“Atravesamos todas las crisis”: fundó un imperio en la industria del juguete y un artículo “que nadie quería” salvó dos veces su empresa

En 1977 Héctor Mondrik fundó Top Toys, una empresa que marcó un antes y un después en la industria del juguete nacional

Abr 3, 2025 - 18:51
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“Atravesamos todas las crisis”: fundó un imperio en la industria del juguete y un artículo “que nadie quería” salvó dos veces su empresa

No todo fue fácil desde el principio. Cuando estaba esperando a su primer hijo, Héctor Mondrik perdió su trabajo en la consultora. Sin embargo, no tardó en reinventarse: encontró rápidamente otro empleo y poco después, volvió a cambiar de rumbo: se convirtió en gerente de administración de la empresa Dos Muñecos, la que fabricaba los pantalones Lee. Corrían los primeros años de la década del 70. Con visión, empuje y una habilidad notable para las finanzas, Héctor hizo crecer la compañía. Esa fue la semilla, el inicio de una historia que, sin saberlo todavía, daría lugar a uno de los emprendimientos más icónicos de la industria del juguete en Argentina: Top Toys.

“Mi papá se entregaba al trabajo con una devoción absoluta. Era brillante. Y lo que construyó fue enorme. La empresa creció tanto que llegó a convertirse en accionista de Aluar... ¡hasta compraron fábricas de algodón en Brasil! Mamá solía decir que competía con la empresa por su atención y no lo decía del todo en broma. Un día, después de años de dejarlo todo, mi papá le hizo un regalo inesperado: su renuncia. Literalmente. La escribió, se la entregó en la mano, como diciendo ‘ya está, ahora elijo otra cosa’”, cuenta Darío con la calidez de quien habla de alguien que, de algún modo, nunca se fue. A su lado, su hermano Damián asiente.Damián y Darío Mondrik son los hijos de Héctor Mondrik, fundador de la empresa Top Toys

-¿Quién era Héctor Mondrik?

Darío: -Mi papá nació en 1939 en Avellaneda, aunque parte de su infancia la vivió en la Patagonia, en General San Martín, Chubut. Mi abuelo trabajaba como “corredor”, vendía de todo. Después volvieron a Buenos Aires y se instalaron en Villa Crespo. Mis bisabuelos eran de Ucrania, de Besarabia. Mi padre, quer era pura energía, siempre contaba una anécdota que lo definía a la perfección. Decía que una vez, en una visita al zoológico, vio a un chico que alquilaba ponis para dar vueltas. Él ya sabía montar, así que se acercó y le dijo: “Dame las riendas, que yo sé andar”. El chico dudó, pero mi papá insistió tanto que terminó dejándolo. Apenas subió, dio dos golpecitos de talón y el poni salió disparado por todo el zoológico, con el chico corriéndolo a los gritos. Así era él: inquieto y decidido. También fue muy deportista. Jugó al fútbol, al básquet, hizo algo de boxeo. Fue el menor de cuatro hermanos, pero el primero en recibirse. En los años 60 se graduó en la UBA como Licenciado en Administración y Contador Público. Tenía una mente lúdica: jugaba al ajedrez como pocos, podía hacer partidas simultáneas a ciegas con varios tableros.

Héctor conoció a Eugenia Emilia Dorfman, una profesora de inglés, en un baile. “Mamá siempre contaba que él quiso darle un beso, y ella le respondió: ‘¿Por qué te voy a dar un beso? ¿Por amor al arte?’. Se casaron un 26 de diciembre, justo cuando mi papá estaba a punto de recibirse”, dice Darío. De esa unión nacieron Diego, en 1966, Damián, en 1968, y Darío, en 1971.Un retrato familiar: Héctor y Eugenia Emilia Dorfman, su señora, y sus hijos: Diego, Damián y Darío.

-Volviendo a la renuncia de su padre a la empresa textil. ¿Cómo nació la idea de dedicarse al mundo de los juguetes?

