Yuriria Iturriaga: No sólo de pan...
Cuando hace más de 500 años la conquista de los ibéricos sobre nuestros territorios mesoamericanos deformó las sociedades ya entonces milenarias, compuestas en ocasiones por distintas comunidades que mantenían relaciones comerciales entre sí y compartían manifestaciones culturales y concepciones religiosas, no fueron desaparecidas, pues los invasores ibéricos no sólo no se asimilaron con los nativos, sino que los discriminaron y diezmaron con notable crueldad, tanto contra los habitantes como con sus símbolos mediante incendios, destrucción, saqueo de sus riquezas materiales, asesinatos múltiples, torturas, violaciones físicas y morales… Quedó una población diezmada, pero fortalecida por el desprecio sufrido que abonó la conservación de las lenguas y religiones, los cultivos autóctonos y modos alimenticios, la fuerza comunitaria y los sistemas de intercambio, en fin, un bagaje que permitió a la población autóctona conservar y hasta fortalecer sus raíces y culturas. Debido a ello, los únicos contactos que definieron el mestizaje fueron los abusos sexuales de los ibéricos y la fuerza del armamento de los conquistadores, mientras en la esfera religiosa hubo una salida simbiótica con sólo cambiar la parte visible de las imágenes, que no su poder sobre los humanos que veían en santos deidades respetadas de por sí mismas. Gracias a esto, los invasores que, sin proponérselo, terminaron protegiendo a los habitantes, hombres y mujeres, para explotarlos de una u otra manera, reservaron sin proponérselo las culturas ancestrales, que de otro modo habrían desaparecido del planeta. En tanto nosotros, los mestizos, no sospecharíamos siquiera lo que fueron nuestras raíces de culturas prehispánicas y que son lo que nos dio unidad a las poblaciones nativas más o menos mestizadas, pero que nos unieron con la riqueza material e inmaterial de la vida cotidiana de las poblaciones originales, por su moral social igualitaria y comunitaria basada en una base económica sustentada por las milpas, las cactáceas y los animales de corral, por el tequio (trabajo comunitario) y una figura femenina todopoderosa.
Cuando hace más de 500 años la conquista de los ibéricos sobre nuestros territorios mesoamericanos deformó las sociedades ya entonces milenarias, compuestas en ocasiones por distintas comunidades que mantenían relaciones comerciales entre sí y compartían manifestaciones culturales y concepciones religiosas, no fueron desaparecidas, pues los invasores ibéricos no sólo no se asimilaron con los nativos, sino que los discriminaron y diezmaron con notable crueldad, tanto contra los habitantes como con sus símbolos mediante incendios, destrucción, saqueo de sus riquezas materiales, asesinatos múltiples, torturas, violaciones físicas y morales… Quedó una población diezmada, pero fortalecida por el desprecio sufrido que abonó la conservación de las lenguas y religiones, los cultivos autóctonos y modos alimenticios, la fuerza comunitaria y los sistemas de intercambio, en fin, un bagaje que permitió a la población autóctona conservar y hasta fortalecer sus raíces y culturas. Debido a ello, los únicos contactos que definieron el mestizaje fueron los abusos sexuales de los ibéricos y la fuerza del armamento de los conquistadores, mientras en la esfera religiosa hubo una salida simbiótica con sólo cambiar la parte visible de las imágenes, que no su poder sobre los humanos que veían en santos deidades respetadas de por sí mismas. Gracias a esto, los invasores que, sin proponérselo, terminaron protegiendo a los habitantes, hombres y mujeres, para explotarlos de una u otra manera, reservaron sin proponérselo las culturas ancestrales, que de otro modo habrían desaparecido del planeta. En tanto nosotros, los mestizos, no sospecharíamos siquiera lo que fueron nuestras raíces de culturas prehispánicas y que son lo que nos dio unidad a las poblaciones nativas más o menos mestizadas, pero que nos unieron con la riqueza material e inmaterial de la vida cotidiana de las poblaciones originales, por su moral social igualitaria y comunitaria basada en una base económica sustentada por las milpas, las cactáceas y los animales de corral, por el tequio (trabajo comunitario) y una figura femenina todopoderosa.
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