El babuino que se encargó de las señales ferroviarias durante casi una década en Sudáfrica, sin cometer errores y cobrando en brandy

Empleado de la década - Jack empezó ayudando con tareas domésticas y pronto demostró iniciativa: tras oír una señal de cuatro pitidos, fue él solo a entregar la llave al maquinista, lo que dio inicio a un entrenamiento sorprendente para controlar los raílesLas heridas en humanos tardan tres veces más en curar que en otros primates y los científicos no saben aún qué ha fallado en nuestra evolución No falló nunca. Ni una sola vez. Cada silbido tenía una respuesta precisa, cada palanca iba en su sitio, cada tren seguía su curso como debía. Durante casi una década, cumplió su turno sin un solo fallo, día tras día, como si llevara toda la vida en la vía. No tenía formación técnica, ni sueldo digno, ni derechos laborales. Ni siquiera era humano: era un babuino llamado Jack. Antes de que el primate se convirtiera en el ayudante perfecto, James Edwin Wide ya había tenido que pelear por tenerlo a su lado. Perdió ambas piernas al caer entre dos vagones mientras saltaba de uno a otro en plena maniobra, una costumbre que le había valido el apodo de Jumper. Sobrevivió de milagro. La aparición de Jack cambió su vida más de lo que esperaba Se fabricó dos piernas de madera y, tras suplicar a la compañía ferroviaria, le ofrecieron un puesto como señalero en la estación de Uitenhage, en Sudáfrica. Desde su pequeña casa, se desplazaba con un carrito que empujaba con las manos. Hasta que conoció a Jack. En el mercado local, Wide vio a un joven babuino guiando una carreta de bueyes como si fuera un experto conductor. Se acercó al dueño, le explicó su situación y, tras insistir un poco, consiguió llevárselo. El trato incluía una advertencia: si Jack no recibía una dosis diaria de brandy del Cabo, se negaba a colaborar. Wide solo olvidó ese detalle una vez. Y no volvió a repetirlo. Wide descubrió a Jack, un joven babuino que guiaba una carreta con sorprendente destreza El primer encargo fue simple: empujar el carrito desde casa a la estación. Jack lo hacía sin rechistar. Subía la cuesta empujando con fuerza y, al llegar arriba, se subía para disfrutar de la bajada a toda velocidad. También aprendió a bajar el carro de las vías, recoger leña y mantener limpia la casa. Poco a poco, comenzó a observar las tareas que su dueño realizaba junto a los raíles. Entre ellas, una especialmente repetitiva: entregar una llave al maquinista tras oír cuatro pitidos. Un día, tras escuchar la señal, Jack fue directamente a la caseta, cogió la llave y la entregó sin ayuda. Eso dio pie a algo mucho mayor. Wide empezó a entrenarle para interpretar los silbidos del tren y accionar los mandos de señalización. Lo hacía perfectamente. The Railway Signal cuenta que el ferroviario “entrenó al babuino hasta tal punto que podía quedarse en la caseta disecando pájaros mientras el animal, encadenado fuera, movía todas las palancas”. La historia corrió como la pólvora entre los vecinos, que acudían con curiosidad a ver al mono que manejaba los trenes. Pero no todos los visitantes compartían ese entusiasmo. Una mujer que viajaba hacia Port Elizabeth dio la voz de alarma al ver al babuino controlando los mandos. En su queja formal a las autoridades de Ciudad del Cabo, explicó lo que había presenciado. Al principio, no la creyeron. Luego, enviaron un equipo a comprobarlo.

May 12, 2025 - 11:38
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El babuino que se encargó de las señales ferroviarias durante casi una década en Sudáfrica, sin cometer errores y cobrando en brandy

El babuino que se encargó de las señales ferroviarias durante casi una década en Sudáfrica, sin cometer errores y cobrando en brandy

Empleado de la década - Jack empezó ayudando con tareas domésticas y pronto demostró iniciativa: tras oír una señal de cuatro pitidos, fue él solo a entregar la llave al maquinista, lo que dio inicio a un entrenamiento sorprendente para controlar los raíles

Las heridas en humanos tardan tres veces más en curar que en otros primates y los científicos no saben aún qué ha fallado en nuestra evolución

No falló nunca. Ni una sola vez. Cada silbido tenía una respuesta precisa, cada palanca iba en su sitio, cada tren seguía su curso como debía. Durante casi una década, cumplió su turno sin un solo fallo, día tras día, como si llevara toda la vida en la vía. No tenía formación técnica, ni sueldo digno, ni derechos laborales. Ni siquiera era humano: era un babuino llamado Jack.