Damián: -Él no había cumplido los 40, pero había logrado un capital importante y sintió que quería hacer algo distinto. Algo que le permitiera estar más cerca de mi mamá, empezar a usar su tiempo. Cuando llegó a esa empresa, estaba casi fundida. Cuando se fue, era multimillonaria. De hecho, cuando dijo que se iba, los dueños le ofrecieron trabajar sólo tres veces por semana, medio día, cobrando el mismo sueldo. Pero él ya lo tenía claro: no era por dinero. Había cumplido su ciclo y, además, nos contó luego que no quería dejarle a sus hijos la impresión de que solo ‘se gana plata con plata’.

Darío: -En el ‘75, mi papá le regaló a mi mamá un viaje: la vuelta al mundo. Nosotros nos quedamos con mi abuela y ellos recorrieron todo, desde Japón hasta Inglaterra. En Londres entraron a Hamleys, una juguetería enorme, y mi papá quedó maravillado. Dijo: “¿Qué es esto? ¡Esto en Argentina no existe!”. Cuando volvió, empezó a investigar y se dio cuenta de que podía ser una buena idea. En ese momento, acá los juguetes eran de lata o de goma, nada que ver... Entonces sumó a su cuñado al proyecto, para que lo ayudara con todo lo relacionado al estudio de mercado, y así empezó todo.Héctor Mondrik y sus hijos Diego, Darío y Damián, que hoy manejan la empresa fundada por su padre en 1977

-¿Cómo surgió el nombre?

Damián: -Empezaron a tirar ideas hasta que a mi papá se le ocurrió la frase “lo mejor para juguetes”. Aunque lo pensó al revés “Toys Top” y fue mi mamá la que dijo: “No, tiene que ser Top Toys”. Así quedó el nombre.

Al principio, la empresa funcionaba en “un lugarcito” que el suegro de Héctor les prestó dentro de su fábrica metalúrgica, en Munro. “Empezaron siendo tres o cuatro personas, nada más. Pero para 1985 ya eran 600, con una planta en Barracas y otra en San Juan. Hicieron inversiones millonarias. Cada muñeco necesitaba unas seis matrices, había 50 cabinas de pintura para las piezas, y mi papá fue uno de los primeros en traer máquinas de inyección computarizadas. No solo creó una empresa, creó una industria”, añade.

-¿Cuál fue el primer juguete que hicieron?

Darío: -Los dos primeros productos fueron nacionales. Papá tomó la licencia de dos juegos: TateTop y MentalTop. Fueron productos que él había visto en Inglaterra y se comunicó con los fabricantes. Los juegos se fabricaron acá.

Los hermanos aseguran que lo que realmente cambió el negocio del juguete fue la publicidad televisiva de uno de sus productos: el Mentaltop. “Fue un antes y un después, estamos hablando de fines de los 70. El comercial mostraba a un hombre hablando en japonés, con subtítulos que explicaban el juego. Era algo completamente distinto para la época y fue un éxito total”, explica Darío. Hoy, ese juego se conoce como Código Oculto, un juego de deducción.Top Toys pasó de tener tres trabajadores a 600 en una década. Para 1985, Héctor manejaba dos plantas, una en Barracas y otra en San Juan.Cuando se estrenó la primera película de Star Wars (Una nueva esperanza), Héctor firmó contrato con Hasbro para importar los primeros ocho muñecos de la saga.

A partir de ese entonces la empresa no paró de crecer y comenzaron a importarse juguetes. “En 1979 se trajeron los Pocketeers, unas maquinitas de bolsillo, del tamaño de un celular. Como un video juego pero que no era electrónico... bolitas que tenías que llevar de un lado a otro. Fueron furor. Había muchos modelos, y los chicos lo llevaban a la escuela. Si no recuerdo mal se vendieron alrededor de cinco millones de piezas”, dice Damián.

-¿Ustedes jugaban con los juguetes de la fábrica en su casa?

Damián: -¡Nosotros éramos los testers oficiales! Mi papá llevaba todos los juegos que pensaba lanzar al club y nosotros invitábamos a nuestros amigos para probarlos. La única regla era que pasaran de a uno o de a dos. A veces había filas de 20 o 30 chicos esperando su turno. Mientras ellos se divertían, mi papá los miraba atentamente, tomando nota de cada reacción.

