El día que un joven Bergoglio conoció a Borges

Hace sesenta años, en 1965, un escritor argentino de cuentos fantásticos, podría haber imaginado –o soñado–este extraño argumento. Lo hubiera podido titular “El filo de la navaja”, que años antes había usado en una de sus novelas más famosas un escritor inglés por entonces de abrumadora fama: William Somerset Maugham. El argumento que podría haber imaginado ese escritor argentino sucedería en un prestigioso colegio privado, en una capital de provincia, donde había ido a dictar unos cursos. El escritor es un hombre anciano y ciego que, con torpeza, intenta afeitarse. Un joven maestro jesuita se ofrece para ayudarlo. Ambos personajes tenían varias cosas en común; tienen el mismo nombre y sus apellidos comienzan con B, además de ser porteños. Lo curioso de este argumento es que hubiera estado basado en un hecho real. En 1965 Jorge Luis Borges estaba enamorado de una joven escritora que, un año antes, había publicado su primer libro de cuentos, Los nombres de la muerte, con prólogo de él. La escritora se llamaba María Esther Vázquez, profesora de música y amiga de una familia de origen italiano, del barrio de San José de Flores. Uno de los hijos de esa familia, llamado Jorge Bergoglio, maestro jesuita en el antiguo Colegio de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Santa Fe, le pidió a Vázquez que llevara a Borges a dictar un curso de literatura gauchesca para sus alumnos. Bergoglio había cumplido 28 años y tenía a su cargo los cursos de literatura y psicología. No era aún sacerdote –sería ordenado en diciembre de 1969– y sus alumnos lo apodaban Carucha, por su cara aniñada. Entre el profesor y los estudiantes de los últimos grados del colegio secundario no había una gran diferencia de edad. Cada mañana, alguien iba hasta el hotel en que se hospedaba Borges y lo acompañaba a dar su clase. Una vez, el mismo Bergoglio fue a buscarlo. Torpemente, a causa de su ceguera, Borges se estaba afeitando y le pidió al joven jesuita si podía ayudarlo. Bergoglio lo afeitó y luego les explicó a sus alumnos el motivo de la demora: “Tuve que ayudarlo al viejo”, habría dicho con su típico acento porteño.El curso dio sus frutos. Bergoglio le leyó a Borges un par de cuentos escritos por sus alumnos y este no sólo lo alentó para que los publicaran en un libro, sino que se ofreció a prologarlo. El libro, publicado por la Editorial Castelví, de Santa Fe, se tituló Cuentos originales y reunía los trabajos de varios alumnos, entre ellos el de un adolescente llamado Rogelio Pfirter. Años después, Pfirter se recibió de abogado e inició una brillante carrera diplomática. Entre 1995 y 2000 fue embajador en el Reino Unido y, entre 2015 y 2019, durante la presidencia de Mauricio Macri, embajador ante la Santa Sede. Fue así que el ex alumno del colegio jesuita volvió a reunirse con su antiguo profesor, ahora convertido en el papa Francisco.Al cumplirse 50 años de la visita de Borges al Colegio de la Inmaculada Concepción, sus autoridades invitaron a María Kodama, viuda del escritor, a una serie de charlas denominadas “Borges y el Misterio”.Es sabido que Borges, contrariamente a su madre, fervorosa creyente, era agnóstico. Sin embargo, solía rezar el Padrenuestro en anglosajón o en inglés y, hasta una vez, a pedido de ella, aceptó confesarse.Ajeno a los fastos vaticanos, Borges jamás se entrevistó con un papa, como lo habían hecho varios de sus colegas ilustres –Giovanni Papini, Graham Greene o Gabriel García Márquez, entre otros–. Tanto Bergoglio como él estaban hechos para hacer lío ¡y vaya si lo hicieron, cada uno en lo suyo! Ambos, austeros y sin ambiciones materiales, vivieron en lugares modestos. Borges, en un pequeño departamento antiguo del centro. Bergoglio, en su sencillo cuarto de Santa Marta, a la sombra de los suntuosos aposentos pontificios. Hay algo más que los une. En medio del esplendor de la Capilla Sixtina, cuando Jorge Bergoglio eligió llamarse Francisco, ¿habrá pensado sólo en el santo de Asís o también en su admirado Borges? (El otro escritor argentino que admiraba era Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres). Porque, curiosamente, el nombre completo de Borges era Jorge Francisco Isidoro Luis Borges. Queda una duda final. ¿Se habrán encontrado en ese “más allá” que a todos nos espera?

