Alejandro Roemmers: una vida entre las letras y los negocios
Empresario, poeta, escritor y filántropo, habla de su vínculo con el Sumo Pontífice y de su admiración por Mario Vargas Llosa, que escribió el prólogo de su último libro, “El misterio del último Stradivarius”
“No dudo que cuando se relaciona con sus negocios tiene los pies muy en la tierra y saca a relucir su gen competitivo y ambicioso, pues si ese no fuera el caso, no habría contribuido tan decisivamente al crecimiento y la prosperidad de los negocios familiares como lo hizo. Pero lo que a mí me consta es que cuando habla con amigos o conocidos los pies los tiene en otra parte, pues hay en él una vocación de soñador diurno, una pizca de ingenuidad, y lo que transmite es vulnerabilidad, espiritualidad, como si para defenderse de este mundo bárbaro y brutal que nos rodea fuera necesario despegar mentalmente hacia otro, hecho de ilusiones y de purezas”.
El texto pertenece al largo prólogo que el ganador de Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, quien murió el 13 de abril último, le dedicó a Alejandro Roemmers para su novela El misterio del último Stradivarius. Esta parte del escrito corresponde a lo que no está publicado en el inicio del libro del empresario, poeta y escritor, recién presentado en la 49° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Allí acudió, en representación del escritor peruano recientemente fallecido, su hijo Álvaro. Se trata del último texto de Vargas Llosa, con quien Roemmers tenía un vínculo estrecho en los últimos años.
El empresario que, si bien está desligado del día a día de los laboratorios Roemmers continúa involucrado en la empresa, es también poeta, escritor, guionista, mecenas y filántropo.
Es autor de El regreso del joven Príncipe, que fue traducido a treinta idiomas y que le valió la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); de la obra musical Franciscus, sobre la vida de San Francisco de Asís, por la que recibió el premio Santa Clara de Asís; de Regreso en Patagonia, basada en el libro El regreso del joven Príncipe, y de las novelas Vivir se escribe en presente y Morir lo necesario.
Es miembro de la Academia de Artes Escénicas de España y fue reconocido por la Pontificia Universitá Antónianum de Roma, que le otorgó el Premio San Francesco por su vocación franciscana y su labor humanitaria alrededor del mundo. A nivel global, su costado filantrópico se despliega, entre otras obras, en la Fundación Música, que en Uganda impulsa a los niños a progresar por medio de la música y de la danza. Y en el Amazonas peruano contribuye con el Hogar Nazaret, que trabaja con chicos en situación de extrema pobreza.
Mecenas de reconocidos músicos, compositores, escenógrafos, escultores y pianistas, en los últimos años supo también cultivar un vínculo cercano con otra figura de alcance mundial, el papa Francisco.
—Tuviste una relación estrecha con figuras tan importantes como el papa Francisco y Mario Vargas Llosa. ¿Cómo fueron esas relaciones?
—Fueron diferentes una de otra, pero ambas fueron en los últimos diez años.
—¿Cómo se dieron?
—Con Vargas empezó por el lado de la Fundación Internacional para la Libertad. Me contactaron más desde el punto de vista empresario, no tanto de lo literario. Pero conociéndonos enseguida surgió el tema de la literatura. Le hice llegar a Mario Vargas Llosa libros de poesía míos. En ese momento ya había escrito El regreso del joven Príncipe, que era mi relato espiritual en prosa, y tenía la idea de hacer algún ejercicio con la novela, probar. Conversamos también sobre eso, leyó mis primeras novelas.
—¿Te dio alguna devolución?
—No, justamente por eso me sorprendió tanto este prólogo que me escribió, porque nunca se expidió mucho. Siempre hablábamos de un tema, de la educación, muchas veces del avance de la tecnología, de los celulares. Últimamente también de la inteligencia artificial. Cuando lo invité a la presentación de Morir lo necesario, él vino a Buenos Aires y no fue tanto lo que dijo sobre la novela, sino más bien expresaba su asombro de que yo pudiera manifestarme de tantas formas diferentes. Vino también al estreno del musical mío, estaba con Isabel (Preysler) en esa época.
