Cómo las tortugas bobas usan el campo magnético de la Tierra para volver al mismo punto años después
Capacidad de navegación - A través de experimentos controlados, los científicos han demostrado que estos animales son capaces de reconocer el campo magnético de zonas donde fueron alimentadas Pueden pasar años en mar abierto sin perder el rumbo. Dan vueltas por el Atlántico, cruzan miles de kilómetros y, aun así, encuentran el camino de vuelta como si siguieran unas coordenadas grabadas en la memoria desde su primer chapuzón. Las tortugas bobas no solo recuerdan dónde nacieron, también detectan cuándo están en el lugar adecuado para alimentarse. No lo hacen por instinto ni por suerte. Han desarrollado un mapa magnético interno que les permite asociar ubicaciones con experiencias concretas. Y, según se ha comprobado, lo conservan durante meses. Un viaje de miles de kilómetros con la precisión de un GPS biológico La historia de ese mapa empieza por el final: una especie de danza agitada, una reacción que solo se activa cuando anticipan comida. No hay una secuencia de movimientos, pero sí un patrón de comportamiento claro. Nadaban más rápido, subían a la superficie, golpeaban el agua. Ese comportamiento, registrado por el equipo de Kayla Goforth en la Universidad de Texas A&M, no es casual. Las tortugas juveniles solo lo repiten cuando detectan el campo magnético de un lugar donde fueron alimentadas anteriormente. No basta con que se parezca: tiene que coincidir exactamente con la firma magnética que su memoria ha archivado como zona de alimento. La brújula y el mapa funcionan de forma separada y podrían estar presentes en otras especies migratorias Para llegar a esa conclusión, los investigadores usaron tanques con agua marina y generaron campos magnéticos artificiales que replicaban los de regiones concretas. Alimentaron a las tortugas en uno de esos campos, y después las expusieron tanto al campo conocido como a otro distinto, sin comida. Respondían solo ante el primero. Según los autores, esto demuestra que son capaces de recordar las coordenadas magnéticas asociadas a un contexto específico. Brújula y mapa: dos herramientas distintas para un mismo mar Pero esa habilidad no se limita a una especie de recuerdo asociativo. Se extiende también al rumbo. En un segundo experimento, se comprobó que las tortugas recién nacidas ajustaban su dirección de nado en función del campo magnético que percibían. Si ese campo coincidía con el de la costa este de Florida, nadaban hacia el noreste, en dirección a la corriente del Golfo. Si era el de Cabo Verde, se orientaban hacia el oeste para adentrarse en el Atlántico. Esa orientación corresponde con la ruta lógica que seguirían en mar abierto para incorporarse al giro del Atlántico Norte, el sistema de corrientes donde crecen durante sus primeros años. Este doble resultado permitió identificar dos mecanismos distintos de magnetorrecepción en las tortugas bobas. Uno les sirve para orientarse, como si fuera una brújula. El otro, para construir un mapa geográfico interno. Ambos se activan por estímulos magnéticos, pero funcionan de forma separada y pueden distinguirse experimentalmente.

Capacidad de navegación - A través de experimentos controlados, los científicos han demostrado que estos animales son capaces de reconocer el campo magnético de zonas donde fueron alimentadas
Pueden pasar años en mar abierto sin perder el rumbo. Dan vueltas por el Atlántico, cruzan miles de kilómetros y, aun así, encuentran el camino de vuelta como si siguieran unas coordenadas grabadas en la memoria desde su primer chapuzón.
Las tortugas bobas no solo recuerdan dónde nacieron, también detectan cuándo están en el lugar adecuado para alimentarse. No lo hacen por instinto ni por suerte. Han desarrollado un mapa magnético interno que les permite asociar ubicaciones con experiencias concretas. Y, según se ha comprobado, lo conservan durante meses.
Un viaje de miles de kilómetros con la precisión de un GPS biológico
La historia de ese mapa empieza por el final: una especie de danza agitada, una reacción que solo se activa cuando anticipan comida. No hay una secuencia de movimientos, pero sí un patrón de comportamiento claro. Nadaban más rápido, subían a la superficie, golpeaban el agua.
Ese comportamiento, registrado por el equipo de Kayla Goforth en la Universidad de Texas A&M, no es casual. Las tortugas juveniles solo lo repiten cuando detectan el campo magnético de un lugar donde fueron alimentadas anteriormente. No basta con que se parezca: tiene que coincidir exactamente con la firma magnética que su memoria ha archivado como zona de alimento.
Para llegar a esa conclusión, los investigadores usaron tanques con agua marina y generaron campos magnéticos artificiales que replicaban los de regiones concretas. Alimentaron a las tortugas en uno de esos campos, y después las expusieron tanto al campo conocido como a otro distinto, sin comida. Respondían solo ante el primero. Según los autores, esto demuestra que son capaces de recordar las coordenadas magnéticas asociadas a un contexto específico.
Brújula y mapa: dos herramientas distintas para un mismo mar
Pero esa habilidad no se limita a una especie de recuerdo asociativo. Se extiende también al rumbo. En un segundo experimento, se comprobó que las tortugas recién nacidas ajustaban su dirección de nado en función del campo magnético que percibían.
Si ese campo coincidía con el de la costa este de Florida, nadaban hacia el noreste, en dirección a la corriente del Golfo. Si era el de Cabo Verde, se orientaban hacia el oeste para adentrarse en el Atlántico. Esa orientación corresponde con la ruta lógica que seguirían en mar abierto para incorporarse al giro del Atlántico Norte, el sistema de corrientes donde crecen durante sus primeros años.
Este doble resultado permitió identificar dos mecanismos distintos de magnetorrecepción en las tortugas bobas. Uno les sirve para orientarse, como si fuera una brújula. El otro, para construir un mapa geográfico interno. Ambos se activan por estímulos magnéticos, pero funcionan de forma separada y pueden distinguirse experimentalmente.
La brújula, por ejemplo, desaparece cuando se introducen oscilaciones de radiofrecuencia en el campo magnético, lo que sugiere que depende de un proceso químico sensible al espín de los electrones.
En cambio, el mapa asociado a zonas de alimento no se ve alterado por estas interferencias. Esto indica que emplea un mecanismo diferente, que no se ha identificado por completo. Entre las opciones que se barajan están la inducción electromagnética, el uso de cristales de magnetita o una proteína específica vinculada al hierro. De momento, el misterio sigue abierto.
Estos descubrimientos, publicados en la revista Nature, no solo sirven para entender cómo las tortugas encuentran su camino. También plantean que esa doble percepción magnética podría existir en otros vertebrados migratorios, como aves o peces. Además, ayudan a prever cómo puede afectarles la alteración del campo magnético por infraestructuras humanas. En palabras del propio estudio, “las tortugas pueden aprender y recordar la firma magnética de una zona”.
De esta manera, lo que empieza con una danza de tortuguitas acaba arrojando luz sobre un mecanismo complejo que todavía se está lejos de comprender del todo. Pero una cosa ya está clara: esas pequeñas nadadoras no solo saben adónde van. También recuerdan por qué.