Un Papa americano campeón del antitrumpismo

Días de paradoja, como esas sobre las que, según Chesterton, se funda el cristianismo: en la era de la alta tecnología, de la Inteligencia Artificial, los satélites incontables de Starlink y los teléfonos inteligentes, medio mundo ha vivido pendiente de una humilde chimenea medieval a la espera de la más primitiva forma de comunicación: señales … Continuar leyendo "Un Papa americano campeón del antitrumpismo"

May 9, 2025 - 10:45
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Un Papa americano campeón del antitrumpismo

Días de paradoja, como esas sobre las que, según Chesterton, se funda el cristianismo: en la era de la alta tecnología, de la Inteligencia Artificial, los satélites incontables de Starlink y los teléfonos inteligentes, medio mundo ha vivido pendiente de una humilde chimenea medieval a la espera de la más primitiva forma de comunicación: señales de humo.

Es, sin embargo, perfectamente comprensible. Aunque vivamos en un mundo descristianizado, aunque la hoja Excel del catolicismo muestre unos números deprimentes, aunque el Papa gobierne apenas un diminuto barrio de Roma y no corone emperadores ni convoque cruzadas contra el infiel, la Iglesia lleva dos mil años rondando interrumpidamente sobre la Tierra y lo que no sepa de los hombres por santa, lo sabe por vieja.

Más o menos comprometidos, además, hay mil quinientos millones de católicos. Conviene contar con ella. Es fama que Stalin despreciaba su influencia con la irónica pregunta de “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”, pero su régimen comunista cayó décadas después con el empujoncito de un Papa polaco.

El propio papado es hijo de otra paradoja. Para los católicos es el Vicario de Cristo, su máximo representante sobre la Tierra, algo así como el Senescal de Gondor en El Señor de los Anillos, con plenitud de poder. Por encima, solo Dios. Y, sin embargo, su misión específica, la “job description”, no puede ser más humilde y menos apetecible para un hombre ambicioso: conservar y transmitir el Depositum Fidei, una fe perenne e inmodificable. Todo lo demás, se supone, es añadido, complemento.

Por supuesto, no es así como se ve desde fuera. Desde fuera se ve una gigantesca organización de la que el Papa es el CEO y los obispos, sus directivos regionales. Desde fuera se ve a alguien con poder para cambiar lo que le dé la gana y, por tanto, un aliado o enemigo potencial que tener en cuenta.

Y este es el núcleo de la batalla en el interior de la Iglesia, que es difícil advertir desde fuera: ¿debe la Iglesia seguir las modas ideológicas del mundo, u oponerse a ellas? ¿Debe adaptarse o debe luchar? Esa fue la gran pregunta que se planteó en el último concilio, cuya consigna fue, precisamente, ‘aggiornamento’, actualización, en el sentido de acercamiento al mundo, con el riesgo evidente de mundanizarse, de hacer de lo perenne algo cambiante.
El resultado, analizado fríamente, fue un desastre, como el de la New Coke. Si la Iglesia iba a decir lo mismo que el mundo, si iba a ser una ONG con extraños sombreros, muchos optaron por quedarse con el producto original.

De hecho, el llamado “espíritu del concilio” llevó a tal desmadre en la formas y a tal confusión en el fondo que los dos Papas anteriores a Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI (Juan Pablo I no tuvo tiempo para nada) se esforzaron por lograr la cuadratura del círculo, tratando de armonizar los nuevos modos con la vieja tradición.

Y entonces llegó Francisco, hijo del Vaticano II hasta la médula, y pisó el acelerador donde sus predecesores habían apretado el freno. Francisco fue un hombre de poder, aparentemente más interesado en lo que pensaba la ONU que en lo que hubieran podido decir los Santos Padres. “Hagan lío”, aconsejó a los jóvenes que le vitoraban en Río. Y se dedicó a hacer un lío fundamental.
Eso, unido a sus formas arbitrarias y autoritarias, provocó en el alto clero una tensión cuyo alivio pudo verse inmediatamente después de su muerte. Por eso muchos confiaban en el refrán romano, según el cual tras un Papa gordo viene un Papa flaco, es decir, un cambio. Tanto experimento ya marea, y se auguraba un pontífice más calmado, más moderado, más, si se quiere, “conservador”.

Pero la fumata blanca nos ha traído a León XIV, un americano (“el menos americano de los americanos”, he llegado a leer) que ha sido uña y carne con el pontífice anterior. Quienes no querían arroz woke, aquí tienen dos tazas.
Prepárense para cambioclimatismo en vena, loas al fin de las fronteras nacionales, acercamiento a las ‘minorías’ sexuales, guiños al feminismo radical y condenas a la economía de mercado.

Un último apunte: quienes ven los toros desde la barrera e ignoran al personaje han subrayado mucho su nacionalidad norteamericana, insinuando un fortalecimiento del imperio. Que se olviden: León ha desplegado un antitrumpismo feroz, como puede comprobarse repasando sus aportaciones en Twitter.