—No te daba una devolución sobre tu obra, pero en los hechos estaba. Eso era un reconocimiento.
—Sí, exactamente. Venía, y del musical me dijo que lo había emocionado. También fue a la presentación de un libro en Madrid. Estaba muy presente, hablábamos sobre distintos temas. A él le interesaba mucho que yo le hablara sobre la Argentina.
—¿Cómo se dio lo del prólogo de El misterio del último Stradivarius?
—Yo le mandé el manuscrito de esta novela. Ésta fue la primera vez que lo encaré desde el punto de vista literario.
—¿Qué fue lo que más te sorprendió del prólogo?
—Ante todo, que lo haya escrito. Yo lo que esperaba es que me escribiera alguna frase, algo que pudiera usar en el libro o que me dijera algo, algún comentario. Nunca pensé que me iba a escribir el prólogo y menos que fuera un prólogo no referido solamente técnicamente a la novela, cosa que también hace, sino un compendio de toda mi obra y mi persona. Entonces, sí, me asombró ese prólogo tan largo y tan como queriendo dejar una constancia de esa relación que habíamos tenido durante todo este tiempo y de la que él no había nunca dicho mucho, como que lo quiso decir ahí. Y hoy justamente su hijo me dijo, “fue el último libro que él leyó”, que en realidad no era un libro, era un manuscrito que había pasado a máquina. Su hijo Álvaro dice que tuvo muchas ganas de escribir ese prólogo. Ya se le hacía difícil escribir y la última parte se la dictó a él. Había dejado muy claro que, si él no podía estar presente en el lanzamiento del libro, tendría que venir Álvaro, hacerse presente y darle importancia a este prólogo. Fue lo último que escribió.
—¿Qué significó en lo personal para vos este gesto?
—Para mí fue un reconocimiento muy lindo. Estoy muy agradecido.
—¿Y con el papa Francisco cómo era tu vínculo?
—Tuve también una relación muy cercana con él. La relación antes de que él fuera Papa fue, sobre todo, epistolar. Nos escribíamos y yo le hacía llegar mis libros de poemas. Él me contestaba con alguna carta, yo a veces también le escribía, pero generalmente le mandaba algún poema que me parecía que le podía gustar o que era espiritual.
—¿Esa relación cambió una vez que fue Papa?
—La relación más personal y de diálogo fue después de ser Papa, después de la primera visita que hicimos con toda la familia. Yo en esa visita le dediqué un poema, él se emocionó mucho, me abrazó y a partir de ahí se creó un vínculo.
—¿Sobre qué hablaban?
—En muchos temas teníamos coincidencia. Creo que en mí él tenía a un laico con el cual podía abrirse y hablar de ciertos temas que a lo mejor con los religiosos se tenía que cuidar un poco más. Como yo estudié también otras religiones y me gusta mucho el budismo, el zen y el taoísmo, y he leído acerca de desarrollo humano y psicología, teníamos charlas muy lindas.
—¿En qué temáticas tenían coincidencias?
—Sobre todo en el concepto de la humanidad como una fraternidad universal, que es el concepto franciscano: todos somos hijos de Dios, por lo tanto, todos somos hermanos. Sobre la compasión, que la ternura no es debilidad. Sobre la única forma en las que se puede lograr esa fraternidad humana, que es poniendo el acento en todo lo que tenemos en común y tratando de obviar las diferencias que son superficiales. Él era muy abierto al diálogo interreligioso, a mí también siempre me interesó el diálogo interreligioso y la apertura hacia los más necesitados, que es algo que también siempre compartimos.
—¿En la práctica se pudieron traspasar estos conceptos de alguna manera?
—Yo ayudé en algunas cosas que él me pidió. Por ejemplo, organizando partidos de fútbol por la paz con estrellas. Él tenía también un desarrollo que lo enfocamos en África. Consistía en desarrollar comunidades que fueran economías empoderativas, es decir, que fueran autosuficientes, que pudieran desarrollar sus cultivos.
