Diplomáticos y genios de las letras: los tres papas españoles que hicieron grande a Roma
Perdonen por el topicazo, pero hubo unos años, décadas más bien, en los que en el Imperio español no se ponía el sol. De la mano de la integración de Portugal como parte de la Corona, la bandera de Felipe II ondeó en medio mundo y en el grueso de los continentes. Fue el cenit de la influencia política de la Monarquía Hispánica . Lo que se suele obviar es que mucho antes, allá por el siglo IV, un peninsular ascendió hasta la cúspide del poder divino. Dámaso I, santo patrón de los arqueólogos, se convirtió en Papa en el 366 y disfrutó de un pontificado extenso para la época. No fue el único, a este gallego le siguieron dos más, y valencianos: Calixto III y Aljandro VI. Ambos, bastante controvertidos. Hoy, te contamos la historia de todos ellos. Son numerosos los datos que existen sobre el que fuera el primer Papa hispano en el 'Liber Pontificalis', sus propios escritos y otras tantas obras de la época. Pero, lo que son las cosas, es imposible afirmar de forma fehaciente dónde diantres nació. «Hay discrepancias entre los estudiosos. Unos afirman que procedía de Galaecia, otros que la actual Villamanta en Madrid. En cualquier caso, queda claro que fue alumbrado entorno al año 304 o 305 y que su familia se trasladó a Roma, donde su padre, tras quedar viudo, se dedicó a servir como religioso a la iglesia», explica a ABC Federico Romero Díaz, historiador especializado en la antigua Roma y presidente de 'Divulgadores de la Historia'. Dámaso entró al servicio de la iglesia desde una edad muy temprana y no tardó en ascender gracias a los apoyos de su adinerada familia. Para su desgracia, le tocó vivir una época controvertida: el conflicto entre las dos doctrinas que convivían en el siglo IV. Por un lado, la más clásica y ortodoxa; por otro, la arriana. Nuestro protagonista se mantuvo fiel a la primera y, tras un duro enfrentamiento militar que tiñó de sangre las calles de Roma, venció a Ursino, el que era por entonces su adversario por la poltrona papal. Según queda recogido en la 'Gesta inter Liberium et Felicem', venció en el 366 tras reclutar un gigantesco ejército de gladiadores: «Durante tres días, se entregaron a una desenfrenada matanza de fieles». El pontificado de Dámaso fue largo para la época: 18 años. La cruz de aquella época como cabeza visible de la Iglesia fueron los numerosos brotes heréticos que nacieron a lo largo y ancho de la Cristiandad . Así lo explica la doctora en Historia Elena Sainz Magaña en su biografía sobre el personaje para el Diccionario de la Real Academia de la Historia (DRAH): «Las desviaciones heterodoxas de Oriente, como el apolinarismo y el arrianismo, le ocasionaron disensiones con Atanasio y Basilio, que le exigían mayor energía en sus actuaciones». Otro tanto sucedió con sus antiguos enemigos, quienes ejercieron una presión constante sobre nuestro protagonista durante más de una década. No les sirvió de nada, eso sí. Cuesta resumir las bondades del pontificado de este Papa. Sainz sostiene que «afianzó la universidad de la Iglesia romana sobre las demás», que fue el primer Sumo Pontífice que «dictó disposiciones disciplinares y veló por la buena imagen que debía dar el clero» y que defendió el estudio de las letras. «Hombre cultivado, tuvo gran empeño en conservar los libros del momento y fue un fructífero escritor. Su obra más interesante fue la 'Epigramática'», completa. Por escribir, escribió hasta medio centenar de poemas dedicados a los mártires. Dejó este mundo en el 384, y fue enterrado en la basílica de San Sebastián con su madre y su hermana. Mucho hubo que esperar para que Europa viera nacer a un futuro papa español. Fue en Valencia, allá por el 1378, cuando fue alumbrado Alfonso de Borja. «Fue hijo de un sencillo terrateniente sin títulos de la nobleza, llamado Domingo de Borja, y de su esposa Francina», explica el historiador y sacerdote Miguel Navarro Sorní en su biografía sobre este personaje elaborada para el DRAH. Las similitudes con Dámaso I resultan sorprendentes, pues dio sus primeros pasos en la carrera clerical durante uno de los momentos más tensos de la institución: el llamado Cisma de Occidente . En la práctica, la división que se produzco en la