Y la luz en las tinieblas resplandece: en memoria del papa Francisco
El papa Francisco fue más que un pontífice; fue una imagen de conciencia global que nunca temió por levantar la voz ante las injusticias, que acercó a muchos a la fe.

El pasado lunes 21 de abril, la humanidad perdió a un líder espiritual excepcional. La noticia de la muerte de su santidad el papa Francisco resonó y conmocionó a todo el mundo, no solo por la grandeza de su encargo, sino por su actuar durante el mismo, un actuar caracterizado por la vida en humildad, por la congruencia y por la representación y visión que otorgó a los más necesitados.
Como creyente, como católico, pero fundamentalmente como ser humano, me adhiero al luto y al profundo dolor que se vive con motivo de su partida. El papa Francisco fue más que eso, que un pontífice; fue una imagen de conciencia global que nunca temió por levantar la voz ante las injusticias, que acercó a muchos a la fe, que puso en marcha el camino a la búsqueda de una moral interior en aquellos que lo seguían.
Desde que inició su papado, escogió el nombre de Francisco en honor al santo de Asís, y con ello dio un golpe a la mesa frente a una Iglesia que se alejó de los estándares de la vida de Cristo, pues esto se trató de una pequeña, pero trascendental, lección de sencillez en un mundo de exceso. Rechazó los lujos del Vaticano. Prefirió vivir en la Casa Santa Marta. Negó los ornamentos que venían incluidos en el papado y se enfocó en crear cercanía con la gente.
Francisco nunca calló frente a los abusos de poder. Exhibió la corrupción y siempre condenó la violencia. Criticó la indiferencia y dio su lugar a la dignidad de las personas, cualquiera que fuese su origen, etnia, creencia, preferencia sexual e identidad personal. Fue un verdadero prócer de la dignidad humana.
Un servidor, como abogado y defensor del Estado de derecho, no puedo dejar de reconocer y admirar la insistencia de Francisco en que la justicia no puede estar al servicio de intereses económicos y políticos, sino que debe estar a la orden de la verdad y el respeto irrestricto a la dignidad humana. Siempre supo que la ley, despojada de la generosidad, la moral y el amor, siempre terminaría convirtiéndose en un instrumento de opresión.
El papa Francisco fue de aquellos que siempre habló con firmeza, pero sin perder el tono de la caridad; de siempre fue de aquellos que, sin justificar el mal, supo perdonar; siempre reconoció y aceptó el libre albedrío del hombre, sin dejar a un lado la exigencia ética. Francisco fue un verdadero reformador y renovador; fue en todos los sentidos un líder espiritual excepcional.
A los seguidores del papa Francisco, a todos los fieles, les digo: hoy, la silla de San Pedro queda vacía, pero su legado permanecerá en los corazones de aquellos que fuimos tocados por su palabra, por su ejemplo, pues nos enseñó que la vida cristiana no es ajena a este siglo, así como que se puede ser un líder sin soberbia, firme sin rigidez y moderno sin dar la espalda a la tradición.
Por eso, extiendo mi más sentido pésame a la comunidad católica, y aprovecho esta oportunidad para transmitir un mensaje de esperanza: el bien no muere, “y la luz en las tinieblas resplandece” (Juan 1:5).
La vida de Francisco es y será en el futuro una enseñanza para futuras generaciones, porque en su vida pontífice sembró conciencia en el amor, la esperanza, la fe, la justicia y la dignidad en la humanidad.
Que Dios lo tenga en su santa gloria, y que descanse en paz. A nosotros nos toca honrar su memoria con nuestro actuar, con compromiso, y no con meros discursos.