May 10, 2025 - 05:07
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El día que un joven Bergoglio conoció a Borges

Hace sesenta años, en 1965, un escritor argentino de cuentos fantásticos, podría haber imaginado –o soñado–este extraño argumento. Lo hubiera podido titular “El filo de la navaja”, que años antes había usado en una de sus novelas más famosas un escritor inglés por entonces de abrumadora fama: William Somerset Maugham.

El argumento que podría haber imaginado ese escritor argentino sucedería en un prestigioso colegio privado, en una capital de provincia, donde había ido a dictar unos cursos. El escritor es un hombre anciano y ciego que, con torpeza, intenta afeitarse. Un joven maestro jesuita se ofrece para ayudarlo. Ambos personajes tenían varias cosas en común; tienen el mismo nombre y sus apellidos comienzan con B, además de ser porteños.

Lo curioso de este argumento es que hubiera estado basado en un hecho real. En 1965 Jorge Luis Borges estaba enamorado de una joven escritora que, un año antes, había publicado su primer libro de cuentos, Los nombres de la muerte, con prólogo de él. La escritora se llamaba María Esther Vázquez, profesora de música y amiga de una familia de origen italiano, del barrio de San José de Flores. Uno de los hijos de esa familia, llamado Jorge Bergoglio, maestro jesuita en el antiguo Colegio de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Santa Fe, le pidió a Vázquez que llevara a Borges a dictar un curso de literatura gauchesca para sus alumnos. Bergoglio había cumplido 28 años y tenía a su cargo los cursos de literatura y psicología. No era aún sacerdote –sería ordenado en diciembre de 1969– y sus alumnos lo apodaban Carucha, por su cara aniñada. Entre el profesor y los estudiantes de los últimos grados del colegio secundario no había una gran diferencia de edad.

Cada mañana, alguien iba hasta el hotel en que se hospedaba Borges y lo acompañaba a dar su clase. Una vez, el mismo Bergoglio fue a buscarlo. Torpemente, a causa de su ceguera, Borges se estaba afeitando y le pidió al joven jesuita si podía ayudarlo. Bergoglio lo afeitó y luego les explicó a sus alumnos el motivo de la demora: “Tuve que ayudarlo al viejo”, habría dicho con su típico acento porteño.

El curso dio sus frutos. Bergoglio le leyó a Borges un par de cuentos escritos por sus alumnos y este no sólo lo alentó para que los publicaran en un libro, sino que se ofreció a prologarlo. El libro, publicado por la Editorial Castelví, de Santa Fe, se tituló Cuentos originales y reunía los trabajos de varios alumnos, entre ellos el de un adolescente llamado Rogelio Pfirter.

Años después, Pfirter se recibió de abogado e inició una brillante carrera diplomática. Entre 1995 y 2000 fue embajador en el Reino Unido y, entre 2015 y 2019, durante la presidencia de Mauricio Macri, embajador ante la Santa Sede. Fue así que el ex alumno del colegio jesuita volvió a reunirse con su antiguo profesor, ahora convertido en el papa Francisco.

Al cumplirse 50 años de la visita de Borges al Colegio de la Inmaculada Concepción, sus autoridades invitaron a María Kodama, viuda del escritor, a una serie de charlas denominadas “Borges y el Misterio”.

Es sabido que Borges, contrariamente a su madre, fervorosa creyente, era agnóstico. Sin embargo, solía rezar el Padrenuestro en anglosajón o en inglés y, hasta una vez, a pedido de ella, aceptó confesarse.

Ajeno a los fastos vaticanos, Borges jamás se entrevistó con un papa, como lo habían hecho varios de sus colegas ilustres –Giovanni Papini, Graham Greene o Gabriel García Márquez, entre otros–. Tanto Bergoglio como él estaban hechos para hacer lío ¡y vaya si lo hicieron, cada uno en lo suyo! Ambos, austeros y sin ambiciones materiales, vivieron en lugares modestos. Borges, en un pequeño departamento antiguo del centro. Bergoglio, en su sencillo cuarto de Santa Marta, a la sombra de los suntuosos aposentos pontificios.

Hay algo más que los une. En medio del esplendor de la Capilla Sixtina, cuando Jorge Bergoglio eligió llamarse Francisco, ¿habrá pensado sólo en el santo de Asís o también en su admirado Borges? (El otro escritor argentino que admiraba era Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres). Porque, curiosamente, el nombre completo de Borges era Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.

Queda una duda final. ¿Se habrán encontrado en ese “más allá” que a todos nos espera?