Iglesia cuando dos obispos se disputaron la autoridad pontificia. Nuestro protagonista siempre estuvo del lado de Benedicto XIII, al frente del bando más ortodoxo, y este se convirtió en su protector hasta que falleció en 1422. Su fama de buen jurista hizo que fuera llamado a la corte de Alfonso V de Aragón. «A partir de ese momento, Alfonso de Borja se convirtió en uno de los principales consejeros del monarca, quien premió los valiosos servicios que le prestaba favoreciendo su ascenso eclesiástico», añade Navarro. Durante meses, el futuro Calixto III fue uno de los encargados de acabar con el molesto cisma que aquejaba a la Iglesia. Su mejor movimiento de ajedrez se sucedió cuando el rey le envió a Peñíscola para que negociara su abdicación con el antipapa Clemente VIII. Y vaya que lo logró. «A lo largo de los
Perdonen por el topicazo, pero hubo unos años, décadas más bien, en los que en el Imperio español no se ponía el sol. De la mano de la integración de Portugal como parte de la Corona, la bandera de Felipe II ondeó en medio mundo y en el grueso de los continentes. Fue el cenit de la influencia política de la Monarquía Hispánica . Lo que se suele obviar es que mucho antes, allá por el siglo IV, un peninsular ascendió hasta la cúspide del poder divino. Dámaso I, santo patrón de los arqueólogos, se convirtió en Papa en el 366 y disfrutó de un pontificado extenso para la época. No fue el único, a este gallego le siguieron dos más, y valencianos: Calixto III y Aljandro VI. Ambos, bastante controvertidos. Hoy, te contamos la historia de todos ellos. Son numerosos los datos que existen sobre el que fuera el primer Papa hispano en el 'Liber Pontificalis', sus propios escritos y otras tantas obras de la época. Pero, lo que son las cosas, es imposible afirmar de forma fehaciente dónde diantres nació. «Hay discrepancias entre los estudiosos. Unos afirman que procedía de Galaecia, otros que la actual Villamanta en Madrid. En cualquier caso, queda claro que fue alumbrado entorno al año 304 o 305 y que su familia se trasladó a Roma, donde su padre, tras quedar viudo, se dedicó a servir como religioso a la iglesia», explica a ABC Federico Romero Díaz, historiador especializado en la antigua Roma y presidente de 'Divulgadores de la Historia'. Dámaso entró al servicio de la iglesia desde una edad muy temprana y no tardó en ascender gracias a los apoyos de su adinerada familia. Para su desgracia, le tocó vivir una época controvertida: el conflicto entre las dos doctrinas que convivían en el siglo IV. Por un lado, la más clásica y ortodoxa; por otro, la arriana. Nuestro protagonista se mantuvo fiel a la primera y, tras un duro enfrentamiento militar que tiñó de sangre las calles de Roma, venció a Ursino, el que era por entonces su adversario por la poltrona papal. Según queda recogido en la 'Gesta inter Liberium et Felicem', venció en el 366 tras reclutar un gigantesco ejército de gladiadores: «Durante tres días, se entregaron a una desenfrenada matanza de fieles». El pontificado de Dámaso fue largo para la época: 18 años. La cruz de aquella época como cabeza visible de la Iglesia fueron los numerosos brotes heréticos que nacieron a lo largo y ancho de la Cristiandad . Así lo explica la doctora en Historia Elena Sainz Magaña en su biografía sobre el personaje para el Diccionario de la Real Academia de la Historia (DRAH): «Las desviaciones heterodoxas de Oriente, como el apolinarismo y el arrianismo, le ocasionaron disensiones con Atanasio y Basilio, que le exigían mayor energía en sus actuaciones». Otro tanto sucedió con sus antiguos enemigos, quienes ejercieron una presión constante sobre nuestro protagonista durante más de una década. No les sirvió de nada, eso sí. Cuesta resumir las bondades del pontificado de este Papa. Sainz sostiene que «afianzó la universidad de la Iglesia romana sobre las demás», que fue el primer Sumo Pontífice que «dictó disposiciones disciplinares y veló por la buena imagen que debía dar el clero» y que defendió el estudio de las letras. «Hombre cultivado, tuvo gran empeño en conservar los libros del momento y fue un fructífero escritor. Su obra más interesante fue la 'Epigramática'», completa. Por escribir, escribió hasta medio centenar de poemas dedicados a los mártires. Dejó