Dólares bajo el colchón: la Argentina frente a sí misma
Hasta ahora, todas las ineficiencias se venían disimulando con inflación; si, como proyecta el mercado, se inicia otro modelo, habrá que trabajar mejor

Hay una parte de Milei inasible hasta para quienes le arman la estrategia política. Anteayer, horas después del fracaso de ficha limpia, la recomendación de Santiago Caputo al Presidente seguía siendo no contestarle a Silvia Lospennato, que lo acusa desde entonces de haber acordado con el kirchnerismo para voltear la ley. El asesor cree que atacarla o incluso nombrarla cuando falta tan poco para la elección porteña no hace más que darle entidad a la candidata de Pro. Pero fue imposible: hacia ahí se dirigió nomás el líder libertario. “Me decepciona profundamente lo de Lospennato mintiendo abiertamente”, dijo, y atribuyó todo a una operación de Pro.
“Hay cosas que están fuera de nuestro control”, explican en el equipo de campaña. Milei es Milei en todos los ámbitos. Para la pelea porteña la idea del Gobierno sigue siendo llevar la discusión al plano nacional: “Kirchnerismo o libertad”. Han decidido disputarle votos directamente al PJ y, por lo tanto, se proponen hablar de Pro solo lo justo y lo necesario. El adversario de Adorni no será entonces Lospennato sino Leandro Santoro, a quien en el equipo libertario ven desde el inicio de la campaña encabezando las encuestas pero, agregan, también estancado en un techo. Dicen que están todavía a unos cuatro puntos del exradical y que, por lo tanto, todo lo que logren restarle en ese mano a mano en las comunas valdrá doble.
Pero con Milei manda la espontaneidad. Y toda estrategia se arma en todo caso en derredor de la personalidad del líder, sobre el que después se va testeando: qué suma y conviene explotar o acrecentar, y qué resta y corresponde evitar. El Presidente trae en realidad ese activo de campañas anteriores; la única novedad es que también le ha servido para gobernar, algo que no estaba tan claro antes de su llegada al poder. Fue ese mismo estilo brutal lo que le permitió, por ejemplo, lograr con minoría en ambas cámaras un superávit fiscal infrecuente en la historia y en el que casi nadie del establishment creía. Dicen que cuando Luis Caputo, todavía en el llano y semanas antes de la primera vuelta de 2023, fue a mostrarle a Milei el programa de ajuste de 5 puntos del PBI que había ideado en la consultora Anker, este lo mandó a hablar con Arriazu. Y que hasta Arriazu dudó: le parecía difícil de poner en práctica. Pero fue en definitiva el plan que terminó aplicando Milei y que valora el mercado.
El otro rasgo distintivo de la impronta presidencial es que se ha extendido a funcionarios que no eran así. “Toto Caputo no parece Toto”, dicen los que conocen al ministro desde los tiempos de Pro. A veces los empresarios no saben cómo abordarlo. El miércoles, por ejemplo, el jefe del Palacio de Hacienda tenía previsto hablar en un almuerzo ante el Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (Cicyp) en el Alvear Icon, una visita que había confirmado con dos meses de anticipación. Pero cambió de opinión cuando recibió esa mañana el discurso con que Marcos Pereda, presidente del Cicyp y referente de la Rural, le daría la bienvenida: el mensaje incluía reclamos sobre las retenciones a las exportaciones. Caputo reaccionó entonces y, molesto, resolvió no ir. Su argumento, que después contó en la intimidad, fue que él considera que el impuesto más distorsivo no son las retenciones sino Ingresos Brutos y que las palabras de Pereda lo obligarían a dedicar la mitad del tiempo a contestarle. “No tengo nada para ganar yendo, tengo mucho trabajo”, dicen que dijo el ministro, y avisó que no iba. Al rato recibió una llamada de Pereda, que intentó negociar. Pero no hubo caso: el Cicyp debió invitar sobre la hora a otro del Gabinete, Federico Sturzenegger, que demoró otro almuerzo con economistas para estar unos minutos en el Alvear y retirarse sin comer. Sturzenegger escuchó lo de las retenciones de mejor humor, pero dejó de todos modos el mensaje del Gobierno: “Todos los impuestos son distorsivos. No me pidan que baje impuestos, pídanme que baje el gasto: cuando una administración gasta poco, lo puede devolver en impuestos. Necesitamos que ustedes sean socios de la motosierra”.
