Karina Gao habla de su nuevo bistró, que agotó sus reservas antes de abrir

La popular cocinera, que sobrevivió a una internación por Covid embarazada de 5 meses, inauguró su propio local: un cruce entre los sabores familiares y su historia de superación

May 5, 2025 - 15:41
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Karina Gao habla de su nuevo bistró, que agotó sus reservas antes de abrir

GĀO abrió sus puertas a comienzos de abril con viento a favor. Días antes de la apertura de su atractivo local en Bajo Belgrano, se habilitaron las reservas y la respuesta de los futuros comensales fue contundente. “Una locura. La verdad es que no me lo esperaba. Apenas abrimos las reservas llegaron más de 500 pedidos, se colgaba la aplicación. Enseguida me largué a llorar, porque pude ver en cada reserva el amor de una comunidad que esperó este momento tanto como yo”, confiesa Karina Gao, cocinera, emprendedora y la cara visible de esta nueva propuesta que se suma a la oferta porteña de gastronomía asiática, haciendo foco en la comida china con salteados tradicionales, carnes laqueadas y los clásicos arrolladitos primavera.El menú hace foco en la comida china con salteados tradicionales, carnes laqueadas y los clásicos arrolladitos primavera

Esa comunidad a la que refiere Karina es la que conforman, principalmente, sus seguidores en redes. Desde su cuenta de Instagram, @monpetitgluton, donde comparte recetas caseras y su día a día familiar, Gao cocina y narra su vida personal y profesional para más de un millón de personas. “Yo tenía un blog en Facebook llamado ‘Palitos de Bambú’, en el que subía recetas chinas. Cuando quedé embarazada, de un francés, en Argentina, quise mostrar lo que realmente comía y cocinaba. Comidas de todo el mundo. Con la llegada de mis mellizos apunté en esa cuenta a compartir lo que les preparaba a ellos. Y a medida que fueron creciendo, sumé recetas de todos lados, para toda la familia”, recuerda.El salón del restaurante, un día de semana al mediodíaAlgunos de los platos que se ofrecen en GĀO

–Tu formación está ligada a la economía empresarial, aquí en la Di Tella, pero después en una importante escuela de negocios en París. A tu marido lo conociste en Francia. Tenías todo para hacer carrera en Europa. ¿Por qué elegiste la Argentina?

–Siempre digo que yo tuve dos migraciones. La primera fue a mis nueve años, con mis papás. Yo no pude elegir. Mi viejo se había ido a trabajar a Australia, cuando yo era muy chiquita. Estuvo dos años allí, pero no logró asentarse como para que viajáramos con el resto de la familia y se volvió a China. En los 90 se dio una oleada de chinos migrantes a la Argentina, por algunas campañas del gobierno, y surgió la idea de venir. Me sentaron enfrente de una tele mientras pasaban un documental en el que se veía el Obelisco y una pareja bailando tango. Eso era todo lo que aprendí sobre el país antes de viajar. Llegamos el 30 de julio de 1993. Un día helado. Nos vinieron a buscar las mismas personas que nos iban a subalquilar un cuarto detrás de un supermercado. El auto, cargadísimo de valijas, se rompió y terminé en el 86. Después de 46 horas de viaje, arriba del bondi, mi primer día en un nuevo país. Acá nos dieron todas las oportunidades. Mis papás trabajaron muchísimo, pero lograron tener su local y yo pude estudiar en instituciones muy prestigiosas. Surgió lo de irme a hacer el posgrado en Francia. Me fui pensando que no volvía, pero allá entendí que no siempre el pasto del otro lado es más verde. Así que yo quise volver: me di cuenta de que este era mi hogar.

–¿Para ese entonces la cocina ya era parte de lo que te interesaba?

–Mi tesis final en París fue un plan de negocios para abrir una cadena de comida rápida china en Buenos Aires. Cuando volví al país yo tenía 25 años, me había anotado para hacer la carrera de cocinera pero todavía no trabajaba. Mi vieja estaba un poco desesperada: el objetivo era que después de mis estudios yo trabajara en una multinacional, pero yo había vuelto obstinada con el tema del restaurante. Comencé a buscar locales, a juntar garantías y me puse una fecha. Si no lo lograba seis meses después, haría otra cosa. Y bueno, tuve que hacer otra cosa [risas]. Empecé a trabajar en importaciones.Una postal familiar de juventud, junto a su madre

–¿Lo viviste como un fracaso?