Darío: -En los años 80, por ejemplo, teníamos una línea que se llamaba Penny Racers, unos autitos. Un día, mi papá me sentó frente a una mesa con 20 modelos distintos y me dijo: “Tomá, jugá”. Lo que parecía un momento de diversión, en realidad era una especie de test de mercado: él observaba con atención cuáles elegía yo, con cuáles me entretenía más. Esos eran los que se iban a lanzar. Usaba nuestra mirada de chicos como termómetro.Top Toys lanzó en 1987 la línea de muñecas Barbie que se fabricaban en el país, lo único que importaban era el cabello de la muñeca.

Comercial Topi

A los famosos Pocketeers después se sumaron los juegos de agua, que eran más grandes. “Apretabas un botón y el objeto se iba moviendo dentro del agua”, explica.

-¿Qué recuerdo tienen de su padre en aquellos años?

Damián: -Él ponía toda su energía en la empresa, pero no lo vivía como una carga, al contrario. Siempre iba para adelante, siempre con proyectos nuevos y con ideas frescas. Fue pionero en muchas cosas y la compañía fue la primera empresa local en ir a ferias internacionales. En 1978 firmó un contrato con Hasbro, que en ese momento era una compañía muy chica -y hoy es la número dos del mundo- para hacer un producto que se llamaba Topi. Eran unos huevitos que se bamboleaban, pero no se caían nunca. Para poder producirlos, mi papá mandó a uno de mis tíos, que era ingeniero, a capacitarse dos meses en Rhode Island, Estados Unidos. También, con el estreno de la primera película de Star Wars (New Hope -Una nueva esperanza-), importamos los primeros ocho muñecos. Fue todo un hito.

En los años 80, sumaron a su catálogo juegos como El Juego de la Vida, Simón y Operación. En 1981, con el estreno de la segunda película de Star Wars, comenzaron a fabricar los muñecos en Argentina. “Cuando se hicieron los moldes acá, aunque se copiaron tal cual, las piezas argentinas quedaron unas décimas más chicas que las originales. Hoy, esas versiones son muy buscadas por los coleccionistas. Hay piezas que se pagan hasta ocho mil dólares”, explica Darío.

Además de los muñecos de Star Wars, la empresa firmó un contrato con Mattel para comercializar la línea Masters of the Universe, los famosos muñecos de He-Man.

-¿Cómo fue la llegada de He-Man a la empresa? ¿Qué impacto tuvo?

Damián: -La incorporación de la línea He-Man fue un verdadero hito, aunque no estuvo exenta de tensiones. El lanzamiento se demoró y eso preocupó mucho a mi papá. Había una gran expectativa, pero también dudas: muchos se preguntaban si los varones iban a jugar con muñecos. Era una apuesta arriesgada. Finalmente, en 1984 se presentó la línea y fue un antes y un después. Cuando salieron a la venta, la respuesta fue inmediata: la gente hacía fila para comprarlos. Fue impresionante. No solo fue un éxito comercial, cambió por completo la industria del juguete en Argentina. He-Man rompió prejuicios, abrió nuevas posibilidades y marcó a toda una generación.

-También fabricaron la Barbie en la Argentina

Damián: -Sí y fue un hito. En 1987 se lanzó Barbie en el país y fuimos una de las tres o cuatro empresas en el mundo a las que Mattel les confió la producción local. ¡Un privilegio! La muñeca se fabricaba ciento por ciento acá, lo único que se importaba era el pelo.

Barbie comercial Top Toys

-¿Esa fue la época de oro de la empresa?