—¿Eso lo desarrollaste también en Jujuy?
—Sí, en Jujuy, pero también en África.
—¿Con buenos resultados?
—Creo que espectaculares. Mostramos que se puede transformar un continente y no es una cuestión tanto de dinero, es más de organización. Por ejemplo, haciendo pozos de agua para que los habitantes de unas aldeas no tuvieran que hacer kilómetros para ir a buscar el agua cada día. Luego, como sobraba el agua, daba para regar y cultivar la tierra. Entonces, mandé unos especialistas que podían enseñarles cómo hacerlo de la mejor forma sostenible. Tuvo un éxito fenomenal. Entonces, hicimos más pozos y luego mandé maquinarias. Lo que era un desierto, hoy son prados verdes cultivados en donde ellos no solo tienen para comer y alimentarse, sino que pueden venderlo e intercambiarlo por otras cosas. Entonces, a partir de ahí, quisimos replicar esto en otras aldeas, en otros países. Estoy también en el Amazonas peruano con un sacerdote español haciendo cosas.
—¿De qué se trata?
—Es otra cosa, es muy doloroso. Él rescata chicos para que no sean comprados por mafias que luego venden sus órganos. Resulta que con 200 o 300 dólares podemos comprar nosotros al chico antes, rescatarlo y darle la posibilidad no solo de vivir, sino de desarrollarse como ser humano. Ya son entre 2000 y 3000 los chicos que ha ido rescatando Ignacio Doñoro, así se llama el sacerdote, que era capellán de la Guardia Civil en España. Lo último que hice ahí fue un campo de fútbol. Como llueve mucho, el Amazonas se embarra y se hace de noche muy pronto. Entonces, se montó un campo de fútbol con césped artificial, iluminado, con vestuarios. Porque el fútbol para los chicos es como un premio también, los alienta a estudiar, así los dejan jugar.
—¿Por qué el Papa no vino a la Argentina?
—Nunca dijo nada sobre ese tema. Yo tengo mi suposición. Pienso que como él era una especie de regente mundial de una religión con tanta gente alrededor del mundo, era un riesgo muy grande que en su país él tuviera algún tipo de ataque, crítica o agresión. Porque se podía haber usado. Hubo muchos enemigos de la parte de la Iglesia muy conservadora. Entonces lo podían haber usado: si en su propio país dicen esto… y que eso le hiciera perder algún tipo de autoridad a nivel global. Entonces, creo que lo postergó por eso. Y luego en estos últimos años, cuando ya estaba considerando un poco más seriamente la posibilidad de venir, creo que ahí realmente se le hizo difícil por temas de salud.
—¿Tenés algún recuerdo especial del Papa?
—Lo último de él fue cuando me mandó su solideo, su gorrito blanco. Me lo mandó por una persona así como se lo sacó. Esta persona me lo trajo en una caja.
—¿Dónde lo tenés?
—Lo tengo guardado en la caja fuerte en mi casa, en España. Porque lo recibí allá. Él quiso que yo lo tuviera, a lo mejor para que lo conserve, a lo mejor para que lo venda a beneficio. Tengo también su iPad.
—¿Su iPad?
—Claro que él nunca lo ha usado, pero yo tengo el iPad de Francisco, con todos los sellos del Vaticano. Él me decía “yo solo una vez usé un celular, fue para llamar a mi hermana y nunca más lo usé”. Y le dije, “sí, Santidad, pero hoy lo que no ocurre en esta pantalla, no ocurre. Entonces hoy, si queremos hacer un gesto fuerte por la paz, tiene que ser acá, en la pantalla”. Él me apuntaba, “y bueno, ¿qué se te ocurre?”. Y yo decía, “lo que se me ocurre es que los jóvenes no quieren la guerra. Entonces, que nos abracemos con los jóvenes de todo el mundo, invitemos también a los premios Nobel de la Paz y demos señales fuertes de que los jóvenes no quieren la guerra, que quieren la cooperación, no la competencia”. Me dejó hacer eso y justo cuando teníamos todo ya organizado lo tuvieron que operar. Los cardenales no sabían qué hacer. Les dije “el Papa quiso hacer esto, me designó a mí y vamos a hacerlo”. Yo fui su representante. Entonces, frente a la Basílica de San Pedro, con los treinta premios Nobel y los cardenales, hablé de la paz y de la fraternidad. El Papa me vio por la tele de la clínica y me dijo, “estuviste muy bien”.
