Plantas mágicas con nombre de animal (I): dragones

Fernando Navarro Fernando Navarro Mié, 07/05/2025 - 09:46 | Firma invitada: Gonzalo Claros Cuando en las películas se preparan pociones mágicas, siempre le echan cosas tan poco apetecibles como lengua de serpiente, oreja de liebre, cola de caballo, uña de gato, diente de león o de dragón, y otros trozos repugnantes de animales. Pero no pienses que realmente estén echando esa casquería (con la salvedad de algunos sapos y ranas), porque esas denominaciones tan poco atractivas no son más que la manera vernácula de referirse a muchas plantas que se consideraba que tenían propiedades mágicas desde la antigüedad. Afortunadamente, también encontramos vegetales con «poderes» de nombre más atractivo (rocío, beleño, belladona, belesa, mandrágora, tejo o eléboro). Algunas de ellas no solo han dejado huella en las leyendas (noveladas o peliculeras), sino también en la salud, en el idioma e incluso en algunas creencias grabadas a sangre y fuego en nuestro acervo cultural. ¿Tiene algún fundamento el mito de las plantas mágicas? Pues sí: su metabolismo secundario, ese que no se estudia mucho en la carrera, pero que les sirve para soportar las adversidades sin moverse del sitio (muy necesario porque, a diferencia de los animales, no pueden salir por patas ante un peligro). Otro efecto colateral del metabolismo secundario es que las plantas tengan más genes que los animales, pero esa es otra historia. No obstante, andémonos con cuidado, porque algunas que conocemos muy bien, sobre todo de la familia de las solanáceas (como las aparentemente inocentes patatas, berenjenas y tomates), son expertas en fabricar metabolitos desde tóxicos o estresantes hasta narcolépticos, mágicos y «colocantes», por lo que más te vale no comerlas ni crudas ni verdes. Acuérdate de la película Tomates verdes fritos. Qué mejor metáfora para una planta mágica que nombrarla por su similitud con un animal que solo existe en la imaginación de quien la describe: el dragón. Este es el motivo por el que tenemos tantísimas con nombres de este ser fantástico, como diente de dragón, cola de dragón, boca de dragón, sangre de dragón, dragón verde, dragoncillo, dragoneta y muchos otros. Cuando el nombre vulgar hace referencia a un dragón, suele coincidir con que su nombre científico lleva un dracontium o dracunculus, términos seudolatinos que derivan de la raíz griega δράκων (drákon, dragón), que, al pasar por el latín, se volvió draco, draconis. Empecemos por el diente de dragón (Dracontium loretense) cuya denominación se debe a la forma de la hoja, que parece un colmillo de dragón, o bien las garras de dicha entelequia. Además de ser un diurético natural, tiene propiedades colagogas, lo que significa que estimula la contracción de la vesícula biliar y favorece la secreción de la bilis (pero no del malhumor). También se llama diente de dragón (o dragoncillo, dragonera, dragoneta...) al Dracunculus vulgaris porque su inflorescencia se asemeja a un dragón con la boca abierta y la lengua fuera (¡vaya dominio de la pareidolia!). En cambio, los que se decantan por llamarlo hierba culebrera, piel de serpiente o rabo de lagartija están convencidos de su parecido con una pequeña serpiente, como ya describió Plinio el Viejo. Es muy tóxica, pero se ha venido usando en la medicina tradicional para tratar dolores de cabeza, los trastornos respiratorios, curar la gangrena, mejorar la vista, provocar abortos e incluso curar el cáncer. Como no contamos con estudios clínicos que lo respalden y es tan tóxica, yo no me la tomaría. El dragoncillo también puede corresponder a la Artemisia dracunculus, que se utilizaba de forma tópica en mordeduras de perros y serpientes, y para combatir el dolor de muelas, posiblemente por los fenilpropanoides que contiene. No está claro si el género, Artemisia, se debe a la diosa griega de la caza y de las virtudes curativas (Artemisa o Ártemis), o a Artemisia II de Caria, experta botánica del siglo IV a. C. que se casó con su propio hermano Mausolio (el sátrapa de Caria, cuya tumba, Maussoleion, dio nombre a los mausoleos), y a quien sucedió en el trono. Pero seguro que te darás una palmada en la frente cuando te enteres de que es el estragón (por deformación de «es dragón»), que hoy usamos con la misma alegría que otros condimentos culinarios. Como nunca hay dos sin tres o cuatro mil más, el diente de dragón también puede corresponder a la planta ornamental y modelo de investigación Antirrhinum majus, en la que, para tu sorpresa, el nombre del género viene del griego ἀντι (anti, semejante) y ῥίς, ῥινός (rís, rinós, nariz); o sea, planta que parece una nariz u hocico. No me preguntéis los vericuetos que hacen que se la denomine con mucha más frecuencia boca de dragón. *     *     * M. Gonzalo Claros es catedrático de biología molecular y bioinformática en la Universidad de Málaga. Columna extractada del artículo «¿Animales o vegetales? Entre la magia y el colocón», en el número 188 de la