Damián: -Sí, sin dudas: los años 80 fueron el gran auge. Después vino la hiperinflación y la crisis. Mi papá tenía toda la cobranza de Navidad colocada en plazos fijos y en ese momento se solía tomar deuda usando esos plazos como garantía. Pero en diciembre de 1989 llegó el Plan Bonex y todo se vino abajo. Los bancos le congelaron los plazos fijos y se los cambiaron por bonos. El problema fue que, al mismo tiempo, él tenía deudas tomadas contra esos fondos. Los bonos se los valuaron al 15%, pero la deuda seguía creciendo a tasas completamente descontroladas: le aplicaban un interés mensual del 400%. Para ponerlo en números: una deuda que originalmente era de 54.000 dólares, a los pocos meses se había transformado en una deuda de un millón de dólares. Una locura total. Fue una época muy dura, pero mi papá nunca perdió el empuje ni la capacidad de reinventarse.

“Las empresas no se concursan”

-¿Cómo hizo su papá para no fundirse?

Damián: -Papá siempre decía que a él le habían enseñado que las empresas no se concursan. Se ocupó personalmente de hablar con todos los proveedores: “Nosotros vamos a pagar, de alguna manera lo vamos a pagar”, les decía. Y así fue, poco a poco fue cancelando las deudas, pero fue una herida muy grande. Hipotecó hasta la casa y quedó endeudado con los bancos. Fue un proceso muy desgastante. Cuando los mercados se abrieron, él no tenía el capital para importar. Encima, mi tío -que trabajaba con él- decidió dejar la empresa porque ya ni siquiera podía asegurarse un sueldo. Para colmo, el sindicato tomó la planta por el atraso en el pago de una quincena y eso nos hizo perder toda la producción de Navidad. Como resultado, en 1993 tuvimos que cerrar una de las dos plantas y nos quedamos solo con la de San Juan, que era la más chica.

Darío: -La verdad, papá era un luchador. En ese momento, mi papá volvió a lo básico: agarró su valijita y se tomaba un colectivo para ir a ver a un cliente en Rosario. Escribió sus memorias y las tituló Rendido jamás. Ese era él.

-¿Cómo lograron salir adelante?

Damián: -Yo tenía 23 años y trabajaba bajo las órdenes de mi tío. Cuando él se fue, mi papá me miró y me dijo: “Bueno, ahora ocupate vos”. Ahí nos dimos cuenta de algo clave: estábamos regalando la mercadería. Teníamos la idea equivocada de que había que vender al mismo precio que en Estados Unidos, pero los costos allá no eran los mismos que acá. Aunque vendíamos bien, la empresa no ganaba dinero. El negocio del juguete es riesgoso: si a un chico le gusta un juguete, los padres hacen el esfuerzo y lo compran. Pero si no le gusta, no hay precio que lo salve. Lo que hicimos fue enfocarnos en los juegos de mesa. Duplicamos los precios, relanzamos campañas publicitarias de juegos como El Juego de la Vida, Quién es quién, Simón y Operación, y las ventas también se duplicaron. Con eso empezamos, de a poco, a generar ingresos para seguir pagando deudas.

Darío: -En ese momento solo teníamos cinco productos… ¡y con eso la peleamos!

“Era el juego que teníamos que hacer”

-¿Nunca pensaron en bajar la persiana?

Darío: -No, nunca. A principios de los 90, papá nos reunió y planteó: “¿Qué hacemos?”. Pero su intención siempre fue seguir adelante.

Damián: -En el ‘93 conseguimos la licencia de Jenga. Fue el primer producto que tomamos después de la crisis, nadie lo quería. Literalmente, cuando fuimos a Hasbro y dijimos que lo queríamos, nos miraron como diciendo: “¿Cuál?”. ¡Ni ellos se acordaban del juego! Ahí tuvimos nuestra primera discusión generacional. Nosotros veníamos del plástico: hacíamos Barbies, muñecos... ¡y esto era de madera! Mi viejo decía: “Nos lo van a copiar en dos minutos”. Pero nosotros insistimos: “Puede ser, pero este es el juego que tenemos que hacer”. Era perfecto: divertido, distinto y lo mejor de todo, no requería inversión en matrices. Justo lo que necesitábamos. Me acuerdo que invité a unos amigos a casa a probarlo. Jugamos tres horas seguidas. Las reglas son absurdamente simples: con una mano sacás una maderita de abajo y la ponés arriba. Pero lo mágico es que todos queremos ganar… sin que el otro pierda. Porque si se cae la torre, el juego termina. Y todos queremos ver hasta dónde puede llegar. Es el juego perfecto.Famosos jugaron al Jenga en Mar del Plata

-¿Fue clave la estrategia de marketing con Gerardo Sofovich jugando en su programa?

