Los perros de Chernóbil: Los sobrevivientes radiactivos que nos ayudan a entender la radiación
En 1986, en Chernóbil, una explosión sacudió el corazón de Europa, liberando una nube tóxica que contenía 400 veces más radiación que la bomba de Hiroshima. Aquel 26 de abril marcó el inicio de uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna. Pero, en medio del silencio radiactivo y el abandono, una historia […]

En 1986, en Chernóbil, una explosión sacudió el corazón de Europa, liberando una nube tóxica que contenía 400 veces más radiación que la bomba de Hiroshima. Aquel 26 de abril marcó el inicio de uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna.
Pero, en medio del silencio radiactivo y el abandono, una historia inesperada emergió entre los escombros: la de los perros de Chernóbil, descendientes de aquellos que fueron dejados atrás en la evacuación masiva de Prípiat, y que hoy se han convertido en piezas clave para entender cómo la radiación moldea la vida.
La herencia genética de los perros de Chernóbil
A sólo tres kilómetros de la planta nuclear, miles de personas fueron forzadas a huir dejando atrás todo: casas, objetos y, dolorosamente, a sus mascotas. En medio del caos, perros fieles intentaban subirse a los autobuses. Aullaban. Corrían tras los vehículos. Pero los soldados los alejaban a patadas. Luego llegaron los escuadrones militares, encargados de matar a cualquier animal que pudiera propagar la radiación. Sin embargo, algunos escaparon. Se internaron en los bosques, merodearon entre ruinas, sobrevivieron.
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Décadas después, aquellos sobrevivientes dejaron una estirpe única: los perros de Chernóbil, ahora objeto de un estudio científico que podría transformar nuestro entendimiento sobre los efectos de la radiación en los mamíferos —incluidos nosotros, los humanos.
Un experimento viviente en la zona de exclusión
En 2017, el biólogo evolutivo Timothy Mousseau, de la Universidad de Carolina del Sur, regresó a la zona de exclusión, acompañado por veterinarios de la organización Clean Futures Fund (CFF). Su objetivo era doble: controlar la creciente población de perros callejeros —ya superaba los 750— mediante campañas de esterilización, y al mismo tiempo recolectar muestras de sangre y tejido para un estudio genético sin precedentes.
Gracias a esta colaboración internacional, liderada también por Elaine Ostrander del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano, se secuenciaron los genomas de más de 300 perros mestizos. El resultado: 15 familias diferentes, con mutaciones únicas que podrían explicar cómo han sobrevivido generación tras generación en un ambiente hostil, tóxico y mortal.
Mutaciones que desafían la lógica
Estos perros han vivido aislados durante más de 15 generaciones en uno de los entornos más contaminados del planeta. No suelen vivir más de tres o cuatro años. No por radiación directa, sino por las duras condiciones de vida. Pero algo en su ADN les ha permitido adaptarse y reproducirse.
Ostrander plantea una hipótesis inquietante: los genes que mutaron para permitir su supervivencia no son pequeños cambios. Podrían ser mutaciones grandes, fundamentales, relacionadas con funciones celulares críticas como la reparación del ADN, el metabolismo y el envejecimiento.
Este es apenas el primer paso de un proyecto plurianual que busca mapear, con precisión quirúrgica, qué partes del genoma se han transformado por la radiación. ¿Hay genes que protegen contra el cáncer? ¿Qué niveles de exposición son irreversibles? ¿Podemos encontrar en estos perros claves para futuras terapias humanas?
De vagabundos radiactivos a héroes científicos
El estudio también reveló que existen al menos dos poblaciones genéticamente distintas: una vive en las inmediaciones del reactor —donde la radiación es miles de veces superior a lo normal— y otra en la ciudad de Chernóbil, 14 kilómetros al sur, una zona menos contaminada. Incluso se encontraron perros en Slavutich, a 45 km, donde vive parte del personal técnico.
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Algunos de estos canes portan genes de pastor alemán, bóxer, rottweiler. Otros son mestizos con una genética tan única que no existe comparación fuera de la zona. Todos, sin excepción, cargan en su genoma las huellas de una catástrofe que aún sigue viva.
Un legado para el futuro
Aunque no pueden ser retirados de la zona por los altos niveles de contaminación que aún portan en su piel y huesos, hubo una excepción: en 2018, 36 cachorros huérfanos fueron rescatados, descontaminados y adoptados por familias en Estados Unidos y Canadá. Su salud será monitoreada de por vida.
Con cada dosímetro recuperado, con cada análisis de sangre, los investigadores se acercan a una verdad fundamental: la vida, incluso tras la devastación más absoluta, encuentra formas misteriosas y tenaces de persistir. Y estos perros, olvidados por décadas, se han convertido en centinelas de esperanza, piezas vivientes de un rompecabezas genético que podría algún día protegernos de los peores escenarios nucleares.
Así, casi 40 años después del desastre, cuando la radiación aún emana del suelo, una nueva pregunta flota sobre los bosques silenciosos de Chernóbil: ¿Podrán los perros que sobrevivieron al infierno ayudarnos a sobrevivir también a nosotros?