Desde que lo vistieron con tres ataúdes en Cádiz, todos los caminos de Junio Valerio Scipione Ghezzo Marcantonio Maria Borghese le conducían a Roma, a uno de los lugares más sagrados de la Ciudad Eterna sobre el que estos días recaen las miradas del mundo entero. No lo eligió. Le vino dado por ser quien era, tras petición de sus descendientes a la Curia pontificia amiga. Porque su alta cuna terminó marcando la cripta subterránea de su descanso tras una repentina y sospechosa muerte en España, donde se ocultaba con nombre falso. Todo lo contrario que el Papa Francisco. El argentino eligió adrede como sepultura un hueco en una capilla en Santa María La Mayor , en la colina romana...
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