Damián: -Sí, aunque esa no fue la primera vez que presentamos el juego. El debut fue en Mar del Plata, en un evento donde invitamos a varios famosos a jugar: Marley, Soledad Silveyra, Hernán Caire… Después, en televisión había dos grandes comunicadores del momento: Sofovich, con Hoy estamos de remate, y Tinelli con, VideoMatch. Apostamos por Tinelli. Gran error.

Darío: -Un error histórico. En el programa se pusieron a jugar con las maderitas como si fuera una guerra de trinchera. Nosotros frente al televisor, emocionados, ilusionados… y ellos tirándose las piezas, un sketch de caos total. Un desastre.

-¿Y después del papelón con Tinelli, llegaron a Sofovich?

Damián: -Sí, y fue un antes y un después. Sofovich no solo entendió el juego: lo posicionó. Tenía una visión increíble. En teoría iba a jugar unos minutos con una de sus secretarias… y terminó jugando 17 minutos al aire. ¡Una eternidad en televisión! Él mismo dijo que la clave fue el silencio: en un estudio de tele siempre hay ruido, alguien hablando, luces que se mueven… pero en ese momento, nada. Todos estaban mirando la torre. Supo que tenía algo muy bueno. Lo mejor vino después. Se fue al corte sin terminar la partida y cuando volvió, lanzó al aire: “Recibimos muchos llamados. Puede comprar el juego en 12 cuotas de 3,90″. ¡¿De dónde sacó ese precio?! ¡Nadie lo había acordado! Nosotros, que estábamos mirando la tele, nos pusimos como locos. Al día siguiente, a las 9 de la mañana, nos llamó su productor: “Esto fue una locura. Vamos a jugar todos los domingos hasta fin de año. Me asegurás la pauta, pero podés pagar con producto”. ¡Y así fue! Todos los domingos, Sofovich jugando al Jenga.

-Fue un boom.

Damián: -Sí y para nosotros fue clave. Entre 1995 y 1997 vendimos tanto que pudimos pagarle a todos los proveedores. El juego nos estabilizó la empresa. La inversión fue enorme. Sofovich se había comprometido a jugar con famosos durante todo el año, y nosotros teníamos que bancar toda la campaña. Era un acuerdo anual que costaba una fortuna. Cuando se lo presentamos a la gente de Hasbro, el presidente para Latinoamérica dijo: “Esta gente está loca, se va a fundir”. Eso fue en febrero. Pero en mayo, desde 17 países nos estaban pidiendo nuestro plan de marketing. En Argentina se habían vendido más Jengas que en Canadá, y llegamos a representar casi el 15% de las ventas de Estados Unidos. Nadie lo podía creer.

-Hasta que llegó el 2001...

Darío: -Y sí… Argentina. Pero en medio de todo el caos, mi novia (hoy mi mujer) me llama y me dice: “¡Recién Rial dijo que Sofovich vuelve a jugar al Jenga!”.

-¿Otra vez Sofovich al rescate?

Damián: -¡Tal cual! Pero todo se activó porque el año anterior, en un especial por los 25 años de VideoMatch, Tinelli invitó a Sofovich a jugar al Jenga. Jugaron en VideoMatch en el 2000 y fue el programa más visto del año.

-¿Y Sofovich dijo “vamos de nuevo”?

Damián: -Exactamente. Nos llamó y dijo: “El año que viene vuelvo a jugar”. Y en plena crisis del 2001, Jenga volvió a ser un hit. Ese juego nos salvó dos veces.

“Nunca se retiró”

-¿Cuál fue el juguete que más vendieron?

Darío: -El más vendido fue He-Man, sin duda. Después, por volumen unitario, los Pocketeers.

