“Danza de colores”: una pareja de más de ochenta años transforma el Bellas Artes con luz y movimiento
Eduardo Rodríguez y Perla Benveniste, pioneros del arte cinético en la Argentina, protagonizan su primera muestra en el museo; amigo de Julio Le Parc, él llegó a realizar sus obras y a “casarse” con su mujer

No es sólo el amigo de Julio Le Parc, quien le dejó su taller cuando se fue a vivir a París, a fines de la década de 1950. Tan cercanos desde que se conocieron en la escuela de Bellas Artes, que fue él quien lo representó ante el Registro Civil para que se casara a distancia con Marta, madre de los tres hijos del maestro mendocino y fallecida días atrás, para que ella también pudiera viajar. Y quien realizó en Buenos Aires obras que integraron las colecciones de Ignacio Pirovano y Amancio Williams, con planos que su colega seis años mayor le enviaba desde Francia.
“Esta es la culminación de toda una vida”, dice a los noventa años Eduardo Rodríguez, también pionero del arte cinético en la Argentina al igual que su mujer, Perla Benveniste, con quien comparte una exposición imperdible en el Museo Nacional de Bellas Artes. Un recorrido por obras realizadas desde los años 60 con materiales simples que logran hipnotizar con sus juegos óptico-lumínicos, que incluye un holograma y hasta las proyecciones digitales que realizó UXArt sobre la torre IBM y la Embajada de Estados Unidos.
“Te cuento cuál es el truco”, dice a LA NACION María José Herrera, curadora de la muestra Percepción e ilusión, dispuesta a spoilear la magia de una figura que flota y gira en el aire. “Arriba de la caja negra hay una grilla que gira delante de una luz, y sobre un espejo inclinado a 45 grados. Eso que parece transparente, en realidad es el reflejo en el espejo”, señala la curadora, que también tuvo a su cargo en 2012 en el mismo museo la exposición Real/Virtual. Arte cinético argentino de los años sesenta.
A esa maravilla creada por Rodríguez en 2019, a los 85 años, se suman otras piezas suyas talladas en acrílico que producen sombras móviles sobre la pared o esculturas que recrean la cinta de Moebius, cajas cinéticas que combinan colores o un móvil con pequeñas piezas de aluminio y acetato que parecen aletear como mariposas, y que pertenece al MNBA. Es parecida a la que presentó en 2013 al Premio Trabucco, titulada Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, ya que su movimiento azaroso responde al calor de una lámpara ubicada debajo.
Esa misma técnica aplicó para realizar la cruz cinética de la iglesia Nuestra Señora de Fátima en en Martínez, ganadora de un concurso impulsado en 1965 por la revista Criterio, en el que participaron también artistas como Rogelio Polesello y Eduardo Mac Entyre. En ese caso, cientos de “maripositas” se movían y reflejaban la luz circundante cuando recibían el calor de las velas.
Benveniste tiene sus propios trucos. Con barras de acrílico que distorsionan los colores de un círculo de acetato que gira detrás gracias a un pequeño motor, logró en las cajas de luz que llamó Retroanteroversión un efecto psicodélico que se potencia sobre el fondo negro de la sala.
“Se comprimen, se comprimen, se comprimen… Hasta que se empiezan a descomprimir -explica Herrera-. El ciclo es siempre así, infinito. Son obras en las cuales podés observar el cambio y el movimiento, como si fuera la crisálida de una mariposa. Ella estaba embarazada cuando se imaginó esto, en 1969. Es un tipo de arte de contemplación, y hasta de meditación. Porque si te quedás mirando, y la máquina te ofrece el tiempo para despejar tu mente y sumergirte en esa danza de colores”.
En el caso de Perla, esa danza se volvió real gracias a sus piezas performáticas. “En el Di Tella hice con las barras una ventana, y atrás bailó una bailarina. La gente pensaba que estaba desnuda. Así lo dijo Pierre Restany, crítico que lo vio”, recordó en diálogo con LA NACION Benveniste, también vinculada con Le Parc. “Participé del armado de sus muestras. Aprendí mucho, sobre todo de los permisos que se da al crear con los materiales”, agrega la mujer de 81 años que sorprende ahora también con obras creadas con elásticos torsionados.
“Cuando uno camina –señala Herrera- se van transformando delante de tus propios ojos. Es tecnología pobre, como muchas cosas del argentino: con poco se hace mucho”.
Si bien cada uno hizo su propio camino, tanto Rodríguez como Benveniste se declaran admiradores de Victor Vasarely, considerado el “abuelo” del arte óptico, quien impactó a muchos artistas locales con la muestra que protagonizó en 1958 en el Museo Nacional de Bellas Artes”.
“Cuando Julio se fue a París becado por la Embajada Francesa –recuerda Eduardo-, me dejó el taller que tenía Leandro Alem y Viamonte. Y ahí yo seguí trabajando. Después me mandaba lo que estaban investigando los del GRAV, grupo que integraban otros artistas argentinos, con Vasarely, a quien iban a ver una vez por semana. A su movimiento virtual, agregaron movimiento real de distintas maneras. Apenas salí de la escuela, me dediqué también a investigar el movimiento”.
En 1968 Rodríguez viajó a París, becado por el Fondo Nacional de las Artes, y presenció las famosas protestas estudiantiles del mayo francés. Pero regresó a los pocos meses a la Argentina, donde no sólo lo esperaban su esposa y el primero de sus tres hijos. También, un destino muy distinto al de Le Parc: obligado a “guardarse” durante la dictadura, en los últimos años perdió un ojo en un accidente en el taller de Villa Urquiza que compartió con Perla durante casi medio siglo, y que vendió al presentir que le quedaba poco tiempo de vida.
“Quise dejar las cosas en orden, y casi todas las máquinas se las regalé a amigos”, agrega con nostalgia, pero con la satisfacción de protagonizar por primera vez una muestra con Perla en el Museo Nacional de Bellas Artes. “Es culminar –opina- de una manera importante”.
Para agendar:
Benveniste/Rodríguez. Percepción e ilusión, hasta el 15 de junio en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. Del Libertador 1473). De martes a viernes, de 11 a 19.30; sábados y domingos, de 10 a 19.30. Entrada gratis.