Un desasosiego, un alivio también porque lo peor en casa ya ha pasado. Los hijos de uno son fronterizos, cruzaron la muga de la adolescencia con unas redes de bajura , incipientes, que todavía no habían mostrado su peor cara. Son de una época en la que todavía se encerraban en su cuarto para ocultar sus trastadas, no para inventarse una biografía de avatar. Son, sí, de un tiempo en el que necesitabas piernas para escapar de tus orcos o los puños para enfrentarlos. Hijos de una era en la que te preocupaba cómo salías pintón a la calle y no cuan ducho eras en el Pantone de filtros para convertir tu rostro, tu cuerpo, en el espejo valleinclanesco que...
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