este mundo en el 384, y fue enterrado en la basílica de San Sebastián con su madre y su hermana. Mucho hubo que esperar para que Europa viera nacer a un futuro papa español. Fue en Valencia, allá por el 1378, cuando fue alumbrado Alfonso de Borja. «Fue hijo de un sencillo terrateniente sin títulos de la nobleza, llamado Domingo de Borja, y de su esposa Francina», explica el historiador y sacerdote Miguel Navarro Sorní en su biografía sobre este personaje elaborada para el DRAH. Las similitudes con Dámaso I resultan sorprendentes, pues dio sus primeros pasos en la carrera clerical durante uno de los momentos más tensos de la institución: el llamado Cisma de Occidente . En la práctica, la división que se produzco en la Iglesia cuando dos obispos se disputaron la autoridad pontificia. Nuestro protagonista siempre estuvo del lado de Benedicto XIII, al frente del bando más ortodoxo, y este se convirtió en su protector hasta que falleció en 1422. Su fama de buen jurista hizo que fuera llamado a la corte de Alfonso V de Aragón. «A partir de ese momento, Alfonso de Borja se convirtió en uno de los principales consejeros del monarca, quien premió los valiosos servicios que le prestaba favoreciendo su ascenso eclesiástico», añade Navarro. Durante meses, el futuro Calixto III fue uno de los encargados de acabar con el molesto cisma que aquejaba a la Iglesia. Su mejor movimiento de ajedrez se sucedió cuando el rey le envió a Peñíscola para que negociara su abdicación con el antipapa Clemente VIII. Y vaya que lo logró. «A lo largo de los meses de junio y julio tramitó con éxito la renuncia de Clemente VIII y el sometimiento de este y sus cardenales a Martín V», añade el experto. Como recompensa de su buena gestión, y a petición de Alfonso V, el 19 de agosto de 1429 el cardenal de Foix le nombró obispo de Valencia. Más de una década después ascendió de nuevo en el escalafón, esta vez hasta el cardenalato, y se trasladó a Roma junto a sus sobrinos. Fue allí donde, a la larga, su apellido acabó por modificarse hasta otro bastante más popular: Borgia. ¿Les suena? Fue en 1455 cuando le llegó el momento de la túnica, y gracias, una vez más, a las diferencias políticas. Tras la muerte del papa Nicolás V , el cónclave se encontró en un callejón sin salida. «Ninguno de los partidos dominantes, representados por las poderosas familias romanas de los Orsini y los Colonna, tenía votos suficientes para imponerse», explica en su artículo Navarro. La solución fue apostar por un candidato de transición que cumpliera una serie de características: edad avanzada, neutralidad y celo ante el problema de las Cruzadas . Alfonso cumplía todas ellas. «El cardenal fue elegido Papa el 8 de abril de 1455», añade el experto. Su pontificado se centró en tres aspectos: la oposición a los turcos, la defensa del equilibrio político italiano y la consolidación de la autoridad papal en los Estados Pontificios . Su primera decisión de importancia fue llamar a una nueva Cruzada e invertir todos sus esfuerzos en ella. Le duró poco aquel ímpetu, pues murió tres años después, en 1458. Aunque, para entonces, ya había ubicado a sus familiares en puestos de gran responsabilidad. Hasta tal punto que su sobrino, Rodrigo, ascendió hasta la silla papal en 1492. Rodrigo, nacido en 1431, fue el tercer papa español y el segundo de la dinastía valenciana de los Borja (o Borgia). Accedió a las esferas de Roma gracias a su tío. De su mano fue elegido vicecanciller, y tuvo fortuna, pues mantuvo aquel puesto tras la muerte de Alfonso. Paciente, aguardó su turno hasta 1492. El año en el que Cristóbal Colón puso un pie en América, y tras enfrentarse al que fue su gran enemigo en el camino al papado, Giuliano della Rovere, se convirtió en el Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VI. Desde el punto de vista político, su máxima siempre fue convertir a su familia en una de las grandes dinastías italianas. Con todo, fue un Sumo Pontífice que dedicó sus esfuerzos a mejorar el ejército, embellecer la Ciudad Eterna, impulsar a poetas y artistas italianos, extender el poder de las órdenes religiosas y sostener las artes y las letras españolas. Curioso contraste. Murió el 18 de agosto de 1503.
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