Sánchez se apunta al año Ho Chi Minh

Pedro Sánchez está en un sinvivir. Se le acumulan los aniversarios de los dictadores. Tiene tantos actos conmemorativos dedicados a tiranos que se le revientan las costuras de la agenda. A lo mejor es que quiere que se le pegue algo. El roce hace el cariño, ya se sabe. También el roce con otros déspotas … Continuar leyendo "Sánchez se apunta al año Ho Chi Minh"

Abr 16, 2025 - 21:43
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Sánchez se apunta al año Ho Chi Minh

Pedro Sánchez está en un sinvivir. Se le acumulan los aniversarios de los dictadores. Tiene tantos actos conmemorativos dedicados a tiranos que se le revientan las costuras de la agenda. A lo mejor es que quiere que se le pegue algo. El roce hace el cariño, ya se sabe. También el roce con otros déspotas hace el cariño del déspota hacia sí mismo.

La pasada semana Sánchez se arriesgó a padecer tortícolis con su cabezazo ante el mausoleo del dictador comunista Ho Chi Minh, «padre» de la nación vietnamita. Lo hizo después de colocar una corona de flores de improbable alusión a la bandera española que más parecía una alfombrilla de baño laureada.

Uno no puede estar en todo. La elección de la corona no es cosa de Sánchez, seamos justos. Sí lo es el discurso machacante de la «memoria democrática» con que suele atizar a los españoles con cualquier pretexto para luego irse de turné mundial a inclinar la cerviz con religioso respeto ante las tumbas de los sátrapas extranjeros.

«Una democracia no rinde tributos ni a los dictadores ni a sus secuaces. Una España con memoria es una mejor España. Orgulloso de la Ley de Memoria Democrática», escribió Sánchez en X el 5 de noviembre de 2022. Lo recordaba muy oportunamente @ricardin43 en esa red social, mientras incluía las imágenes del homenaje al tirano vietnamita.

A lo que parece el Año Franco le ha sabido a poco a Sánchez y eso que no había hecho más que empezar. El más megalómano programa de conmemoraciones dedicadas a una flebitis en la historia de la sanidad mortuoria lleva varias semanas momificado en los cajones de La Moncloa.

Las nóminas de los responsables del programa, por el contrario, siguen vivas en el gasto que soporta el contribuyente. La estructura ministerial paralela creada para diseñar las actividades de la efeméride incluye un comisionado con rango de subsecretaría, una oficina de apoyo al comisionado -ya saben la jefa del gabinete del jefe de gabinete, creación de Óscar López, el ex director de «Tapadores» Nacionales…- y una comisión interministerial.

A ello se suma un comité de expertos, este sí, por fin, de verdad, porque ante la conmemoración de la muerte de Franco merece la pena tener un comité de expertos real, con miembros con sus nombres y sus apellidos, no como ante una pandemia con decenas de miles de muertos en toda España, que para esa catástrofe sanitaria se inventó Sánchez un comité de expertos que no existía, aunque fuera para reírse trágicamente en la cara de todos los españoles.

La turra neofranquista con la que el sanchismo trata de taparse las vergüenzas de su apestosa corrupción pública y púbica a todos los niveles familiares, políticos e institucionales ha encontrado una inesperada muleta en la figura de Ho Chi Minh. Un tirano, apodado «el agradable tío Ho», que supo camuflar con su acendrado nacionalismo la terrible realidad de una dictadura comunista, como escribió Jean-Louis Margolin en «El libro negro del comunismo».

Dictadura comunista sustentada, como el resto, en los crímenes de masa, con un millón de víctimas, y en un control férreo y aplastante de toda disidencia, control que hoy perdura en el régimen de Hanói.

Hasta el propio Franco, en su famosa carta al presidente Lyndon B. Johnson de agosto de 1965, le confirió «el crédito de patriota» a Ho Chi Minh por «su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses, primero, a los chinos después y a los franceses más tarde».

A su suavizada imagen en Occidente contribuyeron precisamente los condenables excesos del colonialismo francés y la cruenta intervención norteamericana, pero un político que ha hecho de la «memoria democrática» el sustento de su plus de legitimidad política sobre sus rivales políticos debería de haberse abstenido del sonoro crujido de sus cervicales ante el mausoleo de un sanguinario déspota comunista como Ho Chi Minh.

Pero ese no es el propósito de Sánchez ni mucho menos. El mensaje de su crujido de cervicales es precisamente el de establecer que las tiranías de izquierda merecen veneración pues, al fin y al cabo, son las de su bando, y hay que reconocerlas y respetarlas aun estando vigentes, como es el caso de Cuba y Venezuela.

Ejemplo reciente ha sido la participación del fiscal general imputado, Álvaro García Ortiz, en un encuentro internacional sobre derecho penal organizado por la Fiscalía General de Cuba, que forma parte del engranaje represor del régimen castrista. Como se preguntaba acertadamente @MagistraThor en la red social X, ¿qué hace en ese encuentro la Fiscalía española, enseñar o aprender?

Todo ello responde al principal axioma sanchista: una izquierda totalitaria siempre tendrá más legitimidad política que una derecha democrática. De ahí todos sus derivados aplicados a la «memoria democrática», con la idealización de los partidos abiertamente bolcheviques, como el propio PSOE de Largo Caballero, como adalides de la libertad y la democracia, eximiéndolos de su siniestra responsabilidad en el fracaso del intento democratizador de la Segunda República.

Sin olvidar los derivados de la «memoria democrática» administrados contra la España constitucional y la Monarquía parlamentaria, donde quienes pretenden destruirlas devienen socios preferentes de La Moncloa, mientras quienes las defienden se ven estigmatizados detrás de un «cordón sanitario».

Sánchez trata de resucitar el espantajo de la dictadura de Franco cincuenta años después de la muerte del dictador con la misma determinación con la que el arqueólogo Howard Carter habría podido aplicar las maniobras de reanimación cardiopulmonar a la momia de Tutankamón.

Al mismo tiempo, bajo la guía mercenaria de Rodríguez Zapatero, paladín universal de los regímenes más abyectos, no tiene rubor alguno en compadrear con las tiranías del presente, sobre las que las organizaciones de derechos humanos emiten cada año informes escalofriantes.

Aunque si se piensa bien, todo tiene una explicación. Ha pasado más tiempo desde la muerte de Franco en 1975 que desde la renuncia del PSOE a la dictadura del proletariado en 1979.

En su XXVIII Congreso, celebrado en Madrid en mayo de ese año, los socialistas aún predicaban «la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores» entre las aspiraciones de su «programa máximo». Ya sabemos cómo se intentaba lograr ese objetivo en los países del «socialismo real»: represión sin fin, saqueo metódico y hambrunas.

Por lo tanto, hoy celebran la llegada de la libertad con la muerte del dictador en 1975 los que entonces aspiraban a una forma de poder totalitario, mediante «la posesión del poder político por la clase trabajadora», otra de sus aspiraciones en ese mismo «programa máximo».

El sanchismo, que desenterró a Franco, está desenterrando también sus principios marxistas, pero como se suele decir, los de Groucho: estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros. Sánchez ya ha demostrado su impúdica capacidad de poner estos principios al servicio de su permanencia en el poder, pero ahora viene lo más serio: está resuelto a demostrar también su voluntad de no abandonarlo nunca.

El primer paso es, como en las tradiciones espirituales orientales, la veneración de los maestros. Por eso la foto ante el mausoleo de Ho Chi Minh es mucho más que un souvenir turístico.