—¿Y el iPad?
—El iPad lo tengo en mi casa. Siempre pensé en subastarlo a beneficio de algo. Voy a ver, alguna obra, algo que le interesara al Papa y en qué momento podemos organizarlo.
La charla transcurre en los salones del Palacio Duhau, donde el escritor había almorzado. Cuidadoso del tiempo propio y del ajeno, avisó con tiempo que la entrevista se atrasaría quince minutos. Un poco después del horario acordado apareció, impecable y profesional, explicando que se tuvo que tomar unos minutos más para cambiarse de ropa, para no posar vestido igual que en la entrevista que había dado antes a otro medio.
—Estás poco en Buenos Aires, ¿dónde transcurre tu vida?
—Transcurre viajando, prácticamente no tengo rutinas. Cada día es cada día y diferente en general. Vivo sobre todo en primavera y verano, más o menos unos seis meses en América y unos seis en Europa. El tiempo que estoy en América lo reparto un poco en la zona de Norteamérica, algo en el Caribe y después en Uruguay y la Argentina.
—¿En Buenos Aires?
—Es lo que menos, tal vez, unas pocas semanas, porque cuando estoy en Argentina me gusta mucho la naturaleza. Me gusta irme al campo, ya sea en las sierras, en Córdoba, o en la Patagonia. En general no soy muy de las ciudades, trato de escapar de ellas. Como ciudad me gusta mucho Madrid
—Tenés un lazo muy fuerte con España.
—Sí, yo viví mi adolescencia en España y vuelvo siempre, tengo amigos de muchos años.
—¿Cómo fueron esos años?
—Yo fui exiliado de la Argentina. En la época de la guerrilla secuestraron a dos compañeros míos del curso. Hablé con uno luego y me dijo, “disculpame, pero tuve que dar tu nombre. Cuando me apretaron, me amenazaron y como eras una persona como de una posición, podías ser secuestrado”. Pero bueno, tenía que decir lo que fuera en ese momento. Y mi padre también tenía alguna información de que corríamos riesgos. Nos fuimos así, de la noche a la mañana, una Semana Santa, a vivir a España. Nos quedamos casi cinco años. Me escribía con un amigo del colegio secundario nada más.
—¿Cuándo volviste de España te reencontraste con tus compañeros?
—Con muchos de mis compañeros del secundario pasamos cuarenta años sin vernos. Después nos reencontramos. Cuando yo celebré mis sesenta años los invité a todos, con sus parejas que yo ni conocía. A muchos nunca más los había visto desde aquel día que a los quince años me fui. Entonces viví lo que es el desarraigo. Y ahí mi mayor compañía fue la poesía. Yo soy muy enamorado de la poesía.
El poeta por naturaleza, en El misterio del último Stradivarius se vuelve a animar a la novela, con dos tramas paralelas que confluyen en el último violín construido en el taller del prestigioso Antonio Stradivari. La trama histórica parte del origen del violín, en Italia del siglo XVIII, mientras que paralelamente se desarrolla la historia policial donde el crimen de un padre y su hija en Paraguay, en pleno siglo XXI, devuelve el protagonismo al último violín construido por el lutier italiano.