Antes de que el primate se convirtiera en el ayudante perfecto, James Edwin Wide ya había tenido que pelear por tenerlo a su lado. Perdió ambas piernas al caer entre dos vagones mientras saltaba de uno a otro en plena maniobra, una costumbre que le había valido el apodo de Jumper. Sobrevivió de milagro.

La aparición de Jack cambió su vida más de lo que esperaba

Se fabricó dos piernas de madera y, tras suplicar a la compañía ferroviaria, le ofrecieron un puesto como señalero en la estación de Uitenhage, en Sudáfrica. Desde su pequeña casa, se desplazaba con un carrito que empujaba con las manos. Hasta que conoció a Jack.

En el mercado local, Wide vio a un joven babuino guiando una carreta de bueyes como si fuera un experto conductor. Se acercó al dueño, le explicó su situación y, tras insistir un poco, consiguió llevárselo. El trato incluía una advertencia: si Jack no recibía una dosis diaria de brandy del Cabo, se negaba a colaborar. Wide solo olvidó ese detalle una vez. Y no volvió a repetirlo.

Wide descubrió a Jack, un joven babuino que guiaba una carreta con sorprendente destreza

El primer encargo fue simple: empujar el carrito desde casa a la estación. Jack lo hacía sin rechistar. Subía la cuesta empujando con fuerza y, al llegar arriba, se subía para disfrutar de la bajada a toda velocidad. También aprendió a bajar el carro de las vías, recoger leña y mantener limpia la casa.

Poco a poco, comenzó a observar las tareas que su dueño realizaba junto a los raíles. Entre ellas, una especialmente repetitiva: entregar una llave al maquinista tras oír cuatro pitidos. Un día, tras escuchar la señal, Jack fue directamente a la caseta, cogió la llave y la entregó sin ayuda.

Eso dio pie a algo mucho mayor. Wide empezó a entrenarle para interpretar los silbidos del tren y accionar los mandos de señalización. Lo hacía perfectamente. The Railway Signal cuenta que el ferroviario “entrenó al babuino hasta tal punto que podía quedarse en la caseta disecando pájaros mientras el animal, encadenado fuera, movía todas las palancas”.

La historia corrió como la pólvora entre los vecinos, que acudían con curiosidad a ver al mono que manejaba los trenes. Pero no todos los visitantes compartían ese entusiasmo. Una mujer que viajaba hacia Port Elizabeth dio la voz de alarma al ver al babuino controlando los mandos. En su queja formal a las autoridades de Ciudad del Cabo, explicó lo que había presenciado. Al principio, no la creyeron. Luego, enviaron un equipo a comprobarlo.

El babuino fue entrenado para reconocer señales auditivas y accionar palancas de forma precisa

Tanto Jack como Wide fueron apartados de sus funciones de inmediato. Pero Wide no se dio por vencido. Logró convencer a los responsables de que hicieran una prueba. Un maquinista recibió instrucciones secretas y ejecutó una serie de señales. Jack reaccionó con total precisión a cada una. No solo accionó el mando correcto en cada caso, también se aseguró de que la vía estuviera libre, mirando a ambos lados antes de confirmar el cambio.

Un empleado modelo con sueldo, número de ficha y cerveza incluida

Aquella actuación impecable les devolvió el puesto. Jack fue contratado oficialmente, con un número de empleado, un sueldo de veinte centavos al día y medio litro de cerveza a la semana. George B. Howe, superintendente que visitó la estación poco antes de que Jack muriera, relató que “un silbato suena y Jack salta hacia la palanca de entrada, mientras su amo se encarga de la de salida. El tren pasa y Jack devuelve la palanca a su posición sin que nadie le diga nada”.

Jack murió en 1890 por tuberculosis. Había trabajado durante casi una década sin fallar una sola vez. Su cráneo se conserva en el Albany Museum de Grahamstown, como prueba de que la eficiencia no siempre tiene forma humana.

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