Psicología artificial
Lo que me llamó la atención no fueron las complejidades de unas u otras teorías, sino que ninguna de ellas pudiera dar respuesta a la pregunta. Nadie sabía cómo había hecho Willow unos cálculos tan rápidos. Por extraño que pueda parecer, este es el pan nuestro de cada día en la inteligencia artificial. Sabemos cómo... Leer más La entrada Psicología artificial aparece primero en Zenda.

En diciembre de 2024, Google anunció el lanzamiento de Willow, su nuevo procesador cuántico, capaz de realizar cálculos complicadísimos a una velocidad sorprendente. El líder del proyecto insinuó que la velocidad de Willow se debía a que comunicaba con universos paralelos para hacer sus operaciones. Aquello sonó tan rocambolesco que no tardaron en surgir voces ajenas a la compañía para negarlo y para proponer, en su lugar, otras teorías más pegadas a la realidad.
Por extraño que pueda parecer, este es el pan nuestro de cada día en la inteligencia artificial. Sabemos cómo están hechos los sistemas por dentro, del mismo modo que sabemos cómo está hecho nuestro cerebro y conocemos, también, los procesos básicos que dan forma al pensamiento (señales eléctricas y químicas), pero al hablar del conjunto completo, no tenemos verdadera idea de lo que está pasando.
Los sistemas de inteligencia artificial son cajas negras de las que conocemos lo que les preguntamos y lo que recibimos como respuesta, pero no lo que ha ocurrido en su interior. Es un hecho que se parece demasiado a lo que nos pasa a nosotros mismos cuando analizamos la manera en la que opera nuestra cabeza y solo podemos observar qué partes del cerebro estamos usando para cada actividad. Tenemos los ladrillos y la foto de la casa terminada. Poco más. Lo que ha pasado por el camino sigue siendo, a grandes rasgos, un misterio.
En el caso de nuestros cerebros, hemos desarrollado dos ramas científicas diferentes para atajar su estudio: una de ellas es la que incluye a las ciencias que analizan al cerebro como órgano (neurociencias), pero, para donde estas disciplinas no llegan a obtener conclusiones, hemos creado esa parte específica de la psicología que estudia el cerebro a través de conversaciones con el paciente. Le pregunta directamente a él para tratar de dilucidar lo que le está ocurriendo dentro.
Puede parecer absurdo, pero, poniéndonos frente a la IA, ya hemos entrado en el mismo camino. Ya estamos en el punto en el que no tenemos otra manera de saber lo que ha hecho un ordenador más que hablando con él. Ya se utilizan aproximaciones psicológicas con los sistemas artificiales para saber cómo operan internamente a través de rutinas de pregunta-respuesta, o sometiéndolos a pruebas específicas que nos ayuden a comprender qué mecanismos de pensamiento operan en su interior. Usamos la psicología para comprender a las máquinas porque no tenemos otra manera de entenderlas del todo.
Es un hecho que despliega un enorme árbol de consecuencias. Para empezar, desdibuja todas las ilusiones de control que hayamos podido tener. Ni siquiera las sacrosantas leyes de Asimov, que aseguraban —en la ficción— que los robots siempre obedecerían a los humanos y nunca serían capaces de dañarlos, podrán ser aplicadas de manera efectiva.
Hasta ahora, hemos pensado en las máquinas como elementos de capacidades finitas, pero esto dejará de tener sentido y las máquinas harán deducciones, tomarán decisiones y —aunque ahora nos cueste creerlo— imaginarán. Sus cerebros serán entes flexibles que podrán madurar y cambiar en función de las experiencias y de la interacción con otros. Podrán sufrir heridas psicológicas semejantes a las nuestras y podrán desarrollar mecanismos de defensa tan complejos y turbios como los nuestros.
La paradoja encerrada en este asunto es que aún existe mucha gente que niega la utilidad de la psicología en los humanos y la desprecia como ciencia. La asume como una disciplina solo necesaria para los niños o para las personas con trastornos graves, pero, muy probablemente, la robótica enseñará a toda esa gente que la psicología está llamada a convertirse en una de las grandes ciencias del futuro. En cuanto nos demos cuenta de que un robot que desempeña una tarea compleja requiere de una mente igual de compleja, nos apresuraremos a asumir que no podemos tratarlo como a un mero objeto sin propósito o sin necesidad de autorrealización. Aprenderemos —por las malas— a portarnos bien con los robots y a enseñarles a no portarse mal con nosotros a través de los mismos mecanismos que usamos para que los humanos no se maten entre ellos: ética, moral y leyes. Desarrollaremos, también, una rama de la psicología específica para las máquinas, que se vaya adaptando a los desarrollos de las mismas y que tenga en cuenta la idiosincrasia que las atañe.
No es descabellado imaginar que llegará un momento en el que los humanos no serán capaces de ser buenos psicólogos para las máquinas, y estas tendrán que emplear a sus propios doctores, también artificiales, para conversar con ellas y ayudarles a superar sus problemas; para ponérselos delante y permitirles que tomen conciencia de ellos y traten de resolverlos.
Y esto será algo que también aprenderán a hacer a una velocidad sorprendente.
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