“La estructura de la novela, ese elemento determinante de todo relato, es eficaz, pues a través de ella se nos dice tanto como es necesario y menos de lo que el lector impaciente quisiera, escamoteando información que permitiría descubrir antes de tiempo la secreta conexión entre la investigación contemporánea y la itinerancia del violín a lo largo de los siglos. El narrador gobierna los tiempos y espacios de tal forma que, hasta muy avanzada la novela, asistimos a historias que corren paralelas y no tienen sino un solo vaso comunicante, el violín, y que podrían ser relatos inconexos sin que se resintiera ninguno de los dos”, describe Mario Vargas Llosas en otro tramo del extenso prólogo.
—Es interesante cómo se entrelaza el relato policial con el histórico. ¿Cómo resultó su desarrollo?
—El libro surge a principios de la pandemia. Yo estaba en el campo y leí la noticia de un crimen en Paraguay, donde una persona de origen alemán mató a un hombre salvajemente, torturándolo, y a su hija de 15 años, para robarle unos violines Stradivarius. El violín más costoso se vendió en 16 millones de dólares, pero hay muchos que valen 10 o 12. ¿Qué hacían esos violines en el medio de la nada, en un lugar que se llama Areguá, a más de media hora de Asunción del Paraguay, en manos de este hombre? Entonces dije, esto es una novela y voy a tratar de que sea una obra literaria que tenga un mensaje subyacente que es el del arte, en este caso la música, como la salvación del hombre, de la parte espiritual del hombre, frente a la barbarie. El ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, y en esta novela aparece lo mejor y lo peor.
—¿Cuáles fueron los mayores desafíos en esto de unir las dos historias?
—La parte que tiene que ver con lo histórico y con la trayectoria del violín, desde su construcción hasta el momento actual, fue más sencillo porque es entretenido. Hay muchas cosas de la historia europea y no era tan complejo. Era algo que a mí me era más o menos fluido. Lo que realmente no me era tan fácil y exigió un gran esfuerzo es que lo que ocurría en Paraguay, es decir, la investigación policial y que los personajes pudieran competir con esta cosa muy interesante de lo que ocurría en Europa. Lo que quería era traer las dos historias, del pasado al presente. Los capítulos dedicados a Paraguay fueron los más áridos. Tenía que hacer que ese personaje del investigador y su ayudante se metieran en el lector. Yo no estudié literatura ni técnica de novela.
—¿Tu formación fue en los negocios?
—Claro, en negocios, pero desde chico escribo poesía, es decir, siempre pensé que pudiendo escribir poesía tengo que poder escribir prosa y, sin embargo, la novela no es fácil, es otra cosa.
—¿Fluye más la poesía?
—Sí, la poesía es lo natural, yo me siento poeta. Me fue bastante más trabajoso el tema de la novela. Es muy diferente. Por lo menos mi poesía es muy espiritual y la novela es muy terrena.
—¿Escribiste tu primera poesía a los 14 años?
—A los 8. Pero la primera que está publicada sí, la escribí a los 14.
—¿Cómo fue tu infancia?, ¿cómo es un chico que escribe poesía a esa edad?
—Toda mi vida la viví poéticamente.
—¿Qué quiere decir vivir poéticamente?
—Vivir poéticamente es vivir apreciando la belleza en todo. En cada ser humano trato de percibir lo más hermoso y resaltarlo, agrandarlo. Voy por un lugar y no dejo de observar un lindo árbol o sentir el aroma del aire. Muchos de mis poemas parten de algo muy concreto, lo expando y lo llevo a un nivel espiritual. Puedo no escribir poemas en algún momento, pero siempre voy a vivir poéticamente. Trato de esquivar las fealdades de este mundo, es decir, cuando el ser humano saca a relucir lo peor, el egoísmo, la falta de compasión por el otro, el desprecio por otro ser humano o la robotización.
—La tuya fue una vocación muy marcada desde chico, pero ¿cómo eran las expectativas familiares con respecto al futuro en la empresa?
—Yo tuve una virtud que también fue de alguna manera un karma, porque sobresalía en todas las materias. Creo que 9,80 me daba el promedio en el secundario. Destacaba en las ciencias, en matemáticas, en lo que fuera, entonces había expectativas en mi familia de que yo me dedicara a los negocios. Y fue una opción difícil, porque a mí me gustaba la literatura y la filosofía, me gustaban mucho las historias de las ideas, el pensamiento.
