¿Y si trabajar volviera a tener sentido?
Cada lunes, millones de personas sienten lo mismo: apatía, ansiedad, una fatiga que va más allá del cuerpo. El trabajo, que durante siglos se consideró fuente de dignidad y desarrollo, hoy es para muchos una carga. La entrada ¿Y si trabajar volviera a tener sentido? se publicó primero en Ethic.

Cada lunes, millones de personas sienten lo mismo: apatía, ansiedad, una fatiga que va más allá del cuerpo. El trabajo, que durante siglos se consideró fuente de dignidad y desarrollo, hoy es para muchos una carga. ¿Vale la pena todo este esfuerzo? ¿Es posible mirar el trabajo con otros ojos?
Vivimos tiempos en los que, para muchos, el trabajo, lejos de ser un espacio de realización, se ha convertido en un escenario de desgaste. No se trata solo de largas jornadas o metas imposibles: lo que más agota es la desconexión entre lo que hacemos y lo que valoramos. Pero, ¿si el problema no es el trabajo en sí, sino cómo lo entendemos?
Durante décadas, se ha reducido el trabajo a producir, competir y ganar dinero. Pero esta visión es incompleta. El profesor Ignacio Ferrero lo explica bien: necesitamos pasar de una visión «simplista del trabajo como un empleo a una comprensión más rica del trabajo como una vocación, una forma de servir y de amar».
Durante décadas, se ha reducido el trabajo a producir, competir y ganar dinero
¿Y si el trabajo fuera una forma de desplegar nuestra mejor versión, una posibilidad real de conectar lo que lo que hacemos con lo que verdaderamente somos?
Quizás entonces podríamos comprender el trabajo como parte de un proyecto de vida con sentido. Cuando lo que hacemos está alineado con nuestra identidad, con aquello que anhelamos aportar al mundo, el trabajo se transforma en una vía de realización personal y colectiva.
La filósofa Ana Marta González sostiene que estamos atravesando una crisis silenciosa: «para muchas personas, el trabajo ha dejado de ser el lugar privilegiado desde el que articular su desarrollo personal y social».
¿Es esta una crisis o una oportunidad? Más allá de los cambios económicos, sociales y tecnológicos, el cambio cultural que vivimos es profundo y silencioso. Hoy las expectativas han cambiado, ya no basta con cobrar un buen sueldo a fin de mes, las personas anhelamos coherencia, buscamos sentido.
Es momento de repensar el trabajo, resaltando su dimensión humana y su relación con el descanso, el ocio y la celebración.
Llegados a este punto podríamos preguntarnos: ¿qué hace valioso trabajar hoy? No alcanza con medir su precio o valor. El trabajo genera bienes relacionales, vínculos, comunidad, crecimiento interior. ¿Cómo recuperar esa riqueza?
MacIntyre sugiere que nuestras vidas cobran sentido cuando se narran con coherencia, guiadas por acciones que reflejan lo que pensamos, sentimos y decimos. Cualidades que, al repetirse con intención, se convierten en virtudes. Y en ningún lugar como el trabajo se pone a prueba esa coherencia.
¿Qué ocurre cuando el trabajo, en vez de llenarnos, nos vacía? El agotamiento no es solo cuestión de horas, sino de sentido. Sin un para qué, el cómo se vuelve insostenible. Cuando todo gira en torno a la productividad, perdemos de vista el propósito. Como señala González: «cuando el hombre fija en el trabajo el fin de su vida, la consecuencia suele ser el vacío existencial».
El agotamiento no es solo cuestión de horas, sino de sentido
Pero algo está cambiando. La pregunta por el sentido está en el centro de las conversaciones, los informes de clima laboral, los debates culturales. Hoy sabemos que trabajar mucho no siempre implica trabajar bien. Y que trabajar bien también incluye saber parar, descansar, celebrar, agradecer.
¿Puede una organización ayudar a sus colaboradores a encontrar sentido? ¿Qué ocurre cuando el propósito corporativo y el propósito personal se encuentran? Cuando eso sucede, ya no se trabaja solo por un salario: se trabaja por una causa. Y eso genera compromiso, pertenencia, bienestar.
Los estudios lo confirman: en entornos donde hay respeto, transparencia y un propósito claro, las personas no solo rinden más, sino que crecen más. Porque se sienten parte de algo más grande. Promover una cultura laboral más humana no es solo deseable: es urgente.
¿Y si la verdadera medida de un buen trabajo fuera la alegría que produce? No hablamos de placer inmediato, sino de esa serenidad profunda que sentimos cuando lo que hacemos tiene sentido. Alegría no porque todo sea fácil, sino porque vale la pena.
Quizás, si logramos integrar productividad y humanidad, acción y descanso, resultados y sentido, entonces el trabajo podrá volver a ser lo que siempre debió ser: un camino para desplegar lo mejor de nosotros mismos.
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