Para los empresarios es una lógica completamente nueva. Estaban habituados a interactuar de otro modo con los gobiernos, en general bregando en persona con cada funcionario y sobre intereses sectoriales de los que muchas veces dependía la rentabilidad. Y ahora no siempre son todos accesibles. Mucho menos el Presidente. Paolo Rocca, por ejemplo, no se ha sentado todavía mano a mano y detenidamente con Milei. Por eso a veces en las corporaciones cunde la desorientación. ¿Cómo moverse? ¿Cuál debería ser, por ejemplo, el nuevo perfil del Cicyp, que renovará autoridades en pocas semanas? Días atrás, en un almuerzo en el estadio de River, un grupo abordó a Eduardo Eurnekian y le aconsejó que asumiera directamente la presidencia de esa cámara. No había partido ese día: estaban Jorge Brito, anfitrión y presidente del club, y referentes sectoriales como Gustavo Weiss (Construcción), Adelmo Gabbi (Bolsa de Comercio) y el laboralista Funes de Rioja. ¿Alcanza con poner al frente a quien más conoce al Presidente porque fue su empleador? ¿O sería mejor la alternativa de otros, Betina Bulgheroni, de buena relación con Karina Milei?
No parece todo tan claro ni tan espontáneo. Porque además, si el Gobierno termina realmente derrotando a la inflación, los problemas serán muy distintos: se achicarán los márgenes y habrá que discutir costos, impuestos, salarios, infraestructura. Una competitividad que, con un peso fuerte, tampoco se resolverá subiendo precios. Lo sabe bien Alfredo Coto, protagonista de reuniones en las que el ministro de Economía exhorta últimamente a los supermercados a no convalidar remarcaciones de los fabricantes. La última fue el martes. Son encuentros en los que no sobra nada, y mucho menos stock, y cuya eficacia volverá a ponerse a prueba la semana próxima, cuando quede claro si el sector está en condiciones de cumplir con la resistencia que pide el Gobierno: ni un aumento o se llevan la mercadería a sus fábricas.
Todo eso está por verse, porque algunos proveedores sienten que ya hicieron un esfuerzo manteniendo los precios en abril después de la salida del cepo y esperan que mayo sea distinto. “No hay ninguna razón macroeconómica para hacerlo”, instruyó Caputo el martes. Pero las negociaciones que no ve se han ido tensando. Se oyen frases parecidas a un ultimátum. “Hasta acá llegamos”. “Aguantamos hasta donde pudimos”. Y así.
Caputo ya expuso a varias compañías en Twitter. “A mí me parece bien que lo haga”, dijeron en una cadena, donde suponen que el cambio de mentalidad hacia competir por volumen, no por precio, demorará años. ¿Qué lleva al ministro a intentar apurarlo por la vía artesanal, cuando se supone que un ortodoxo sabe perfectamente que bajando el excedente de dinero el resultado vendrá solo? En realidad, seguro de que su modelo es deflacionario y de que no hará concesiones con la emisión, y hasta tanto no pueda iniciar reformas de fondo que hagan viable a la Argentina, su temor reside más bien en que esos aumentos no sean convalidados por la demanda y enfríen el consumo.
Sería un costo alto. El Gobierno lo ha empezado a plantear de manera más o menos sutil. Milei lo dijo anteayer en el Latam Forum Economic. “Mientras todavía haya money overhang [excedente monetario] remanente, no vamos a tener un problema de estrangulamiento monetario. Pero en algún momento el money overhang se va a acabar, el tipo de cambio se va a ir al piso de la banda y, al ritmo en el cual podemos monetizar, y que no sabemos si lo vamos a hacer bien, puede que no sea lo suficientemente rápido y que genere una alta tasa de interés y termine desacelerando el nivel de actividad económica. Y sea un lastre para el crecimiento porque requiere deflación”. Alguno se sorprendió. “Qué bárbaro que lo plantee tan abiertamente”, planteó al escucharlo.
Por ahora, lejos todavía de las elecciones de octubre, que podrían cambiar la configuración en el Congreso, el Gobierno apuesta a un paliativo que espera anunciar la semana próxima: el uso de dólares que los ahorristas tienen en el colchón. La gran metáfora de la desconfianza en el país. “Que la economía la moneticen los propios argentinos”, propuso Milei, que parte de la idea de que décadas de estafas llevaron a los ahorristas a cubrirse de la inflación yendo a las cuevas. El Presidente cree que ese pasaje del blanco al negro fue forzoso y por eso no debería ser penalizado. Su propuesta apunta a reformular reglamentaciones de la UIF, la ARCA y el Banco Central y no tiene objetivos cambiarios: solo fogonear la actividad.
Pero son modificaciones que no hacen a la transformación verdadera, que vendrá el día en que un nuevo Congreso le permita, por ejemplo, empezar por la primera de una secuencia de medidas: una reforma laboral que flexibilice convenios colectivos que hoy llevan a muchos empresarios a trabajar en negro para subsistir. El país real. Sturzenegger lo dijo en el Cicyp: “Una empresa que es informal es una empresa que no puede crecer”. Será la gran discusión de 2026. Hasta ahora, todas las ineficiencias se venían disimulando con inflación. Si, como proyecta el mercado, se inicia realmente otro modelo, habrá que trabajar mejor. Esa Argentina está todavía debajo del colchón.