Bodega Guzmán, la autenticidad intacta

Atravesar la puerta es volver al pasado, como si el tiempo se hubiera congelado porque el olor, el sabor del vino y el espacio siguen igual. La barra y las mesas mantienen la estampa de siempre. Carteles de Feria de principios del siglo XX, una cabeza de un toro que lidió José María Martorell en 1953 y un medio no faltan en la personal atmósfera de Bodega Guzmán , llena un día laborable a las doce y media de la mañana. La tercera generación lleva las riendas desde hace más de veinticinco años, con Rafael Guzmán al frente de la sociedad familiar. Es nieto del fundador, Rafael Guzmán Zamora, e hijo de Rafael Guzmán Montilla. Al echar la vista atrás recuerda que la bodega comenzó a funcionar a principios de los años 50 , pero como bodega cerrada que comercializaba vinos por partidas para otros establecimientos. «En los 60 se abre como despacho de vinos al público, y a partir de ese momento poco a poco se va configurando como taberna: ya se quedaban los clientes aquí, y en diferentes fases se fue acondicionando hasta ahora. La última configuración es de principios de los 70, cuando la actividad es de bodega-taberna», explica. Entrando a la izquierda aguarda el salón de la tertulia taurina de Finito de Córdoba . Numerosas fotografías hablan de la trayectoria del diestro y un traje de luces que el propio Juan Serrano cedió a la tertulia en su momento. Todo contribuye a mantener intacta la identidad de este lugar clásico en el número 7 de la calle Judíos. Hoy en día la bodega funciona como tal, la taberna también. «El cordobés la ha hecho suya, la conoce, y ése es el mayor orgullo que tiene uno en la casa. Que muchos clientes traen a sus familias visitantes a la bodega como un sitio más dentro de las rutas que pueden hacer en la Judería». En sus paredes resuenan «muchas vivencias, a lo largo de tantos años. Lo que más agrada a la gente es que más que histórica es popular , eso nos da mucha satisfacción. Seguimos trayendo los vinos de Montilla-Moriles, de la Sierra de Montilla, y a lo largo de tantos años hemos trabajado con diferentes productores y bodegas, y seguimos la misma forma de trabajar de siempre. Traemos ahora en camiones cisternas, almacenamos el vino dentro, y vamos pasando a nuestros barriles y les vamos dando la crianza de los diferentes tipos que ofrecemos». El fino es el más buscado, luego el resto de variedades «fruto del envejecimiento natural del vino: el palo cortado, el amontillado. Trabajamos el dulce Pedro Ximénez, el vermú, como variedades que otra vez han vuelto a tener mucha demanda entre la gente joven los fines de semana, que tienen esa manera de aproximación al vino. Por las razones que sean siempre ha habido una renovación generacional» y hay un acercamiento a la taberna y al mundo del vino. Al estar en zona turística el visitante es parte fundamental de su clientela y «siempre está el vecino, el parroquiano habitual, que es muy importante, que tratamos de cuidar porque la casa es auténtica: aquí coexiste el parroquiano de toda la vida con el visitante de una forma muy natural y nada impostada. Lo que ve es lo que hay». La cabeza del toro la compró su abuelo porque en otro establecimiento que tenían, la Taberna Guzmán en la calle José Zorrilla, hubo una peña taurina dedicada a José María Martorell. La cartelería antigua de la entrada, regalo de Francisco Toscano, es otra clave de su encanto: los tres carteles son de la Feria de Córdoba, de 1919 dos de ellos, y uno de 1920, de la Feria de otoño, que ya dejó de celebrarse. Junto a la barra cuelgan unas fotos de 'Córdoba, ayer y hoy' de un suplemento que salió en ABC sobre los orígenes y el presente del establecimiento.   Este barrio no escapa del envejecimiento y la despoblación, pero vienen clientes de Ciudad Jardín y de otros sitios. No tiene cocina como tal, aunque sirve embutidos de Los Pedroches, quesos, conservas y alguna tapa que se puede calentar puntualmente. La bodega fue más que eso porque en su andadura ha enriquecido la cultura del vino con lecturas del Aula de Poesía del Ateneo de Córdoba durante dos décadas, se han realizado exposiciones y conciertos. Sobre la creencia de que entre sus muros se pronunciaron las célebres frases entre dos cordobeses de «-¡Qué bien se está hablando poco! -¡Mejor se está sin hablar ná!» explica que «como tal no, pero forma parte del senequismo o esa escuela estoica que se le atribuye al cordobés. Siempre hablar poco es una virtud, mejor escuchar que hablar demasiado», argumenta Guzmán. «Estar en una taberna predispone un poco a eso, en determinadas ocasiones puede convertirse en un oasis dentro de la vida diaria, en ese ratito de remanso, de tranquilidad, de evadirse un poco. Eso sí lo tiene la taberna, y dentro de eso el silencio forma parte fundamental del proceso. No se dijo la frase aquí, pero podría perfectamente haberse dicho», asegura.

