Seducidos por una chimenea viejuna

En Roma te confundes entre la multitud con una facilidad asombrosa. Aquí todo son visitantes, hasta los romanos

May 9, 2025 - 06:14
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Seducidos por una chimenea viejuna

Leía durante los días en que duraba el conclave a un tuitero, porque lo de decir equisero aunque le haya cambiado el nombre Elon Musk queda muy mal, preguntarse cómo podía ser que en la era de la comunicación, de las nuevas tecnologías y las redes sociales medio mundo esté pendiente de una chimenea viejuna. Es pequeña, muy pequeña, está oxidada literalmente, pende de un hilo. O un cable. Supongo que no estaba en Roma el tipo. Quien está aquí conoce perfectamente la respuesta. 

No podría contar las personas que he visto en San Pedro mirar hacia esa pequeña chimenea que me costó ubicar el primer día. Cientos, miles, qué sé yo. Todos entre las 284 columnas sintiendo el abrazo que quiso Bernini recrear con la reforma de la plaza. Apuntando con el dedo al tejado de la Capilla Sixtina y diciéndole al de al lado ¡Ahí está! Y lo que ahí está es la chimenea más famosa del planeta. El lugar más observado durante días. El que más directos en digitales y televisiones aglutina. El que cuenta al mundo, con la única necesidad de diferenciar entre un color y otro, que 133 tipos se han puesto de acuerdo para elegir a uno de los hombres más poderosos de la tierra. 

Y sí, digo poderoso cuando hablo del Papa. Porque lo sigue siendo. No tiene armas ni la bomba nuclear. No tiene ejército más allá de los 135 Guardias suizos que rondan la basílica. Tiene algo mucho más importante. Doctrina y fieles. Doctrina para 1.500 millones de fieles que hacen entendamos aquello de que no hay arma más poderosa que la palabra. 

En Roma te confundes entre la multitud con una facilidad asombrosa. Aquí todo son visitantes. Hasta los romanos. Todos somos turistas, aunque vengamos a trabajar y todos sucumbimos al paraguas de la tienda del souvenir cuando hay agua y a la botella de la tienda de Tabacchi cuando hay sed. A todos nos venden pesetas a duros y a todos nos choca ver de noche la Plaza de San Pedro. Tan imponente. Tan magna. Tan impolutos sus balcones. Tan perfecta su Basílica. Tan mendigos sus mendigos. Porque sí, también en San Pedro duermen sintecho cada noche. Sobre cartones o en tiendas de campaña. Rodeados de colillas o botellas de lo que hayan podido pillar de alguna parte. No deja de ser el Vaticano el menos malo de los lugares para pedir una moneda, ¿no?

Sólo pisar este lugar y en estos días da cierto vértigo. Rodearte de miles de colegas. Ver cientos de micrófonos, cámaras, ordenadores. Cualquier sitio es el indicado para rematar una pieza o anotar un detalle. Un banco Via della Conciliazione. Una terraza en Borgo Pio. El último bocado de una pizza junto al Santo Spirito in Sassia. No hay cigarillos suficientes para todos, ni ceniceros donde apagarlos. Porque sí, aquí cuesta hasta tirar una colilla al suelo. Da pudor. Al fin y al cabo, no dejas de ser tirarla en uno de los lugares con más historia, más arte por metro cuadrado y más espiritualidad del planeta. ¿Quién tiraría una colilla al Cinquecenton mientras siente que Miguel Ángel lo mira?

¿De qué color serán los zapatos del próximo Papa?

He paseado por las calles de alrededor y hablado con las gentes que viven aquí 365 días al año. Percibí en Antonio Arellano, un peruano con más acento italiano que otra cosa, que está un poco hasta el gorro de atender periodistas. Si no hubiera hecho zapatos para dos papas, no le atosigarían, claro. Yo el primero, que conste. En su diminuto taller de una calle cerca de San Pedro se refugia entre recortes de periódico, fotografías con Benedicto y Juan Pablo y un libro que lleva su firma: El zapatero del papa. Nos enseña los rojos que gastaba el alemán y le cuesta no emocionarse cuando recuerda lo que se siente al dar forma a unos que sabe, va a calzar los pies más famosos del mundo. -¿De qué color serán los del próximo?- Le pregunto -Qué sé yo- me contesta, así como pensando que es la pregunta más estúpida que le han hecho jamás. Y probablemente tiene razón. 

He conocido a Amalia, que fue dircom del Palace en Madrid y hoy ejerce de corresponsal, que me jura que en estos alrededores siempre suceden cosas extraordinarias y también pienso que tiene razón. Y lo creo porque la conozco cuando se para de golpe a preguntar a mi amigo y colega Chapu que si era hijo de Paco Apaolaza. No se lo podía creer a quién estaba viendo. Lo reconoció después de treinta años. Desde que compartía grada en San Isidro con su padre que, dice Chapu, siempre le manda señales desde arriba. A mí que me expliquen si eso no es un milagro. 

Por aquí pasa todo el mundo. Cuando las televisiones hacen todo el zoom que pueden sobre la diminuta chimenea, comienzan a acercarse runners, ciclistas, parejas, amigos, gente que ni les va ni les viene, pero no quieren perderse lo que todos, ateos, católicos o indiferentes saben que es un momento para la historia. 

Hay fumata. Es blanca y aquí me quiero quedar. La gente corre y lloran los que llevan horas esperando. Rezan los padres y las hermanas, supongo que para que la decisión que se acaba de hacer pública sea la Correcta. Sólo 132 personas saben a esta hora el nombre del nuevo Papa pero miles aquí, millones fuera, estallan de alegría. Es curioso ver como en cuestión de días este lugar ha pasado del llanto y el luto por Francisco al júbilo por la elección de un Papa que todavía no saben quién es. ¿Qué les importa? Es el suyo. Y punto. Ya habrá tiempo para analizarlo. Les vale con saberse su nombre que, desde este jueves, es León XIV.