Tiendas y supermercados echan el cierre por el apagón y temen por los productos frescos: “Los lunes es justo cuando llega el género”

Situación de parálisis en muchos comercios. Son muchas las persianas que ha obligado a bajar el apagón generalizado. En supermercados y bares, preocupa el...

Abr 28, 2025 - 21:00
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Tiendas y supermercados echan el cierre por el apagón y temen por los productos frescos: “Los lunes es justo cuando llega el género”

Situación de parálisis en muchos comercios. Son muchas las persianas que ha obligado a bajar el apagón generalizado. En supermercados y bares, preocupa el estado de las cámaras y los productos refrigerados. Los que se resisten a cerrar confiesan que están funcionando a medio gas y con “muchas complicaciones”. Pago solo en efectivo, y volver el papel y lápiz.

“Para el producto fresco es fundamental estar refrigerado”, expresa José desde el mostrador de la carnicería en la que trabaja en el centro de Madrid, recalcando que el apagón no podía haber llegado en peor momento. “Nos ha pillado en lunes, que es justo cuando nos llega el género. Estamos cargados hasta arriba y hace falta refrigeración”, agrega. El carnicero apunta a que la cámara con la que cuenta la tienda -un pequeño puesto en el céntrico mercado de abastos madrileño de Antón Martín-puede mantener el frío durante un día, pero no más. Es importante evitar abrirla innecesariamente. “Nos ha sorprendido que los clientes han seguido viniendo a comprar, algunos para ahorrarse abrir ellos la nevera”, señala.

Al otro lado de la calle, un supermercado con el cierre completamente bajado. Detrás de la puerta se dejan entrever las cestas y los carritos agolpados para impedir el paso. “No podemos estar abiertos”, explica Roberto, el responsable del supermercado, cerca de la plaza de Tirso de Molina, en Madrid. Indica que el establecimiento cuenta con un soporte propio para mantener las cámaras de refrigeración en funcionamiento durante unas horas, pero duda de que puedan durar más de un día. “Pensábamos que iba a ser cuestión de segundos o minutos. En los últimos años, ha habido cortes dos o tres veces en el barrio, pero pasan los minutos y esto no es normal. Empieza a crecer el nerviosismo”, comenta, angustiado por no poder atender a los clientes. “Vendemos productos de primera necesidad”, recuerda.

En un bar cerca de la estación de Atocha, Jairo sirve las que cree que van a ser las últimas consumiciones del día. “No podemos servir, no tenemos sistema”, lamenta. El corte de luz les impide cobrar con tarjeta y les ha pillado con las neveras llenas, preparados con extra de productos de cara a los días festivos del puente de mayo. Confía en que los alimentos refrigerados aguanten sin estropearse al menos cinco o seis horas, pero la preocupación avanza a medida que el tiempo corre y la luz no vuelve. Al otro lado de la calle, otro bar opta por seguir atendiendo clientes, pero advierte de que solo pueden admiten efectivo.

En las inmediaciones de la Gran Vía, la típica estampa de calles repletas de viandantes y turistas se mantiene. Sin embargo, las bocas de metro están precintadas y la mayoría de tiendas de ropa y demás negocios han echado el cierre. “Hemos estado quince minutos atendiendo a los clientes que estaban en la tienda, pero hemos tenido que desalojar. En cuanto ha pagado el último con tarjeta, hemos cerrado”, explica Tara, dependienta en una tienda de ropa en Gran Vía. La joven espera junto a sus compañeros a la puerta del establecimiento, detrás de la persiana bajada. Les han tenido que ayudar a forzar el cierre manual de la puerta y por el momento tienen un equipo de baterías para mantener el sistema interno durante unas seis horas.

“La tienda está vacía. No podemos ni hacer gestiones internas del día a día”, insiste en la misma línea Rosalía, dependiente de otra tienda de complementos. El establecimientos está completamente vacío y prácticamente a oscuras, con el cierre medio bajado para dejar pasar algo de luz. “Al principio pensaba que solo habría sido aquí, pero he salido y he visto que era en todos los negocios”, explica sobre el momento en el que se ha producido el apagón.

Hasta la tienda de telefonía en la que trabaja Noé, en plena Puerta del Sol, se acerca un goteo constante de turistas preguntando qué es lo que está pasando, muchos de ellos incomunicados. “Nos preocupa que la puerta no se cierra, es eléctrica”, apunta, sobre el temor a que pueda entrar alguien con la intención de robar algún producto. Les da seguridad la presencia de policías en las inmediaciones del establecimiento.

Las consultas de los turistas son constantes también en el hotel en el que trabaja José Luis, recepcionista en un establecimiento ubicado en plena Gran Vía. “Los check-in que estamos haciendo son a base del ‘viejo’ papel. Apuntar el nombre y llevar al cliente hasta su habitación. Es todo lo que podemos hacer”, explica. Tampoco pueden cobrar las reservas. Comenta que “por suerte” no han tenido que lamentar ningún incidente grave. Justo en el momento del apagón los ascensores estaban vacíos. “Las puertas funcionan con batería”, explica, apuntando a que los turistas pueden entrar y salir de las habitaciones sin problema. Le preocupación entre turistas y trabajadores es compartida. “Cuánto tiempo va a durar esto”, preguntan dos jóvenes en inglés al recepcionista, que reconoce que “trabajar en estas condiciones es muy complicado”.