Isabel Rábago : «El abrazo de mi marido calma cualquier terremoto»
«Soy una tía normal en un mundo, la televisión, que no lo es», confiesa Isabel Rábago , que sospecha que la imagen que el público tiene de ella no se corresponde con su verdadera forma de ser: «Soy vehemente, me gusta tener la razón y provocar divertidos enfrentamientos con mis compañeros de plató. Pero la gente lo confunde con prepotencia. No me importa: prefiero que me tengan miedo, porque en el fondo soy vulnerable y así me protejo». Su salida de Mediaset provocó una oleada de teorías: «Se publicaron muchas cosas, pero yo quise respetar los tiempos, ser respetuosa y evitar toda respuesta porque para mí es un tema personal». Se dedicó a la abogacía, dudó en volver a la televisión y, finalmente, aceptó la oferta de Sonsoles Ónega en Antena 3: «Hemos trabajado juntas antes, tengo mucha complicidad con ella y con todo el equipo». Con su bagaje como abogada, sabe defender su argumentario con rotundidad, «pero no soy una periodista de trinchera, no me gusta eso de conmigo o contra mí». Si algo la define es la lealtad: «Si la entrego, la mantengo aunque luego me decepcionen. No soy rencorosa, meto las cosas que me duelen en un contenedor de mi mente». Reconoce que tal vez tenga una debilidad: « Confío demasiado en la gente . Doy oportunidades incluso a quien me ha hecho daño. Necesitaré mi espacio, me alejaré un tiempo, pero si alguien vuelve a mi vida me tendrá a su lado». Aunque pueda parecer su punto débil, «no lo cambiaría no nada, es mi forma de ser». Isabel es una soñadora que sabe cómo cumplir sus metas: «Soy muy disciplinada, me pongo objetivos y me dedico a cumplirlos. Es una forma de provocar cambios, algo que me encanta porque no quiero la monotonía en mi vida ». Y reconoce que, para ella, son importantes son los detalles: «Depende de lo que necesite la otra persona, siempre tengo un gesto que queda entre nosotros». Y lo tiene siempre que alguien nuevo llega a plató: «La primera vez que salí en televisión fue en 'DEC' y me senté junto a Jesús Mariñas . Yo estaba aterrorizada. Él me tocó y me dijo 'Estás guapísima y te los vas a comer a todos.' Aquellas palabras fueron como un bálsamo. Nunca lo he olvidado, por eso lo hago con los demás». Le gusta leer y viajar para visitar los lugares históricos que han formado parte de su educación: «Tengo la necesidad de ir a museos o ver monumentos que he estudiado». También disfruta del cine, «pero no de las películas de ahora, no, las de toda la vida». Es lógico, porque Isabel parece la protagonista de una cinta romántica del Hollywood clásico, una basada en un amor para toda la vida. Conoció a Carlos, su marido, en la universidad: «Teníamos 18 años y, desde entonces, no nos hemos soltado de la mano ». Han pasado más de 30 años y uno siente que Isabel está tan enamorada como el primer día: «Da igual lo que pase en el mundo, encuentro la paz en él. Su abrazo calma cualquier terremoto en mi vida. Nos admiramos, nos cuidamos, nos protegemos el uno al otro. Es la única persona con la que quiero estar. Tenemos los mismos proyectos, pero si uno cae, el otro le levanta. Yo me río con él todos lo días, aunque sea por tonterías. No sé cuál es el secreto para mantener vivo el amor, tal vez sea no intentar cambiar al otro. ¡Y encima somos los dos Aries!». Esta foto del colegio, aunque no lo parezca, dice mucho del carácter de la pequeña Isabel: «Me quería cortar el flequillo, pero mis padres no me dejaron. Me encerré en el baño, cogí unas tijeras y me lo corté yo misma. Bastaba que alguien me prohibiera algo para que yo lo hiciera». Y así, con ese flequillo símbolo de su rebeldía, posó para la eternidad. En casa la llamaba Isa, «pero si me llamaban Isabel, ya sabía que me esperaba una regañina». Porque Isabel era muy buena estudiante, «pero muchas veces revolucionaba la clase. Yo era muy inquieta. Era la delegada, no me callaba ante nadie y encabezaba la lucha contra las causas perdidas». A sus padres agradece los valores que le inculcaron: «Gracias a ellos puedo caminar por la vida con la cabeza bien alta». Tiene tres hermanos, aunque siente una conexión especial con Fátima, la pequeña: «Llegó de sorpresa, con todo el camino allanado por nosotros. La diferencia de edad hizo que yo la cuidara mucho, es casi como mi hija». Isabel no recuerda un cambio con la llegada a la adolescencia: «Hasta los 18 seguí en casa, estudiando porque yo no fui al instituto, todos los estudios los cursé en el colegio». Lo que sí tiene grabado es el recuerdo del último sacrificio que pidió a sus padres, estudiar en la Universidad Pontificia de Salamanca. Y emprendió el vuelo sabiendo que no podía decepcionarles.
