La reinvención de 'Mañaneros' y el problema habitual del magacín en España
Con el caso de 'Mañaneros', desgranamos claves del magacín clásico para calar (o no) en la tele española.

Mañaneros se ha reinventado en pleno mes de abril para intentar mejorar sus datos de audiencia. Desde esta semana, Javier Ruiz acompaña a Adela González, presentadora titular desde septiembre. Así, el programa decide convertirse en un carrusel más informativo (como La hora de La 1) y relega el entretenimiento, a pesar de que a partir de la semana que viene TVE tendrá por la tarde los contenidos de La familia de la tele. Las tramas de Belén Esteban, María Patiño y compañía podrían retroalimentar su tertulia matinal de crónica social.
También se han realizado retoques estéticos en la línea gráfica y el decorado. Incluso se ha añadido una grada con público. Para dar más ritmo al fondo de la imagen, tal vez. Para hacer que el programa aparente ser más participativo, quizá. Aunque, en los primeros días, no parece que este público se mueva mucho. Podrían ser figuras de cera.
El nombre también ha variado. El coloquial Mañaneros pasa a denominarse Mañaneros 360. Muy brainstorming de Paquita Salas. Una modificación por aquí, otro alteración por allá. Y, mientras tanto, la acogedora coherencia visual con la que se estrenó el programa se ha desvirtuando a un collage de retales sin entidad. Que remite más a un folleto del supermercado Lidl. Otro clásico de la tele cuando se pone a dudar, que también han sufrido las sintonías y caretas de los Telediarios: se cambia lo que no hay que cambiar, se desvirtúa lo artístico que estaba armónico y no se atina a mejorar con profundidad lo que flojea. Ahí nace el aprendizaje de fondo que se debería extraer de por qué no termina de calar ningún magacín en el segundo tramo de la mañana de TVE: la cadena pública no logra invertir en la paciencia de estabilizar contenidos y miradas que distingan a la corporación de las privadas y que atraigan a un público que demanda otro tipo de actualidad.
Durante estos meses, Mañaneros ha fluctuado entre los sucesos con un enfoque de sensacionalismo años 2000 y el corazón conservador, que tampoco aportaba demasiado prisma propio. Como consecuencia, al final, lo más sencillo ha sido acudir a la tertulia política trepidante, que empieza bien temprano en La hora de La 1. Lo bueno de Javier Ruiz es que no solo resume las noticias, sobre todo las explica con el ímpetu narrativo que da argumentos y descifra los datos. Lo que enriquece un programa que ya es más un infotainment que un magacín.
Pero de debates no vive solo la tele. La fidelidad requiere invertir en filmar con personalidad, permitirse imaginar y confiar en la inteligencia del espectador. Y, alguien dirá, ¡lo intentó Mañaneros en sus orígenes!. En efecto, lo intentó. El programa quería regresar al magacín clásico, primero con Jaime Cantizano y después con Adela González. El comienzo fue esperanzador: con un guion que se atrevía a puestas en escena diferentes, juegos cómplices con la audiencia y cierta travesura en forma y fondo. Había intención de ser diferentes y volver a la esencia del magacín que no solo es una tertulia infinita polarizada que emite en plano medio. Mañaneros intentó regresar al magacín que acompaña en largo recorrido más que busca retener la atención infiel con la alarma tan inmediata como efímera. Pero las ideas no calan si se hacen desde la inseguridad que termina en desorden. Hasta para atreverse hay que tener cierto temple, porque en televisión y en radio o creas rutina o eres invisible. Si haces un teatrillo, no tiene que dar la sensación de cosa casual. El espectador debe ubicarse en la hora en la que sucede, en el momento en el que se va a encontrar con lo que jamás verá en otras cadenas.
Ese vaivén es, desde hace muchos años, una de las debilidades de TVE. Cuando se empieza a asentar en la matiné un universo propio se mueve lo cimentado para intentar empezar de cero otra vez. Pero hay una circunstancia que no cambiará en el rendimiento del género magacín clásico: destaca si la escaleta está jerarquizada con coherencia diaria y si se construye una atmósfera de personajes propios. Empezando por quien conduce. Porque el buen magacín es el que cuenta con un autor al frente que dota de nombre propio al formato. Mejor si atesora la versatilidad que da continuidad a la disparidad de contenidos. Lo que significa poder desarrollar la 'última hora' periodística si fallece el papa y, a la vez, jugar con el entretenimiento. No hay muchos presentadores así en la tele de hoy, pues no hay demasiado tiempo para crear cantera desde la seguridad de sentirte protegido para permitirte ser y soltarte el pelo cuando toca. Tampoco hay demasiado margen para crear secundarios estelares, que también deben asociarse a cada programa. Hoy por hoy, en la tele la mayor parte de los rostros no se relacionan con los programas. Ni siquiera con las cadenas, que se terminan imitando incluso cuando quieren ser únicas.