no nos de tiempo a conocer a los artistas. Francia es uno de los países que ha entendido que se puede hacer una puesta en escena espectacular sin nublar a su intérprete y ha metido a su representante, Louane, en una alegoría de reloj de arena que representa el paso del tiempo de su canción Maman. Ha centrado la historia en una apuesta, más o menos acertada pero coherente con su candidatura.

Pero, visto el conjunto de participantes, es un problema que tanto país haya creído que para ganar en Eurovisión hay que ser lo que nos insistieron que era "eurovisivo" y, al final, acabar entrando en un molde sonoro y visual previsible mientras te sientes, paradójicamente, imprevisible. Cuando el triunfo de Eurovisión ha ido unido a la transgresión de la diversidad que se abría de mente, sin permitirse meterse en un único carril. Es una realidad, en Eurovisión sigue despuntando quien canta su música desde la imaginación que trasciende porque no confunde creatividad e interpretación con el estruendo vacío, que impacta tan rápido como se olvida. ¿Ganará el estereotipo o ganará Eurovisión el próximo sábado?