Escritores en las calles de Madrid

                                                                               A Fanny Rubio Con todos ellos he hablado, porque me los han presentado, porque los he entrevistado o, como en el caso de Antonio Muñoz Molina, porque simplemente me he presentado yo, con el fervor del escritor joven (no tanto, me temo), o del lector viejo suyo, es decir, de Antonio Muñoz Molina, por... Leer más La entrada Escritores en las calles de Madrid aparece primero en Zenda.

Abr 10, 2025 - 00:36
 0
Escritores en las calles de Madrid

                                                                               A Fanny Rubio

Me ha parecido interesante, curioso, escribir un artículo de mis encuentros con escritores en Madrid, en las calles de Madrid, cuando yo venía e iba de hacer otras cosas, y cuando siempre fue un encuentro inesperado y placentero topar con estos escritores, autores famosos o muy famosos, como Emilio Lledó, más prestigioso que famoso, sin embargo, y que es mi vecino, o Antonio Muñoz Molina, que vive algo más lejos de mi casa, o Javier Sierra, que también vive cerca, colindando con El Retiro.

Con todos ellos he hablado, porque me los han presentado, porque los he entrevistado o, como en el caso de Antonio Muñoz Molina, porque simplemente me he presentado yo, con el fervor del escritor joven (no tanto, me temo), o del lector viejo suyo, es decir, de Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, que me parece un escritor excelente.

En realidad los tres autores citados me parecen magníficos, cada uno de diferente manera, cada uno en su terreno y en su estilo, en sus estilos. Todos aportan algo diferente.

A Javier Sierra le he podido hacer en Zenda una entrevista larga, unos meses atrás, y para hacerla me convertí en un lector suyo bastante profundo, o ésa fue mi intención, con una buena documentación en su obra, aunque no tan honda como a mí me gustaría. Pero el periodismo, como diría Agustín Sánchez Vidal, tiene sus grandezas y sus limitaciones. Menos mal que él sigue escribiendo y yo leyendo, escribiendo, entrevistando, indagando.

A Antonio Muñoz Molina, también aquí, en Zenda, le escribí una carta, y por cierto que la última vez que me lo encontré en su calle (estaba paseando a su perro) me dijo que no la había leído todavía. Yo le di mi tarjeta y le dije que la podía buscar en Google poniendo nuestros nombres. Qué honor. Supongo que ya la habrá leído, porque mostró interés. Estoy deseando encontrármelo de nuevo para seguir hablando con él. Me pareció un hombre serio, afable y muy cordial.

Yo sigo leyéndolo, con pasión y curiosidad. Siempre el conocer a los escritores me anima a leer sus libros, y a leerlos de distinta manera, sin duda. Con mayor penetración. Tengo varios libros de Muñoz Molina, bastantes, algunos antiguos, como Ardor guerrero, a cuya presentación asistí hace muchísimos años, me parece que en el 94 o 95, cuando empecé la carrera. Creo que se lo presentó su editor, Juan Cruz, que entonces trabajaba en Alfaguara.

El otro día, el domingo pasado, me encontré a Emilio Lledó —yo le llamo siempre don Emilio—. Procuro hablar con él un rato siempre que lo veo. Tiene muchos años —creo que 97—, pero en realidad es muy joven, muy juvenil, y tiene mucha energía. Su bondad emana de sus ojos, de sus gestos. También su inteligencia y abismal cultura. Me dijo que quería empezar un libro nuevo, cuyo tema no desvelaré pero que tiene mucho que ver con el carácter de nuestra sociedad, o de nuestro mundo, que creo detectar en don Emilio que no le gusta mucho, al menos en parte.

A mí me pasa algo parecido. Amo el mundo, la sociedad, el ser humano, pero lamento que no sea mucho mejor. Aunque debo reconocer que idénticos sentimientos albergo respecto a mí mismo. Tengo una buena autoestima, pero reconozco que tengo muchos defectos y me gustaría ser mucho mejor.

Ese disgusto con nuestra sociedad, o discrepancia, que ya digo que no será total en Emilio Lledó, es un buen combustible para escribir, libros o artículos. También para hablar con amigos periodistas y escritores en la calle, algo que puede desahogar un poco y ayudar a vertebrar las propias obras. Al menos eso me ocurre a mí cuando vivo o hablo: todo me sirve para escribir. Con más razón, seguro, con don Emilio Lledó o Antonio Muñoz Molina. Un privilegio, un regalo de la vida, tener estos vecinos ilustres.

Yo le he dado algunos libros míos a don Emilio, como Relámpagos, y él me ha dado algunos suyos. Alguno lo tenía, como El silencio de la escritura, que ganó el Premio Nacional de Ensayo. Sobre la educación lo compré en la Feria del Libro de Madrid, hace unos años, y me parece excelente. Emilio Lledó escribe muy profundo y con un gran estilo. Es pensador y es escritor, al mismo tiempo. Además se adivina en él siempre a un ser humano —como si pudieras tocar su humanidad—, a un gran ser humano, y esto es lo mejor. Si para esto sirve la literatura, verdaderamente, qué grande es.

Encontrarnos un escritor en la calle es un gran placer, un privilegio de nuestro Madrid. También me encontré una vez, creo que dos veces, a Fernando Savater, pero no llegué a hablar con él. Le vi que iba al Retiro, o que estaba en el parque para hacer ejercicio, con ropa deportiva, como acostumbro yo muchas veces. Se le veía sonriente, feliz, fiel a la imagen que tenemos de él. Nunca olvidaré su libro La infancia recuperada, que tanto le gustaba a mi profesor de bachillerato Víctor Ruiz. Es un libro con un hondo mensaje en el que bulle la literatura como diversión y felicidad.