-¿Hubo algún juguete que a ustedes les haya gustado y que no salió cuando eran chicos?

Darío: -Sí. Ese muñeco que está ahí, un monstruo que se estira y grita. A mí me fascinaba, pero nunca llegó a lanzarse. Así que, cuando empecé a trabajar en la empresa, lo hice realidad. Lo mismo pasó con las masas. Mi papá siempre había querido desarrollar una línea, pero la producción era muy compleja. En 2015, nosotros lanzamos Smooshi.

Damián: -Las masas tienen algo especial: son un producto estable, y en la industria del juguete, la estabilidad es casi un lujo. El gran desafío es lograr que un juguete se sostenga en el tiempo, que no sea solo una moda pasajera. Los juegos de mesa, por ejemplo, tienen esa ventaja: uno tiende a volver a lo conocido, a lo que jugaba de chico. Y con las masas pasa algo parecido: siempre hay chicos de dos, tres o cuatro años con esa necesidad de tocar, amasar, crear.En 2015, la empresa lanzó su línea de masas

-¿Hasta cuando estuvo su padre al mando de la empresa?

Darío: -Él empezó a dejar de a poco en nosotros el manejo de la compañía. Hasta 2008, 2009 estuvo al mando. Pero nunca se retiró. Seguía viniendo, pero más relajado. Venía a 10.30 y se iba 15. Venía a almorzar y a estar con nosotros.

Damián: -A mí me encantaba que viniera. Lo consultaba todo el tiempo. Argentina es un país complejo, y él tenía muchísima experiencia… era un especialista. Además, conocía a todos los clientes: sabía perfectamente a quién se le podía dar crédito y a quién no.

-Los negocios en familia pueden ser complicados, ¿cómo se llevan en la empresa?

Darío: -Nos llevamos muy bien.

Damián: -Yo me hice cargo de la producción y finanzas, y Darío del marketing y de las ventas. Diego, la parte de sistemas. Tenemos algunas reglas o códigos no escritos pero que existen. Uno de ellos es que cada en su lugar trabaja con la convicción que es el mejor en su área. Discutimos las cosas y si no nos ponemos de acuerdo, tiene la decisión el responsable del área.

-¿Hay alguna enseñanza de su padre que siempre recuerden?

Damián: -Sí, una que me marcó a fuego: “Dedicate a lo que amás”. Siempre decía que ser empresario en Argentina no es fácil, está lleno de altibajos. Y si encima no te gusta lo que hacés, estás perdido. No importa si vas a ser más rico o más pobre: lo importante es disfrutar el camino.

Comercial Pocketeers

-¿Tienen hijos que van a continuar en la empresa?

Darío: -Hay una hija de Diego que ya empezó a trabajar con nosotros, es Licenciada en Publicidad. Los nuestros todavía son chicos, pero la idea es que hagan lo que quieran.

Damián: -Una vez mi hijo me preguntó si iba a tener que trabajar en la empresa. Le dije: “No solo no vas a tener que hacerlo, sino que si querés, vas a tener que capacitarte. Nosotros no nos estamos rompiendo el alma para que alguien que no sabe nada venga y lo arruine.”

-¿Su padre tenía algún juguete favorito?

Darío: -Sí, el ajedrez

Héctor Mondrik falleció el 31 de marzo de 2021, víctima del Covid. “Vino a trabajar y lo notamos resfriado. Estaba haciendo quimioterapia y pensó que era eso. Fue a la clínica y le diagnosticaron Covid. No pudimos verlo más. Solo nos mandábamos mensajes. Él no quería que lo entubaran. Antes de eso, nos mandó un mensaje de despedida. Tenía una grandeza especial. Lo más increíble fue la cantidad de mensajes que recibimos después, incluso de gente que nunca lo conoció. Algunos fans de He-Man hicieron una lápida con He-Man y Skeletor para despedirlo. Para nosotros, nuestro papá fue un antes y un después en nuestras vidas y en la historia del juguete en la Argentina”.Desde muy chicos, Damián y Darío Mondrik se formaron dentro de la empresa que hoy lideran con orgullo.