11 Bossóst – El Pont de Suert

Bossòst es una anomalía en la geografía política. Al norte de los Pirineos no es Francia, pero como si lo fuera. El mal tiempo acorta mi etapa que se queda en una preciosa subida a Canejan, en su día pueblo ligado a las minas de Liat.

Abr 22, 2025 - 16:10
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11 Bossóst – El Pont de Suert

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Hoy ha tocado en ¿suerte? una minietapa porque el tiempo condiciona la ruta. Sí, ya sé que podríamos hacerlo todo más épico, pero ya disfrutamos del momento cumbre en el Port del Cantó. La dosis ha quedado, de sobra, cubierta. Voy con la crónica del día mientras me aplico con un durum en un Kebab porque tal día como hoy a las 15:30 no sobran las opciones para comer en El Pont de Suert.

Bossòst es un pueblo muy particular por su ubicación en el lado norte de los Pirineos. Vamos, que la lógica dice que tendríamos que estar pisando territorio francés. Pero no es el caso. Bueno, ojo, que el equipo de fútbol está admitido en las competiciones francesas. Por aquí se habla aranés, una variedad de la lengua occitana, con estatus de cooficialidad en toda Cataluña. De esta forma, la Vall d’Aran es el único territorio de todo el dominio lingüístico de Occitania en el que el occitano ha conseguido un reconocimiento oficial y, por tanto, una protección institucional. En Vielha quedan el Instituto de Estudios Araneses y la Academia Aranesa de la Lengua Occitana.

Por lo demás, Bossòst, tan cerca de la frontera francesa, ha quedado marcado en su economía por esa circunstancia. Muchos turistas franceses frecuentan los numerosos comercios de la calle principal. De hecho, las casas presentan una arquitectura muy afrancesada. Enseguida te das cuenta.

Más atrás en el tiempo, esta también fue una zona de tránsito, pero de carácter bastante más dramático. Al igual que por Andorra (como explicaba hace unos días) y otras zonas del Pirineo, por aquí también entraron muchos fugitivos, judíos sobre todo, huyendo de la ocupación nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hacían viniendo generalmente desde Luchon, a través de Eth Portilhon (por donde subí ayer hasta el monumento a los vencedores españoles del Tour de Francia) y el Còth de Baretja. Algunos lo conseguían y otros acababan en la cárcel de Vielha.

En esta zona se produjo también una intensa actividad de los maquis. Llegaron a ocupar la Vall d’Aran entre el 19 y el 29 octubre de 1944. Nada más y nada menos que 1.500 guerrilleros de la 204 División comandada por Vicente López Tovar se introdujeron en el Aran.

Las fuerzas de la 551 Brigada que atacaron Bossòst habían entrado por los pasos de Estiuera y Cuma. El pueblo era defendido por miembros de la Guardia Civil y de la Policía Armada. Los guardias civiles se hicieron fuertes en el interior del cuartel pero finalmente fueron desalojados y se instaló allí el puesto de mando de la División. En los enfrentamientos murieron tres policías armados.

Vamos con noticias de actualidad. Esta semana próxima, del 28 de abril al 3 de mayo, tendrá lugar la novena edición del Black Mountain Bossòst, un festival consagrado al género negro. La provincia de Lleida, como te comenté días atrás, cuenta nada más y nada menos que con tres vinculados a este género: El Segre de negre, Farrera Negra y Black Mountain Bossòst. Un matiz interesante de este último es que se publicita en aranés, como puedes comprobar en el cartel de este año, que adjunto aquí al lado.

En mi labor de documentación de la ruta encontré una novela, Cazadores en la nieve, de José Luis Muñoz, cuya acción se desarrolla en gran parte en Bossòst. Bueno, no exactamente, sino en Eth Hiru. Pero, para el caso, va a ser lo mismo. Se trata de un juego con el idioma aranés. Que sepas que el autor hace las veces de comisario en el festival y que, claro está, se encuentra muy conectado con esta parte de los Pirineos.

Pues bien, ya tenemos la novela ganadora de esta edición 2025. Se trata de Beltza, del escritor guipuzcoano Javier Sagastiberri, a quien tengo el gusto de conocer personalmente. Enhorabuena para el autor. Recojo aquí lo que el jurado del festival ha publicado:

El jurado destaca de esta obra-bien escrita, con tendencia a la crónica y final cínico y oscuro digno de una buena novela negra- la propuesta del autor de que los altos ideales no nos inmunizan contra el monstruo que, de un modo u otro, acecha en nuestro interior. Porque quitarle la vida a un semejante, aunque sea un enemigo, no es algo de lo que se salga indemne.

La novela ganadora, que será publicada por Bohodón Ediciones, se presentará durante el festival Black Mountain Bossòst que este año se celebra entre el 28 de abril y el 3 de mayo.

