El funeral del papa Francisco visto por la tele y la sociedad que habla más que escucha
La teatralidad de la Iglesia católica ha sembrado todas las formas de comunicación que conocemos hoy. Y lo sigue haciendo, pues el funeral del papa Francisco...

La teatralidad de la Iglesia católica ha sembrado todas las formas de comunicación que conocemos hoy. Y lo sigue haciendo, pues el funeral del papa Francisco demuestra la influencia que mantiene el Vaticano y su capacidad de reunión de líderes eclesiásticos, sociales y, por supuesto, políticos. Aunque muchos solo quieran estar en la foto histórica más que vivir la fe de una despedida.
También las principales cadenas de televisión en España han parado su programación habitual para participar en directo en la solemne cita del día. Para narrar la misa, todas han contado con reconocibles rostros de los servicios informativos. Excepto Telecinco, que ha optado por poner en frente de su especial a Ana Rosa Quintana. Lo que es una transparente declaración de intenciones.
Cómo vemos por la tele una liturgia de tal calado también nos termina enfrentamos a nuestro tiempo y cómo lo ejercemos. Es curioso. En estas emisiones, solo unos pocos escuchan, pero la mayoría hablan, hablan y hablan. Sin margen para prestar atención a lo que está pasando en la Plaza de San Pedro. Sin vivir los ritos de la celebración con sus músicas, sus cánticos, con sus campanas, con sus ideas, con sus significados.
El pavor al horror vacui y la prisa para que el ritmo no decaiga que hemos asumido como lógica en los medios de comunicación propicia que, durante horas, se estén diciendo más frases que se traen aprendidas desde Madrid y, a menudo, se deje escapar la oportunidad de abrir los sentidos a lo que está aconteciendo en la ceremonia eclesiástica. Oír, mirar, atender, callar para después poder explicar, es la única forma de conseguir subrayar los matices relevante de un día que será histórico. Que esa es otra. Los días históricos ya no son tan históricos como antes. Y tal vez justamente por eso mismo. Porque hablamos mucho y escuchamos poco. Así todo es estrepitosamente efímero. Porque sin entender la memoria es menguante.
Antes recordábamos qué periodista o presentador explicaba momentos informativamente esenciales. Ahora, todo el mundo puede compartir una crónica desde su Instagram o Tiktok. Ahora algunos hasta recrean lo imposible en una Realidad Aumentada que es capaz de mostrar el encuentro en el cielo del papa con Jesús. Y los dos están haciéndose un selfie. Un selfie sonriente, claro. Perturbador. Ansiamos posado ñoño de Instagram más que afrontar la profundidad de la realidad. Aplaudimos la demagogia perversa antes que pararnos a intentar mirar más allá.
Y la tele se pone a poner todo a debate y, de repente, se olvida por completo de pararse a observar los primeros planos de la señal de la retransmisión. Imágenes que dicen tanto. Muchas ni siquiera las podemos pronosticar. En este caso, en nuestro país, TVE es la cadena que sigue callando para poder continuar contextualizando. Bien hecho. Pues algo falla si no ponemos en valor el silencio con todas sus sonoridades y nos quedamos atrapados en el ruido. No es de extrañar, por tanto, que más de una tele abriera una ventanita a una cámara que no paraba de grabar la reacción de Donald Trump y Melania. No eran los protagonistas, pero siempre congregan el interés. Por su papel crucial en el orden mundial, con el relevante encuentro del presidente de Estados Unidos con Zelenski sobre el mosaico de mármoles de la basílica de San Pedro. Aunque, a la vez, también por el efectismo que logra la hiperbólica gesticulación de Trump, lo que define el espectáculo del bullicio que nos ha llevado por delante. Donald lo aprovecha. Donald es el bullicio que transforma cualquier liturgia por honda y solemne que sea en el negocio del marketing. Hasta en la misa del funeral del papa.