Yellowknife, capital de las Luces del Norte
Una pequeña ciudad de poco más de 20 mil habitantes sigue ganando prestigio como el mejor destino para disfrutar este fenómeno de la naturaleza

Yellowknife, Canadá. Las Auroras Boreales son prima donnas de la luz: van, vienen, saltan, giran y hay quienes las han escuchado silbar porque, todos los saben, tienen vida propia.
Esos brochazos verdes, azules, rojizos, violáceos y amarillos que se mueven usando como lienzo la atmósfera, a miles de kilómetros de la superficie de la Tierra, han sido captadas por las lentes de cámaras y celulares, pero un viajero de corazón no debería perderse este espectáculo.
Verlas es un recuerdo grabado con martillo y cincel, pero antes de lograrlo surge la incertidumbre, el miedo, el temor de haber volado miles de kilómetros para volverse a casa con las manos vacías
Es una apuesta y, por ello, no hay mejor sitio en el mundo para verlas que Yellowknife, en los Territorios del Noroeste de Canadá.
Una ciudad de 20 mil habitantes que es descrita como la Capital Mundial de las Auroras Boreales.
Ello sucede por el simple y concluyente hecho de que aquí se observan 240 noches al año en promedio; así que quien decide pasar 72 horas en este destino, tiene 98% de posibilidades de encontrarse con ellas, sobre todo en la temporada correcta.
Un largo trayecto
Llegar hasta estas latitudes no es sencillo desde la Ciudad de México, antes fue necesario volar cinco horas y media hasta Vancouver donde pernoctamos para retomar después un trayecto aéreo de casi tres horas antes llegar a este núcleo boreal.
Hay dos momentos del año en que aumentan las oportunidades de verlas y son en los meses de agosto y septiembre y luego en el lapso que va de diciembre a marzo.
En los meses próximos al otoño la promesa es observar un espectáculo doble, pues las luces danzarinas no solamente cobran vida en el firmamento; sino que algunas noches se ven reflejadas en la superficie del Lago Niven y otras vastas reservas de agua que cubren esta zona.
El problema a finales de verano, la perfección es una quimera, es que hay muchísimos mosquitos, esos pequeños y ruidosos insectos hematófagos que se imponen la tarea de preservar su especie a costa de la sangre caliente de otros seres, como la de los turistas, por ejemplo.
Así es que nos internamos sobre los Territorios del Noroeste cuando son cubiertos por una gruesa capa nieve; pero el problema en el invierno y el inicio de la primavera es que las temperaturas descienden a 40° Celsius bajo cero.
Sabemos que Canadá no es México, como dejaron claros los políticos de ese país en una cena con Donald Trump; así es que, en este remoto poblado del primer mundo, la solución es rentar la indumentaria adecuada.
Con el apoyo de un guía calificado esto se hace con anticipación, enviando las tallas por correo electrónico; así que cuando llegamos al Hotel Explorer, ya nos estaban esperando sendos pares de botas, guantes, pantalones, casacas, cuelleras y gorros que en su conjunto le añaden unos 11 kg de peso a un individuo.
Cada noche que salimos del hotel a perseguir las también llamadas Luces del Norte, lo hicimos forrados como tamales y con las articulaciones rígidas como Herman Monster o el vástago del inefable doctor Frankenstein.
Pero en medio de la tundra, toda esa indumentaria fue más que bienvenida pues mientras la frente y las mejillas se iban poniendo rojas y la poca piel expuesta alcanzaba la temperatura de la nieve, el resto del cuerpo se mantenía calientito y confortable.
Para todos los gustos
Hay muchas formas de “matar pulgas”, así es que la primera de las tres noches que apostamos por ver estas luces caprichosas fue a través de una empresa que se llama Bucketlist Tours Cabin, algo así como el Tour de la Cabaña de la Lista de los Deseos.
Después de una caminata de 200 metros, una cabaña construida con troncos de madera fue el refugio donde unas tres decenas de personas aguardamos el luminoso ballet.
Como en una canción de Joaquín Sabina nos dieron las 11, las 12 y la una y aunque nuestra anfitriona, una californiana que se casó hace décadas con un oriundo de la región, se esmeraba contándonos historias de mineros, pesca con mosca, alces malhumorados y nos alimentaba con sopa de pescado y pan de maíz, las dichosas luces no llegaban.
Ya casi eran las dos de la madrugada cuando el vigía nos avisó que nuestro deseo se haría realidad, pero al salir en tropel nos encontramos con unas tímidas pinceladas de luz verdes, que casi parecían producto de nuestra imaginación.
Así es que, a menos cuarenta grados, regresamos a la cabaña mientras los vecinos pronunciaban frases de resignación como “al menos las vimos”, “no nos regresaremos sin verlas…”
La californiana propuso esperar unos 20 minutos más antes de regresar a los vehículos y, entonces, el vigía nos pidió salir nuevamente y aquellas tímidas lucecitas se habían convertido en unas enormes cortinas verdes que se abrían y cerraban frente al firmamento.
