El piloto que burló el bloqueo de Berlín lanzando caramelos desde el cielo y se convirtió en héroe nacional
Vida en el puente aéreo - La idea de Halvorsen fue adoptada por otros pilotos estadounidenses que lanzaron dulces a través del aire bajo el nombre de 'Operación Little Vittles' Los niños sabían distinguir su avión por el simple vaivén de las alas. Cuando lo veían girar, corrían con los brazos en alto, atentos al cielo. Sabían que no caería fuego ni metralla, sino algo mucho más agradable: dulces. Aquellos paracaídas diminutos flotaban con lentitud, cargados de chocolate, chicles y caramelos. Era la lluvia más deseada de todo Berlín Oeste. Un simple gesto se transformó en una misión de esperanza Había empezado con dos simples chicles. Un gesto casi casual, fruto de un encuentro entre un piloto y un grupo de niños que esperaban junto a una verja en el aeropuerto de Tempelhof. Gail Halvorsen les entregó lo poco que tenía en el bolsillo, tras una conversación que, según contó años después, le cambió la forma de ver la ciudad. En ese momento no sabía que su iniciativa terminaría involucrando a todo un escuadrón, ni que llegaría a lanzarse más de 21 toneladas de caramelos durante aquel año. Entre julio de 1948 y enero de 1949, Halvorsen se unió a la operación de abastecimiento aéreo a Berlín Occidental con su C-54 Skymaster. Los niños lo esperaban en cada vuelo, y él cumplía su promesa: ataba chocolatinas a pañuelos y los soltaba desde el aire antes de aterrizar. Para que supieran que era él, agitaba las alas del avión. Con eso bastaba para que los llamaran el bombardero de los caramelos de Berlín - Berlin Candy Bomber - o el tío de las alas meneantes - Uncle Wiggly Wings -, como decían algunos niños alemanes. Halvorsen preparando los caramelos para los niños Cuando la prensa empezó a hablar del asunto, el gesto individual de aquel hombre se convirtió en una operación oficial. Desde Estados Unidos comenzaron a llegar donaciones de dulces, pañuelos y cartas. Halvorsen fue llamado para participar en una gira promocional, pero otros pilotos continuaron con los lanzamientos, ya con el nombre de Operación Little Vittles. En total, participaron 25 tripulaciones que lanzaron más de 250.000 pequeños paracaídas cargados de golosinas. Las condiciones del puente aéreo eran extremas: un avión aterrizaba en Berlín cada 45 segundos. La carga prioritaria era siempre carbón, harina, leche en polvo o medicamentos. Aun así, se encontraba espacio para los paquetes más ligeros. El bombardeo de caramelos marcó a una ciudad La intención no era alimentar, sino ofrecer un respiro, especialmente a los más pequeños. Como explicó Halvorsen en una entrevista recogida por HistoryNet, aquel gesto surgió de una conversación a través de una alambrada: “Estos niños me estaban dando una lección, diciéndome: No nos abandones. Si perdemos la libertad, no la recuperaremos nunca”. Su gesto tuvo un efecto inmediato. No solo en Berlín, donde muchos niños recordaron durante décadas el sabor de aquellos caramelos, sino también en Estados Unidos, donde el gesto fue visto como un símbolo de la misión humanitaria. Halvorsen fue reconocido con la Cruz de Servicio de Alemania y la Cheney Award en 1949. En el futuro, volvería a sobrevolar otros conflictos con el mismo tipo de carga: participó en misiones similares durante la guerra de Bosnia en los años noventa.

Vida en el puente aéreo - La idea de Halvorsen fue adoptada por otros pilotos estadounidenses que lanzaron dulces a través del aire bajo el nombre de 'Operación Little Vittles'
Los niños sabían distinguir su avión por el simple vaivén de las alas. Cuando lo veían girar, corrían con los brazos en alto, atentos al cielo. Sabían que no caería fuego ni metralla, sino algo mucho más agradable: dulces.