May 7, 2025 - 09:47
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Plantas mágicas con nombre de animal (I): dragones
Fernando Navarro
Fernando Navarro
| Firma invitada: Gonzalo Claros

Cuando en las películas se preparan pociones mágicas, siempre le echan cosas tan poco apetecibles como lengua de serpiente, oreja de liebre, cola de caballo, uña de gato, diente de león o de dragón, y otros trozos repugnantes de animales. Pero no pienses que realmente estén echando esa casquería (con la salvedad de algunos sapos y ranas), porque esas denominaciones tan poco atractivas no son más que la manera vernácula de referirse a muchas plantas que se consideraba que tenían propiedades mágicas desde la antigüedad. Afortunadamente, también encontramos vegetales con «poderes» de nombre más atractivo (rocío, beleño, belladona, belesa, mandrágora, tejo o eléboro). Algunas de ellas no solo han dejado huella en las leyendas (noveladas o peliculeras), sino también en la salud, en el idioma e incluso en algunas creencias grabadas a sangre y fuego en nuestro acervo cultural.

¿Tiene algún fundamento el mito de las plantas mágicas? Pues sí: su metabolismo secundario, ese que no se estudia mucho en la carrera, pero que les sirve para soportar las adversidades sin moverse del sitio (muy necesario porque, a diferencia de los animales, no pueden salir por patas ante un peligro). Otro efecto colateral del metabolismo secundario es que las plantas tengan más genes que los animales, pero esa es otra historia. No obstante, andémonos con cuidado, porque algunas que conocemos muy bien, sobre todo de la familia de las solanáceas (como las aparentemente inocentes patatas, berenjenas y tomates), son expertas en fabricar metabolitos desde tóxicos o estresantes hasta narcolépticos, mágicos y «colocantes», por lo que más te vale no comerlas ni crudas ni verdes. Acuérdate de la película Tomates verdes fritos.

Qué mejor metáfora para una planta mágica que nombrarla por su similitud con un animal que solo existe en la imaginación de quien la describe: el dragón. Este es el motivo por el que tenemos tantísimas con nombres de este ser fantástico, como diente de dragón, cola de dragón, boca de dragón, sangre de dragón, dragón verde, dragoncillo, dragoneta y muchos otros. Cuando el nombre vulgar hace referencia a un dragón, suele coincidir con que su nombre científico lleva un dracontium o dracunculus, términos seudolatinos que derivan de la raíz griega δράκων (drákon, dragón), que, al pasar por el latín, se volvió draco, draconis.

Empecemos por el diente de dragón (Dracontium loretense) cuya denominación se debe a la forma de la hoja, que parece un colmillo de dragón, o bien las garras de dicha entelequia. Además de ser un diurético natural, tiene propiedades colagogas, lo que significa que estimula la contracción de la vesícula biliar y favorece la secreción de la bilis (pero no del malhumor).

También se llama diente de dragón (o dragoncillo, dragonera, dragoneta...) al Dracunculus vulgaris porque su inflorescencia se asemeja a un dragón con la boca abierta y la lengua fuera (¡vaya dominio de la pareidolia!). En cambio, los que se decantan por llamarlo hierba culebrera, piel de serpiente o rabo de lagartija están convencidos de su parecido con una pequeña serpiente, como ya describió Plinio el Viejo. Es muy tóxica, pero se ha venido usando en la medicina tradicional para tratar dolores de cabeza, los trastornos respiratorios, curar la gangrena, mejorar la vista, provocar abortos e incluso curar el cáncer. Como no contamos con estudios clínicos que lo respalden y es tan tóxica, yo no me la tomaría.

El dragoncillo también puede corresponder a la Artemisia dracunculus, que se utilizaba de forma tópica en mordeduras de perros y serpientes, y para combatir el dolor de muelas, posiblemente por los fenilpropanoides que contiene. No está claro si el género, Artemisia, se debe a la diosa griega de la caza y de las virtudes curativas (Artemisa o Ártemis), o a Artemisia II de Caria, experta botánica del siglo IV a. C. que se casó con su propio hermano Mausolio (el sátrapa de Caria, cuya tumba, Maussoleion, dio nombre a los mausoleos), y a quien sucedió en el trono. Pero seguro que te darás una palmada en la frente cuando te enteres de que es el estragón (por deformación de «es dragón»), que hoy usamos con la misma alegría que otros condimentos culinarios.

Como nunca hay dos sin tres o cuatro mil más, el diente de dragón también puede corresponder a la planta ornamental y modelo de investigación Antirrhinum majus, en la que, para tu sorpresa, el nombre del género viene del griego ἀντι (anti, semejante) y ῥίς, ῥινός (rís, rinós, nariz); o sea, planta que parece una nariz u hocico. No me preguntéis los vericuetos que hacen que se la denomine con mucha más frecuencia boca de dragón.

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M. Gonzalo Claros es catedrático de biología molecular y bioinformática en la Universidad de Málaga. Columna extractada del artículo «¿Animales o vegetales? Entre la magia y el colocón», en el número 188 de la revista Encuentros en la Biología.

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