Hace muchos años, cuando todavía era adolescente, me encontré en la calle con Fernando Sánchez Dragó, muy cerca de donde él vivía, por Plaza de España. Para mí fue memorable. Él acababa de ganar el Planeta con La prueba del laberinto y yo había comprado y leído el libro. Me había interesado mucho —me sigue interesando mucho—. La vida me deparó después una amistad con él, muchas entrevistas y bastantes libros suyos leídos. Sus amigos lo recordamos con mucho cariño, y lo echamos de menos. Dejó muy buen recuerdo; cuánto me gustaría dejar un recuerdo así, en medio de todos los vaivenes de la vida, sus irregularidades, sus altos y sus bajos. En el caso de Fernando nos queda mucho, sus textos, libros y artículos, sus programas de televisión, tan llenos de riqueza y sabiduría…

La verdad es que la calle es muy generosa con la literatura y con los escritores. Cuando salgo a pasear no es raro que venga con un tema para un artículo, un poema o cualquier texto para escribir. Este artículo, por ejemplo, se ha ido haciendo solo en mi cabeza, mientras hacía muchas otras cosas, adelantando incluso a otros temas, solicitando su lugar en mi pluma. La escritura se nutre de la vida; siempre digo y me digo que leer es vivir, y de forma muy plena, como sabe mi buen amigo, ya viejo amigo, Luis Alberto de Cuenca, con el que también, por cierto, he compartido algún encuentro en la calle, por supuesto.

Al final la escritura, para los que escribimos, para los que tenemos el gozo y la disciplina de escribir, quizá la vocación, no es más que una especie de desdoblamiento de la vida, algo en cierto modo más rico y con más gracia que la vida, si se me permite decirlo, más puro, depurado, porque tiene mucho de evasión a un mundo mejor, con menos problemas, con mayores realizaciones para el escritor, para la persona que escribe, y para el lector. Un mundo que no existe, o que sí existe, etéreo y feliz, el mundo de la literatura, el mundo que va creando el texto a medida que lo va generando el escritor. El texto acaba escribiendo al propio escritor a medida que lo realiza.

La escritura da mucho más al que escribe que lo que éste le da a la vida, al mundo, aunque también es verdad que llena mucho, muchísimo al que lee. Por eso este invento funciona tan bien en la Historia, y pienso que funcionará siempre. Y sospecho que seguirá funcionando también incluso en el ámbito de la Inteligencia Artificial. Ahora hago la reflexión de que hay pocas cosas más humanas, menos artificiales, más de verdad, que la escritura, y como tal nuestro deber es conservarla, velar por ella, guardianes de lo inefable.

El ser humano lleva dentro de sí un mundo que ni siquiera él mismo cree que lleva dentro. Al escribir ese mundo, esas ideas, esas imágenes, se revelan, y además con algo maravilloso que llamamos literatura, algo que llevamos dentro, una forma de decir y un todo que se dice. Algo que es estrictamente personal, pero que se hace de todos en el milagro de la lectura.

Y algo de esto se percibe cuando hablas con los escritores de tú a tú. En cierta manera son diferentes a como escriben, muy diferentes, pero el contenido de sus palabras, de sus intuiciones, de sus certezas, o de sus dudas y errores (por qué no) es magnífico. Llevan el tesoro dentro como un manantial, pero algo, mucho, de ese manantial se revela en sus palabras, en sus gestos, en sus acciones.

Por eso entrevistar a las personas, en este caso a escritores, tiene mucho sentido, porque estos personajes nos dicen algo diferente, con un matiz mayor o menor, de lo que escriben, y explican, o explicamos, el mundo de las obras, que al final es nuestro mundo, porque es humano, es nuestro, y el talento literario al final pertenece a todos los hombres, está a nuestro servicio, en la medida en que nos enriquece tanto a todos, nos dice tanto.

Yo cuando me encuentro con Emilio Lledó, Antonio Muñoz Molina, Javier Sierra o Luis Alberto de Cuenca, por ejemplo, procuro escuchar todo lo que puedo. Son momentos mágicos, al menos para mí. Muy personales, además. Mi actitud es la de escuchar, prestar atención, captar, para aprender, para aprovechar la gran oportunidad que la vida me ha brindado de coincidir con ellos.

Y es también el milagro de Madrid. A veces pienso, perdonadme la comparación, en el Madrid del Siglo de Oro, cómo debían coincidir en la calle Quevedo, Góngora, Lope, Cervantes… aunque no siempre se llevaran bien, o no se llevaran bien. Pero seguro que de un modo u otro se admirarían, se apreciarían. Cómo no admirar a esos escritores que han cruzado, pulverizado el tiempo. Cómo no admirar a Cervantes después de publicar el Quijote, cuando nadie podía pensar que Cervantes iba a publicar una obra semejante. La obra, diría yo.

Yo soy muy afortunado de conocer a estos contemporáneos míos, con todas las fantásticas obras que ya han escrito y publicado Emilio Lledó, Antonio Muñoz Molina, Luis Alberto de Cuenca o Javier Sierra, que ahora está promocionando con mucha fuerza su última novela, El plan maestro (Planeta), y que se antoja apasionante. Por no hablar también de los citados Fernando Savater y Fernando Sánchez Dragó. Madrid es muy grande, pero nos reúne a todos; la literatura también lo hace, mundo nuestro, cálido, en el que todos nos leemos y escribimos, nos escribimos. Al final nos nutrimos. Vivimos. Todo esto me recuerda que leer y escribir es vivir, con mucha intensidad, mejor. Para mí al menos, seguro que para mucha gente también.

La entrada Escritores en las calles de Madrid aparece primero en Zenda.