Dejamos a un lado lo negro y criminal. Vente a dar un paseo por el pueblo. Enseguida damos con su iglesia de la Purificación, pero hay que añadir que cuentan también con sus siete ermitas.

La leyenda explica, curiosamente, por qué existen seis de ellas, todas encaradas hacia el pueblo:

Existe una leyenda sobre las capillas de Bossòst, donde se dice que en el siglo XIX, amenazaba la peste a las villas del Val d’Aran. Un día, un pastor que subía la montaña con su rebaño para que pastara, se cruzó con un monje a quien le manifestó el temor de los habitantes hacia la enfermedad. El monje le aconsejó que construyeran seis ermitas alrededor de los pueblos, y aunque tardaron, finalmente le hicieron caso.

Por supuesto, ni que decir tiene que el pueblo se libró de la peste.

Seguimos paseando junto al río. El Hotel Garona, en el que me alojo y de nombre inequívoco respecto a su ubicación, tiene también todo el aroma de establecimiento familiar, tanto por parte de quienes lo atienden como de quienes se hospedan. Me han dado una habitación calentita con unas bonitas vistas al río tras preguntarme si era friolero. Qué maja la mujer que atendía.

En la comida (a las 14:30 ya no admitian nuevas mesas, para que comprendas lo francés del sitio en que estoy) la mesa de al lado la ocupaban ocho personas de una familia a quienes atendían como si fueran hijas e hijos propios. Que si qué te pasa hoy que se te ve desganada, que comas postre, que te termines lo que tienes en el plato… Y luego ha venido otro chico a despedirse. Bueno, hasta finales de junio, en que decía que seguro que volverían a verse aquí en el hotel.

Como buen lunes a las siete de la tarde y último día de los festivos de Semana Santa, el pueblo parecía un tanto arrasado. Muchos restaurantes y locales comerciales ya habían cerrado para esa hora, tras el ajetreo de estos días atrás. Más Francia de nuevo. De hecho en uno de los pocos restaurantes abiertos los franceses cenaban ya su carne seignant (al menos en la mesa de al lado). Yo, con mi Coca-Cola vespertina, y ellos en plena cena.

En cuanto a la ruta, de nuevo vienen malas previsiones climatológicas. Sin que me venga el diluvio, parece que todo se reduce a… ¡lluvia constante! Bueno, vamos a ver cómo nos organizamos. Quiero subir hasta Canejan. Enseguida te explico.

Cojo la bici del garaje, aplico cera a la cadena, me abrigo y salgo pedaleando hacia el sur, con la compañía del río Garona a mi derecha. Y llueve, desde el primer minuto, llueve. Quiero conocer Les, el último pueblo antes de la frontera. Tiene mucha fama su fiesta de la noche de San Juan, la Crema deth Haro. En ella se quema un tronco de abeto al que le han cortado lad ramas y luego se baila a su alrededor.

Kris Ubach lo cuenta en su libro porque la invitan a la fiesta para sentirla desde dentro.

(…) de la iglesia sale un Sant Joan Bautista llevado a hombros y seguido por el cura y por una comitiva de jóvenes ataviados con trajes tradicionales que portan antorchas y estandartes en la mano. (…) La procesión rodea el pueblo, entra en la plaza y se planta frente al Haro y, tras la solemnidad que impone la bendición y la presencia clerical -puro sincretismo-, arranca un verdadero pandemónium de fuego y folclore donde un grupo de jóvenes agitando bolas de fuego sobre sus cabezas giran alrededor del tronco que empieza a arder con timidez.

Continuo hacia Francia, porque mi intención es subir hasta Canejan, un pueblo colgado sobre la ladera, al otro lado del río Garona.

Tras cruzar el río, accedo a la Val de Torán y comienzan las primeras rampas. Estos bosques de robles, abetos y hayas dan cobijo, según dicen, al oso pardo y al urogallo. A mi izquierda surge enseguida el camino que sube hasta Canejan. Un lavadero da fe de que aquí se trataba el mineral que llegaba a través de lo que fue un teleférico de trece kilómetros que venía desde las minas que quedaban en la cabecera del valle, en la zona cercana a los lagos de Liat. Yo dejo el camino a un lado y sigo por el asfalto.

Rescato un texto de un artículo de National Geographic:

Canejan, el bordeu principal, es un nido de águilas encaramado en una cornisa desde la que se contempla gran parte del Baish Aran y los perfiles pirenaicos del macizo de la Maladeta. Canejan vivió momentos de esplendor industrial durante la primera mitad del siglo XX, cuando en la cabecera de este valle funcionaban las minas de zinc de Liat a 2.300 metros de altitud. El viejo lavadero de mineral brocard de Pontaut y su chatarra aún sacan la cabeza entre la vegetación para que nadie olvide el pasado minero de este lugar.