May 10, 2025 - 09:36
 0
Bodega Guzmán, la autenticidad intacta
Atravesar la puerta es volver al pasado, como si el tiempo se hubiera congelado porque el olor, el sabor del vino y el espacio siguen igual. La barra y las mesas mantienen la estampa de siempre. Carteles de Feria de principios del siglo XX, una cabeza de un toro que lidió José María Martorell en 1953 y un medio no faltan en la personal atmósfera de Bodega Guzmán , llena un día laborable a las doce y media de la mañana. La tercera generación lleva las riendas desde hace más de veinticinco años, con Rafael Guzmán al frente de la sociedad familiar. Es nieto del fundador, Rafael Guzmán Zamora, e hijo de Rafael Guzmán Montilla. Al echar la vista atrás recuerda que la bodega comenzó a funcionar a principios de los años 50 , pero como bodega cerrada que comercializaba vinos por partidas para otros establecimientos. «En los 60 se abre como despacho de vinos al público, y a partir de ese momento poco a poco se va configurando como taberna: ya se quedaban los clientes aquí, y en diferentes fases se fue acondicionando hasta ahora. La última configuración es de principios de los 70, cuando la actividad es de bodega-taberna», explica. Entrando a la izquierda aguarda el salón de la tertulia taurina de Finito de Córdoba . Numerosas fotografías hablan de la trayectoria del diestro y un traje de luces que el propio Juan Serrano cedió a la tertulia en su momento. Todo contribuye a mantener intacta la identidad de este lugar clásico en el número 7 de la calle Judíos. Hoy en día la bodega funciona como tal, la taberna también. «El cordobés la ha hecho suya, la conoce, y ése es el mayor orgullo que tiene uno en la casa. Que muchos clientes traen a sus familias visitantes a la bodega como un sitio más dentro de las rutas que pueden hacer en la Judería». En sus paredes resuenan «muchas vivencias, a lo largo de tantos años. Lo que más agrada a la gente es que más que histórica es popular , eso nos da mucha satisfacción. Seguimos trayendo los vinos de Montilla-Moriles, de la Sierra de Montilla, y a lo largo de tantos años hemos trabajado con diferentes productores y bodegas, y seguimos la misma forma de trabajar de siempre. Traemos ahora en camiones cisternas, almacenamos el vino dentro, y vamos pasando a nuestros barriles y les vamos dando la crianza de los diferentes tipos que ofrecemos». El fino es el más buscado, luego el resto de variedades «fruto del envejecimiento natural del vino: el palo cortado, el amontillado. Trabajamos el dulce Pedro Ximénez, el vermú, como variedades que otra vez han vuelto a tener mucha demanda entre la gente joven los fines de semana, que tienen esa manera de aproximación al vino. Por las razones que sean siempre ha habido una renovación generacional» y hay un acercamiento a la taberna y al mundo del vino. Al estar en zona turística el visitante es parte fundamental de su clientela y «siempre está el vecino, el parroquiano habitual, que es muy importante, que tratamos de cuidar porque la casa es auténtica: aquí coexiste el parroquiano de toda la vida con el visitante de una forma muy natural y nada impostada. Lo que ve es lo que hay». La cabeza del toro la compró su abuelo porque en otro establecimiento que tenían, la Taberna Guzmán en la calle José Zorrilla, hubo una peña taurina dedicada a José María Martorell. La cartelería antigua de la entrada, regalo de Francisco Toscano, es otra clave de su encanto: los tres carteles son de la Feria de Córdoba, de 1919 dos de ellos, y uno de 1920, de la Feria de otoño, que ya dejó de celebrarse. Junto a la barra cuelgan unas fotos de 'Córdoba, ayer y hoy' de un suplemento que salió en ABC sobre los orígenes y el presente del establecimiento.   Este barrio no escapa del envejecimiento y la despoblación, pero vienen clientes de Ciudad Jardín y de otros sitios. No tiene cocina como tal, aunque sirve embutidos de Los Pedroches, quesos, conservas y alguna tapa que se puede calentar puntualmente. La bodega fue más que eso porque en su andadura ha enriquecido la cultura del vino con lecturas del Aula de Poesía del Ateneo de Córdoba durante dos décadas, se han realizado exposiciones y conciertos. Sobre la creencia de que entre sus muros se pronunciaron las célebres frases entre dos cordobeses de «-¡Qué bien se está hablando poco! -¡Mejor se está sin hablar ná!» explica que «como tal no, pero forma parte del senequismo o esa escuela estoica que se le atribuye al cordobés. Siempre hablar poco es una virtud, mejor escuchar que hablar demasiado», argumenta Guzmán. «Estar en una taberna predispone un poco a eso, en determinadas ocasiones puede convertirse en un oasis dentro de la vida diaria, en ese ratito de remanso, de tranquilidad, de evadirse un poco. Eso sí lo tiene la taberna, y dentro de eso el silencio forma parte fundamental del proceso. No se dijo la frase aquí, pero podría perfectamente haberse dicho», asegura.