Educación argentina: un abismo nos separa de la IA
Mientras en Estados Unidos el presidente Donald Trump acaba de firmar una orden ejecutiva para implementar en 180 días un plan de incorporación de inteligencia artificial (IA) en la educación, en la Argentina ni siquiera comenzamos a discutir cuestiones tan básicas como cuándo y cómo reformar el Estatuto Nacional Docente.Más allá de la novedad en la administración trumpista, países como China, Singapur, Reino Unido, Finlandia, Canadá e India ya activaron mecanismos concretos para adoptarla en distintos niveles educativos.En la Argentina, las principales novedades giran en torno a la eliminación de la repitencia en la secundaria bonaerense o cambios en la forma de calificar en la primaria de CABA, con docentes que evalúan con un “lindo” en exámenes de matemática. Incluso en la ciudad, el plan “Buenos Aires Aprender 2024-2027” propone una “transformación digital”, pero sin mencionar la IA ni ofrecer medidas concretas. Lejos estamos de embarcarnos seriamente en el tren de la modernización educativa.La transformación que propone la IA exige revisar un modelo educativo anacrónico, vertical, con estructuras rígidas y poca apertura a la innovación. Un sistema donde los incentivos salariales están atados casi exclusivamente a la antigüedad, sin reconocer a quienes permanecen en el aula y logran buenos resultados académicos. Es momento de reconocer más al docente apasionado que al burócrata de profesión.Hoy los docentes no tienen estímulos reales para permanecer en el aula ni para superarse profesionalmente. Tampoco se promueve la evaluación de resultados. Por el contrario, los modelos pedagógicos basados en IA proponen una estructura horizontal, con el docente en rol de guía y el alumno en el centro de la experiencia educativa.Las plataformas educativas con IA ya muestran avances concretos en otros países: mejora la tasa de aprobación en más de un 25% y reduce la deserción. Suelen comenzar con un diagnóstico que detecta el nivel de cada estudiante y trazan trayectorias personalizadas, con ejercicios adaptados. El alumno avanza a su ritmo, mientras el docente analiza los datos generados –horas de estudio, aciertos, velocidad de aprendizaje– para intervenir de forma pertinente.Estos modelos reducen el umbral de frustración, motivan a trabajar más (antes y después de clases), especialmente en materias complejas como matemáticas, y mejoran los resultados. Sin embargo, la IA no es una solución mágica. Puede generar riesgos si se utiliza de forma pasiva o acrítica. El docente debe estar capacitado no sólo en el uso técnico, sino también en su aplicación pedagógica, con un enfoque crítico para detectar errores, sesgos o aprendizajes fragmentados.Otro desafío es evitar que la personalización aísle al alumno: sin instancias colectivas de reflexión, la experiencia educativa se empobrece. También es esencial garantizar la conectividad en todas las escuelas. Según el Observatorio de Argentinos por la Educación, en 2021 la cobertura digital alcanzaba al 90% de las escuelas. Resta un paso más.Para que la IA no amplíe las desigualdades, sino que democratice el conocimiento, se necesita infraestructura, capacitación docente y una política educativa consistente. Sin políticas públicas como en China o EE.UU., solo se lograrán avances aislados sin impacto real. La pregunta ya no es si la IA debe incorporarse a la educación, sino cómo hacerlo de forma inteligente y crítica. Urge promover una transformación profunda del modelo educativo. De lo contrario, la educación argentina seguirá siendo rehén del pasado, sin oportunidad de construir un futuro posible.Vicepresidente primero de la Academia Nacional de Educación (ANE)

Mientras en Estados Unidos el presidente Donald Trump acaba de firmar una orden ejecutiva para implementar en 180 días un plan de incorporación de inteligencia artificial (IA) en la educación, en la Argentina ni siquiera comenzamos a discutir cuestiones tan básicas como cuándo y cómo reformar el Estatuto Nacional Docente.
Más allá de la novedad en la administración trumpista, países como China, Singapur, Reino Unido, Finlandia, Canadá e India ya activaron mecanismos concretos para adoptarla en distintos niveles educativos.
En la Argentina, las principales novedades giran en torno a la eliminación de la repitencia en la secundaria bonaerense o cambios en la forma de calificar en la primaria de CABA, con docentes que evalúan con un “lindo” en exámenes de matemática. Incluso en la ciudad, el plan “Buenos Aires Aprender 2024-2027” propone una “transformación digital”, pero sin mencionar la IA ni ofrecer medidas concretas. Lejos estamos de embarcarnos seriamente en el tren de la modernización educativa.
La transformación que propone la IA exige revisar un modelo educativo anacrónico, vertical, con estructuras rígidas y poca apertura a la innovación. Un sistema donde los incentivos salariales están atados casi exclusivamente a la antigüedad, sin reconocer a quienes permanecen en el aula y logran buenos resultados académicos. Es momento de reconocer más al docente apasionado que al burócrata de profesión.
Hoy los docentes no tienen estímulos reales para permanecer en el aula ni para superarse profesionalmente. Tampoco se promueve la evaluación de resultados. Por el contrario, los modelos pedagógicos basados en IA proponen una estructura horizontal, con el docente en rol de guía y el alumno en el centro de la experiencia educativa.
Las plataformas educativas con IA ya muestran avances concretos en otros países: mejora la tasa de aprobación en más de un 25% y reduce la deserción. Suelen comenzar con un diagnóstico que detecta el nivel de cada estudiante y trazan trayectorias personalizadas, con ejercicios adaptados. El alumno avanza a su ritmo, mientras el docente analiza los datos generados –horas de estudio, aciertos, velocidad de aprendizaje– para intervenir de forma pertinente.
Estos modelos reducen el umbral de frustración, motivan a trabajar más (antes y después de clases), especialmente en materias complejas como matemáticas, y mejoran los resultados. Sin embargo, la IA no es una solución mágica. Puede generar riesgos si se utiliza de forma pasiva o acrítica. El docente debe estar capacitado no sólo en el uso técnico, sino también en su aplicación pedagógica, con un enfoque crítico para detectar errores, sesgos o aprendizajes fragmentados.
Otro desafío es evitar que la personalización aísle al alumno: sin instancias colectivas de reflexión, la experiencia educativa se empobrece. También es esencial garantizar la conectividad en todas las escuelas. Según el Observatorio de Argentinos por la Educación, en 2021 la cobertura digital alcanzaba al 90% de las escuelas. Resta un paso más.
Para que la IA no amplíe las desigualdades, sino que democratice el conocimiento, se necesita infraestructura, capacitación docente y una política educativa consistente. Sin políticas públicas como en China o EE.UU., solo se lograrán avances aislados sin impacto real. La pregunta ya no es si la IA debe incorporarse a la educación, sino cómo hacerlo de forma inteligente y crítica. Urge promover una transformación profunda del modelo educativo. De lo contrario, la educación argentina seguirá siendo rehén del pasado, sin oportunidad de construir un futuro posible.
Vicepresidente primero de la Academia Nacional de Educación (ANE)