Kris Ubach quiso entrevistar a alguien que hubiera vivido de cerca aquellos tiempos de las minas. Quizá era ir demasiado atrás en el tiempo, quizá este supuesto progreso deja heridas difíciles de sanar.

-Perdone, ¿no conocerá usted por casualidad a alguien que trabajara en las minas de Liat o de Victoria? ¿O aquí, en el lavadero de Bossòst?

El hombre se queda callado y clava la mirada en el vaso de contenido incierto.

-No -sentencia pasados unos segundos.

-Vale, perdone. Gracias igualmente.

Subo despacio a Canejan. Me abro paso entre la lluvia horizontal. El musgo se pega a rocas y árboles. Unas cabras salen a saludarme y, tras una breve conversación con una madre y su hija, sigo hacia arriba, que me estoy calando hasta los huesos, ya perdonarán. Dejo el desvío que, a la derecha, se adentra en el valle de Torán y subo hacia Canejan. La lluvia se pone seria y gana en verticalidad. Arriba en el pueblo me refugio un rato en un soportal a la entrada del ayuntamiento. Espero. Espero y desespero. Julen, el guionista no se va a apiadar. No hay giro en la trama: te vas a calar en cuanto te muevas de tu refugio en Canejan.

Los bordeu son las aldeas del valle. Había nueve, pero solo cuatro están habitadas a fecha de hoy. Canejan es la principal. Desde el mirador de La Pelarica se disfruta de una buena panorámica del macizo del Aneto hacia el sur y también del curso del Garona abajo en el valle. Lo imagino, no hay problema.

Pues sí, como era de prever, la bajada me devuelve empapado de nuevo a Les, en el valle del Garona. Solo hay un plan posible: meterse en un café a ver si me seco un poco. Y reflexionar. ¿Qué hago? Una opción es seguir por carretera hasta Vielha. Un rollo, porque ya hice este trayecto ayer y no mola con camiones y poco arcén. Otra posibilidad es subir por el Camino Real (debería haber venido por aquí ayer, por cierto). De hecho, lo llego a probar, pero encuentro mucho barro nada más comenzar y, además, se pone a llover de nuevo. Desisto. La tercera opción es terminar aquí la etapa de hoy y coger un autobús hasta El Pont de Suert, donde hago noche hoy.

Aunque me fuera hasta Vielha, tengo que coger un transporte para cruzar el túnel de Vielha. Son algo más de cinco kilómetros y prefiero hacerlos de esta forma. Si fuera en dirección contraria no habría problema porque sería en sentido descendente. Sin embargo, hacia el sur el asunto es bien diferente, ya que habría que salvar un desnivel de 200 metros y el tráfico agobia ahí dentro. Este túnel se inauguró en diciembre de 2007 y sustituye al original de 1948, que ahora se utiliza como vía para mercancías peligrosas solamente y como posible galería de evacuación.

Tras la correspondiente votación popular, gana la tercera opción. Eso supone apalancarme en algún bar hasta las 13:07, horario del autobús a El Pont de Suert. Me encajo en un garito más francés que Coco Chanel, pero con menos clase. A las 11:50 llegan los primeros comensales. Costumbres francesas hasta decir basta. Venga, vente para la parada del autobús.

Me toca en suerte un amable conductor. Quito la rueda delantera y, sin mayores problemas, la bici viaja en bodega. Creía que el autobús iría medio vacío, pero en Vielha se ha montado muchísima gente. El autobús hace la ruta hasta Barcelona vía Lleida. Supongo que esa es la razón de que vaya prácticamente completo.

Menos mal que he elegido esta opción porque no veas cómo llueve desde la salida sur del túnel de Vielha hasta El Pont de Suert. A las 14:30 estoy ya en mi final de esta minietapa en bici. Me voy al hotel. La primera sensación es que el pueblo está clausurado. Todo cerrado, casi nadie por la calle. El tiempo, tan desapacible, no invita a dejarse ver por sus calles. El restaurante del hotel se ha unido a la declaración de clausura. Pregunto dónde comer y me dan la referencia de dos kebabs. Fijaos cómo está el asunto que incluso uno de ellos, que queda en el centro, en la parte histórica, ha decidido cerrar.

Bueno, hasta aquí la crónica. Voy a hacer dos noches en El Pont de Suert. Es un pueblo que conozco bien porque he estado ya en varias ocasiones. Me trae muy buenos recuerdos de pedaladas de años anteriores. Ya te contaré. ¿Por qué dos noches? Mañana te enteras.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 671,1.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 10.349.

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