«Soy una tía normal en un mundo, la televisión, que no lo es», confiesa Isabel Rábago , que sospecha que la imagen que el público tiene de ella no se corresponde con su verdadera forma de ser: «Soy vehemente, me gusta tener la razón y provocar divertidos enfrentamientos con mis compañeros de plató. Pero la gente lo confunde con prepotencia. No me importa: prefiero que me tengan miedo, porque en el fondo soy vulnerable y así me protejo». Su salida de Mediaset provocó una oleada de teorías: «Se publicaron muchas cosas, pero yo quise respetar los tiempos, ser respetuosa y evitar toda respuesta porque para mí es un tema personal». Se dedicó a la abogacía, dudó en volver a la televisión y, finalmente, aceptó la oferta de Sonsoles Ónega en Antena 3: «Hemos trabajado juntas antes, tengo mucha complicidad con ella y con todo el equipo». Con su bagaje como abogada, sabe defender su argumentario con rotundidad, «pero no soy una periodista de trinchera, no me gusta eso de conmigo o contra mí». Si algo la define es la lealtad: «Si la entrego, la mantengo aunque luego me decepcionen. No soy rencorosa, meto las cosas que me duelen en un contenedor de mi mente». Reconoce que tal vez tenga una debilidad: « Confío demasiado en la gente . Doy oportunidades incluso a quien me ha hecho daño. Necesitaré mi espacio, me alejaré un tiempo, pero si alguien vuelve a mi vida me tendrá a su lado». Aunque pueda parecer su punto débil, «no lo cambiaría no nada, es mi forma de ser». Isabel es una soñadora que sabe cómo cumplir sus metas: «Soy muy disciplinada, me pongo objetivos y me dedico a cumplirlos. Es una forma de provocar cambios, algo que me encanta porque no quiero la monotonía en mi vida ». Y reconoce que, para ella, son importantes son los detalles: «Depende de lo que necesite la otra persona, siempre tengo un gesto que queda entre nosotros». Y lo tiene siempre que alguien nuevo llega a plató: «La primera vez que salí en televisión fue en 'DEC' y me senté junto a Jesús Mariñas . Yo estaba aterrorizada. Él me tocó y me dijo 'Estás guapísima y te los vas a comer a todos.' Aquellas palabras fueron como un bálsamo. Nunca lo he olvidado, por eso lo hago con los demás». Le gusta leer y viajar para visitar los lugares históricos que han formado parte de su educación: «Tengo la necesidad de ir a museos o ver monumentos que he estudiado». También disfruta del cine, «pero no de las películas de ahora, no, las de toda la vida». Es lógico, porque Isabel parece la protagonista de una cinta romántica del Hollywood clásico, una basada en un amor para toda la vida. Conoció a Carlos, su marido, en la universidad: «Teníamos 18 años y, desde entonces, no nos hemos soltado de la mano ». Han pasado más de 30 años y uno siente que Isabel está tan enamorada como el primer día: «Da igual lo que pase en el mundo, encuentro la paz en él. Su abrazo calma cualquier terremoto en mi vida. Nos admiramos, nos cuidamos, nos protegemos el uno al otro. Es la única persona con la que quiero estar. Tenemos los mismos proyectos, pero si uno cae, el otro le levanta. Yo me río con él todos lo días, aunque sea por tonterías. No sé cuál es el secreto para mantener vivo el amor, tal vez sea no intentar cambiar al otro. ¡Y encima somos los dos Aries!». Esta foto del colegio, aunque no lo parezca, dice mucho del carácter de la pequeña Isabel: «Me quería cortar el flequillo, pero mis padres no me dejaron. Me encerré en el baño, cogí unas tijeras y me lo corté yo misma. Bastaba que alguien me prohibiera algo para que yo lo hiciera». Y así, con ese flequillo símbolo de su rebeldía, posó para la eternidad. En casa la llamaba Isa, «pero si me llamaban Isabel, ya sabía que me esperaba una regañina». Porque Isabel era muy buena estudiante, «pero muchas veces revolucionaba la clase. Yo era muy inquieta. Era la delegada, no me callaba ante nadie y encabezaba la lucha contra las causas perdidas». A sus padres agradece los valores que le inculcaron: «Gracias a ellos puedo caminar por la vida con la cabeza bien alta». Tiene tres hermanos, aunque siente una conexión especial con Fátima, la pequeña: «Llegó de sorpresa, con todo el camino allanado por nosotros. La diferencia de edad hizo que yo la cuidara mucho, es casi como mi hija». Isabel no recuerda un cambio con la llegada a la adolescencia: «Hasta los 18 seguí en casa, estudiando porque yo no fui al instituto, todos los estudios los cursé en el colegio». Lo que sí tiene grabado es el recuerdo del último sacrificio que pidió a sus padres, estudiar en la Universidad Pontificia de Salamanca. Y emprendió el vuelo sabiendo que no podía decepcionarles.
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