Aquellos paracaídas diminutos flotaban con lentitud, cargados de chocolate, chicles y caramelos. Era la lluvia más deseada de todo Berlín Oeste.
Un simple gesto se transformó en una misión de esperanza
Había empezado con dos simples chicles. Un gesto casi casual, fruto de un encuentro entre un piloto y un grupo de niños que esperaban junto a una verja en el aeropuerto de Tempelhof. Gail Halvorsen les entregó lo poco que tenía en el bolsillo, tras una conversación que, según contó años después, le cambió la forma de ver la ciudad.
En ese momento no sabía que su iniciativa terminaría involucrando a todo un escuadrón, ni que llegaría a lanzarse más de 21 toneladas de caramelos durante aquel año.
Entre julio de 1948 y enero de 1949, Halvorsen se unió a la operación de abastecimiento aéreo a Berlín Occidental con su C-54 Skymaster. Los niños lo esperaban en cada vuelo, y él cumplía su promesa: ataba chocolatinas a pañuelos y los soltaba desde el aire antes de aterrizar.
Para que supieran que era él, agitaba las alas del avión. Con eso bastaba para que los llamaran el bombardero de los caramelos de Berlín - Berlin Candy Bomber - o el tío de las alas meneantes - Uncle Wiggly Wings -, como decían algunos niños alemanes.
Cuando la prensa empezó a hablar del asunto, el gesto individual de aquel hombre se convirtió en una operación oficial. Desde Estados Unidos comenzaron a llegar donaciones de dulces, pañuelos y cartas. Halvorsen fue llamado para participar en una gira promocional, pero otros pilotos continuaron con los lanzamientos, ya con el nombre de Operación Little Vittles. En total, participaron 25 tripulaciones que lanzaron más de 250.000 pequeños paracaídas cargados de golosinas.
Las condiciones del puente aéreo eran extremas: un avión aterrizaba en Berlín cada 45 segundos. La carga prioritaria era siempre carbón, harina, leche en polvo o medicamentos. Aun así, se encontraba espacio para los paquetes más ligeros.
El bombardeo de caramelos marcó a una ciudad
La intención no era alimentar, sino ofrecer un respiro, especialmente a los más pequeños. Como explicó Halvorsen en una entrevista recogida por HistoryNet, aquel gesto surgió de una conversación a través de una alambrada: “Estos niños me estaban dando una lección, diciéndome: No nos abandones. Si perdemos la libertad, no la recuperaremos nunca”.
Su gesto tuvo un efecto inmediato. No solo en Berlín, donde muchos niños recordaron durante décadas el sabor de aquellos caramelos, sino también en Estados Unidos, donde el gesto fue visto como un símbolo de la misión humanitaria.
Halvorsen fue reconocido con la Cruz de Servicio de Alemania y la Cheney Award en 1949. En el futuro, volvería a sobrevolar otros conflictos con el mismo tipo de carga: participó en misiones similares durante la guerra de Bosnia en los años noventa.
Décadas más tarde, en visitas conmemorativas a Berlín, Halvorsen seguía siendo recibido con sonrisas. En 2016, ya con más de 95 años, regresó a la ciudad donde había comenzado todo, esta vez como invitado de honor. Muchos de los adultos que lo abrazaban habían sido aquellos niños que corrieron tras los caramelos.
En un encuentro con estudiantes en la Universidad de Pittsburgh, Dagmar Weiss Snodgrass, una mujer alemana que entonces era una niña, recordó ese momento con detalle: “Recuerdo su cara porque me estaba sonriendo y me señalaba una bolsa. Metí la mano, saqué algo y era un pequeño regalo envuelto”.
Las historias individuales que nacieron de aquellos lanzamientos se entrelazaron con el relato general del puente aéreo. No alteraron el curso político de la Guerra Fría, pero sí perduraron en la memoria colectiva. Halvorsen murió en 2022, a los 101 años. Su nombre permanece vinculado a un episodio donde el alivio no vino solo en forma de comida, sino también de esperanza.