Unidos por la música: la idea de una Francia superficialmente reconciliada
Gran éxito de taquilla en su país de origen y premiada por el público en San Sebastián, la película tiene buenos momentos pero peca de ingenua

Unidos por la música (En Fanfare, Francia/2024). Dirección: Emmanuel Courcol. Guion: Emmanuel Courcol, Irène Muscari. Fotografía: Maxence Lemonnier. Edición: Guerric Catala. Elenco: Benjamin Lavernhe, Pierre Lottin, Sarah Suco, Nathalie Desrumaux, Stéphanie Cliquennois, Ludmila Mikael, Jacques Bonnaffé y Clemence Massart. Duración: 103 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: buena.
Gran éxito de taquilla en su país de origen, Francia, y ganadora del Premio del Público en el Festival de San Sebastián, donde obtuvo el mejor promedio histórico de esa votación con un categórico 9,32 sobre 10, Unidos por la música consiguió esos resultados porque está deliberadamente pensada para obtenerlos y puso en marcha estrategia eficaz.
Emmanuel Courcol, quien tiene hoy 67 años y desarrolló la mayor parte de su carrera como actor de teatro y televisión, ya había apelado a una fórmula parecida con El triunfo (2020), protagonizada por un actor en declive que decide montar su propia obra de teatro adaptando Esperando a Godot de Samuel Beckett en una cárcel y con reclusos como actores.
En este caso, la historia también tiene muchos condimentos para llegar al corazón del espectador sensible: una tragedia familiar, una grave enfermedad que requiere de una intervención heroica para ser neutralizada y la música como puente de unión entre dos mundos en principio muy alejados y experiencia catártica, un recurso que se ha puesto en juego más de una vez en el cine, por ejemplo en Tocando el viento (1996), del británico Mark Herman.
Oscilando entre la sátira social y el drama familiar, la película propone una alianza entre dos Francias, la burguesa y la proletaria, con la candidez propia de la buena conciencia. Pero faltan actores en este escenario de concordia entre la gente que voluntariamente se calza el frac para disfrutar del placer elegante de la música clásica y la que es inducida por la desigualdad a llevar los ya célebres chalecos amarillos. El mapa que dibuja Courcol no incluye ni a los inmigrantes discriminados en toda Europa ni a los furiosos militantes de la extrema derecha, dos colectivos importantes en Francia. Es una pintura a la que le faltan trazos, matices.
Como radiografía social, Unidos por la música elige un recorte más bien amable, consciente de que ese es el mejor atajo para cosechar un público masivo. Es un film correcto en más de un sentido: bien trabajado en términos de puesta en escena y con sólidas actuaciones de sus dos protagonistas, Benjamin Lavernhe (como un prestigioso y descontracturado director de orquesta) y Pierre Lottin (un trabajador también amante de la música, pero que toca el trombón en una orquesta popular).
Los roles secundarios aportan el contrapunto femenino para el conflicto central, que tiene como vector a las peripecias cambiantes de una relación entre dos protagonistas que viven realidades de alto contraste y de a poco, con el Bolero de Ravel, una de las piezas más famosas e icónicas de la música del Siglo XX, como telón de fondo, se irán acercando.
Dependiendo de la óptica que se utilice, Unidos por la música puede ser mejor o peor. Su perspectiva humanista es indudable, pero no hace falta apelar al cinismo para concluir que el recorrido que propone -una reconciliación entre clases sociales distanciadas por la lógica intrínseca del capitalismo- está más cerca de la ilusión que de una meta asequible.
Por fortuna, Courcol evita los excesos a los que se entregaron sin prejuicios otras películas francesas de un estilo bastante similar -Amigos intocables (2011), La fiesta de la vida (2017), Un año difícil (2023)- y mantiene mayormente un tono próximo a la discreción que solo altera en un tramo final donde el sentimentalismo, si se permite la obviedad, funciona a toda orquesta.