–No. Yo sueño en grande, pero también soy muy pragmática. Para ese momento ya había cambiado la idea de la cadena de comida china por la de una cafetería francesa. Mi marido (en aquel entonces mi novio) había viajado conmigo y lo francés siempre “garpa” más en gastronomía. El tema fue que cuando encontramos el local de nuestros sueños, los propietarios escucharon el plan, pero no logramos convencerlos. Explicaron que “querían una marca”. Es decir, buscaban un emprendimiento con una trayectoria consolidada: nos vieron muy jóvenes, sin experiencia real en el rubro, y vislumbraron que podríamos fundir pronto. Hoy, con el diario del lunes, creo que tenían razón. Y aquello de la marca me quedó marcado a fuego.Karina asegura que, a raíz de su experiencia con el Covid, saltó a la fama de forma inédita

Fama inesperada

Trabajando en importaciones comenzó su crecimiento, paulatino pero constante, en las redes sociales. Con la llegada de sus hijos puso su foco allí y dejó el mundo del comercio, mientras encaraba distintos proyectos gastronómicos: vendió cajas de dulces, brownies, comidas congeladas, pernil. Si bien se había hecho un nombre entre los influencers foodie, la masividad llegó de una manera inesperada: como consecuencia de los efectos del COVID-19 debió ser inducida a un coma farmacológico durante 12 días, transitando el quinto mes de su segundo embarazo. Su caso cobró relevancia nacional porque Karina era la cocinera del programa Flor de Equipo, conducido por Florencia Peña en Telefe, y las novedades acerca de su salud llegaban por televisión y en prime time.

–Tristemente célebre, dirían algunos. Más allá de lo personal, ¿fue un antes y un después en lo laboral atravesar ese proceso?

–Salté a la fama de una forma inédita. Pero todo lo que se movilizó mediáticamente, yo no lo vi. Me desperté y seguí adelante. Nació mi hijo Teo y, con él a upa y en silla de ruedas, me puse a preparar locro y armar cajas para venderlo. Me cayó la ficha un tiempo después, trabajándolo con mi analista. “¿Qué estoy haciendo?”, me pregunté y paré la pelota. Durante unos meses me ocupé de mi salud y de mis hijos. Mi marido, con el que somos un gran equipo, se reinventó laboralmente para ser el sostén familiar hasta que las cosas se acomodaran. Ahí volvió la idea del restaurante. Y una revelación: uno de mis sueños del coma fue que lo abría, que una amiga me ayudaba. Me dije: “Es ahora, es lo próximo que tengo que hacer”.En su casa de Balbanera junto a sus tres hijos

–¿Y colaboró esa amiga?

–Colaboró mucha gente. Yo pongo la cara, pero sufro un poco el síndrome del impostor, porque detrás del proyecto hay inversores. Personas que conocen los pros y contras del rubro. Recibí consejos de muchos colegas. Narda Lepes fue una de ellas. Me dijo: “Para abrir un restaurante no alcanza con saber cocinar. Hay que saber abrir un restaurante”. Es fundamental rodearse de los que saben.El frente de GĀO, ubicado en Bajo Belgrano (Cazadores 1911)

–Todo indica que tu formación universitaria debe haber sumado en esta instancia.

–¡Sí! Fue un reencuentro también con eso. Porque por mucho tiempo yo renegué de esos años de estudio, preguntándome por qué no había hecho algo más atractivo: historia, literatura. Sentía que mi carrera se había desviado a un lugar que no tenía nada que ver. Pero bueno, finalmente, todo se encausó y fue más que útil para el objetivo. Me ayuda a entender y aceptar las reglas, cuáles son los obstáculos y las necesidades del negocio. Y también, a delegar: las recetas son mías, el espíritu del lugar también, pero cosas muy básicas, como el nombre, fueron muy pensadas en equipo, ¡aunque terminó siendo mi apellido!

–¿Cómo recibieron los primeros comensales la propuesta?

–Yo tenía un poco de miedo, porque si bien con toda la historia detrás y con esta cara no había duda de que tenía que ser comida china [risas], muchos seguidores me asocian a otro tipo de comida por lo que preparo en mis cuentas. Y también está la gente que busca un exotismo que en GĀO no va a encontrar: mucho picante, carnes alternativas, cocina fusión. Y no: yo aposté por comida tradicional y popular, a la que el paladar argentino ya está habituado y que al mismo tiempo representa lo que es la comida diaria de cualquier familia de la comunidad: fideos salteados, arroz, estofado chino. Por ahora, todos se van contentos.El arroz, en todas sus formas, un ingrediente infaltable en el menú

–¿Ya pensás en el futuro de GĀO?

–Por el momento, a corto plazo: primero quiero terminar la carta que hoy está al 60% y ampliar la capacidad del lugar. Abrimos de a poco. Yo le pedí a mis socios no saturar al equipo desde el primer día. Es un rubro exigente en general, pero no es necesario tirar tanto de la cuerda. Así que preferí ir probando: le debo una buena experiencia también a mis seguidores. Ellos no saben que detrás de todo esto hay una espera de 15 años. Fueron muchos desvíos, pero llegó. Ahora hay que saber sostenerlo. No caigo, me pellizco, esto me hace muy feliz.