—¿Convivieron un tiempo las dos facetas, el empresario y el escritor?
—Sí, porque cuando yo estaba en la empresa era cuando más necesitaba escribir, era como mi compensación. Tenía una necesidad muy grande de escribir poesía. Dediqué veinte años muy intensamente a la empresa y me fue muy bien.
—¿La pudiste disfrutar?
—Disfruté algunos logros y la parte humana de la empresa: el contacto con otras personas, el poder humanizar la compañía.
—¿De qué manera?
—Fue un cambio muy grande de paradigma. En la época de mi padre todo era muy de respeto a la autoridad, nadie contradecía lo que él decía. Con mis hermanos lo que dijimos es que queríamos que todos participaran, que todos dieran sus opiniones, que sacáramos consensos, que pudiéramos escuchar. Entonces fuimos al trabajo en equipo, a que todas las ideas y las propuestas surgieran de abajo. Eso creo que fue la gran evolución. Después abrimos las paredes de las oficinas para que se expusieran fotografías y pinturas. Colaboramos con los vecindarios donde se encuentran algunas de las fábricas o de los edificios nuestros.
—¿Te considerás humanista?
—Sí, por supuesto. Muchas veces me dicen que yo soy humanista en el concepto renacentista. Esto es desarrollar todos los aspectos humanos y creo que es así porque yo, así como tengo mucha participación en lo deportivo, soy miembro de la Academia de la Empresa, soy miembro de la Academia de Gastronomía en la Argentina y soy Doctor Honoris Causa de cinco universidades. Y, por supuesto, me encanta la literatura, sobre todo la poesía.
—Vista tu historia desde afuera, parece que te salió todo bien y que tuviste la posibilidad de elegir hacer lo que te gustaba, y lo hiciste. ¿Cuál es tu parte de la historia que por ahí no fue tan linda como uno la ve desde afuera?
—Creo que no fue fácil, pero yo fui muy rebelde: soy un activista del amor, que parece que fuera lo más revolucionario. De alguna manera fui logrando el éxito en todo lo que me propuse de a poco. Lo que siento ahora es que me falta nada más que redondearlo. Con lo literario tengo pendiente por lo menos una novela más. Y un libro de poesía libre que ya tengo prácticamente escrito. Creo que en lo demás es simplemente pensar algo más. Después de toda esta relación y esta cruzada junto al papa Francisco, es enfrentar la ingratitud o a veces personas que no comparten el punto de vista.
—¿El éxito se mide en libros vendidos? ¿En premios? ¿Cómo se mide el éxito?
—No, para mí no. Yo lo mido en algunos comentarios o cartas. Hay personas que uno no conoce y que te dicen “leí este poema tuyo y me conmovió” o “leí tu libro y decidí tomarme un tiempo más para decidir sobre algo”. El éxito de mi novela El misterio del último Stradivarius para mí ya está asegurado. Es decir, ese prólogo que escribe Mario Vargas Llosa, que él haya puesto eso siendo una persona tan reconocida… Ya está con eso para mí.
—¿Hay alguno de tus proyectos audiovisuales que esté por ver la luz?
—Sí, hay uno que ya vio la luz en Europa, pero no acá. Me gustaría que se vea acá. Se llama Young Addictions, que sería Adictos a las pantallas. Estamos esperando que se proyecte en la Argentina. Y hay una película que espero que la podamos rodar pronto. Tiene que ver con el papa Francisco y con la obra de él, Scholas.
—¿En qué etapa está?
—Está muy muy avanzado, lo que pasa es que nos demoramos porque a lo mejor el Papa iba a actuar en su propia participación en la historia, en vez de poner un actor porque él era parte de la historia. Teníamos esa esperanza, pero después se enfermó y hoy es imposible. Hoy evidentemente habrá que actuarlo. Espero que la podamos hacer pronto.