El espectáculo era tan poderoso que muchos se mantenían paralizados, literalmente, y con la boca abierta; otros se abrazaban, algunos más lloraban y en unos minutos la madre naturaleza organizó con la luz un espectáculo tan fascinante como la vida misma.
Iván Salazar, un experimentado agente de viajes que había visto las Auroras en otras partes, plantó su tripié, sacó su cámara protegida con la cubierta de plástico para que no se congelara la lente y comenzó a hacer largas exposiciones con el diafragma casi cerrado.
La mayoría falló en ese terreno, pero todos, sin excepción, nunca olvidaremos aquel ballet.
Yellowknife había cumplido una vez más su promesa y aquella noche, unas de las 240 del año, reafirmó ser la Capital Mundial de las Auroras Boreales, más allá de la mercadotecnia.
De tres, tres
Claramente podríamos haber regresado al hotel a las cuatro de la mañana, dormir ocho horas, comer un rotundo filete en el Trader´s Grill, el restaurante principal, para abordar un avión por la tarde y regresar a Vancouver. El objetivo fue cumplido.
Claro que esa decisión habría sido una insensatez por varias razones, la primera porque otra experiencia especial es acercarse a ver la forma de vida de los habitantes de esta pequeña ciudad.
El Museo del Príncipe de Gales cuenta algo de la historia de este sitio, que fue descubierto por sus habitantes originarios en canoas revestidas de piel de alce.
Así llegó la noche y ahora fuimos a la Aurora Village Experience, cuyos tipis iluminados por chimeneas de leña cumplen el doble propósito de mantener caliente el interior de esas ancestrales tiendas de campaña y ofrecer elementos de composición para las fotografías.
Un edificio con un restaurante de comida rápida y unos sillones con calefacción para ver las Auroras de la manera más cómoda posible, ofrecen la mejor infraestructura.
Entonces sucedió lo increíble, apenas daban las 11 de la noche cuando quienes permanecíamos dentro de los tipis leyendo un buen libro sobre este fenómeno lumínico y bebiendo una taza de chocolate, comenzamos a escuchar gritos de asombro.
Fue así como inició una de las noches más espectaculares del año, donde las Auroras bailaron enredadas entre sí, hicieron espirales y marcaron el ritmo durante horas.
Literalmente no hubo una pausa hasta las tres de la mañana y quienes viven de llevar a los visitantes noche tras noche, reconocieron que era una jornada excepcional.
Salimos de campamento a las tres y media de la mañana y las Auroras seguían bailando incluso arriba de la carretera; ya el colmo fue ver las últimas de esa sesión coronando nuestro hotel.
Un adiós rotundo
Todos los inviernos algunos arquitectos de lo efímero construyen sobre el lago congelado un castillo de hielo, caminar entre sus paredes y hacer fotos desde lo alto de sus escaleras fue una actividad para el día siguiente.
Los paseos por el bosque en motos de nieve o en trineos jalados por perros, son otras opciones para disfrutar del lugar.
Los restaurantes ofrecen platillos para combatir el hambre y el frío, como sopas calientes, hamburguesas grasosas y cortes de carne.
Algunas opciones son el Sudong Trading Post Cafe; la cervecería o NWT Brewing Company the Woodyard y el Copper House Eatary and Lounge, atendido por un chef mexicano que tiene uno de los pocos menús de fine dining.
El hotel The Explorer, donde nos hospedamos, es un establecimiento de negocios confortable, que también ha encontrado un mercado en los cazadores de luces.
De allí salimos la tercera noche con un guía de North Star Adventures, que a bordo de una sprinter recorre algunos de los mejores puntos de los alrededores para ver las Auroras.
Nuevamente la naturaleza dio su mejor cara, pero nunca como la segunda noche así es que por más esfuerzos que hizo y que hubiera podido hacer este cazador de luces, no tuvo paralelo con la tormenta destelleante del día anterior.
Hay más alternativas, como lodges de super lujo ubicados más al norte, a donde pocos pueden llegar en unos hidroplanos que cuentan con esquís para deslizarse en los lagos congelados.
Existen otros lugares en América y Europa para ver la magia de las partículas solares que viajan millones de kilómetros, antes de chocar contra la atmósfera terrestre.
Esto ocurre todo el tiempo, pero también hacen falta transparencia y visibilidad, ausencia de nubes y un clima seco condiciones que, como en ningún otro lado, se dan en Yellowknife y sus alrededores.
En lugar de profundizar científicamente, quisiéramos escuchar a un poeta que nos dijera cómo dios, transformado en dramaturgo, escribió esta obra maestra dedicada a sus hijos de los Territorios del Norte y a esos viajeros dispuestos a hacer lo necesario para asistir a esa función al menos una vez en la vida.