Un pontífice para un mundo dividido

La tarde del 8 de mayo de 2025 forma parte ya de las fechas importantes de la Historia. Tras la cuarta ronda de votaciones, en el segundo día del cónclave, la fumata blanca anunciaba que la Iglesia Católica contaba con un nuevo sucesor de Pedro, el cardenal de origen norteamericano pero con nacionalidad también peruana, Robert Francis Prevost Martínez, un agustino que ha pasado gran parte de su vida en las misiones. El primer papa norteamericano, el primer papa peruano, el primer papa de la orden de San Agustín, con una rica biografía, una sólida formación intelectual y una amplia experiencia pastoral. Un papa que tiene que afrontar los grandes retos de un mundo complejo, amenazado por graves conflictos, desde la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto árabe-israelí o el nuevo foco de tensión en Cachemira, con dos potencias nucleares, India y Pakistán, al borde de la guerra. Y que tendrá que abordar las divisiones existentes en el seno del propio catolicismo, superar una polarización que ha ido en aumento en los últimos años y que amenaza con romper la comunión eclesial. Creo que uno de los puntos centrales del nuevo papa será el de reconducir esos enfrentamientos en el interior de la Iglesia. Ésta, a pesar de la recurrente imagen de institución monolítica, nunca ha sido una realidad homogénea, y a lo largo de su bimilenaria historia, ya desde la primera comunidad de Jerusalén, ha albergado en su seno diferentes corrientes, que, en ocasiones, han llevado a serios conflictos e incluso a escisiones, como fue la ruptura entre la Iglesia Oriental y la de Roma en el siglo XI. Ya nada más fallecer Francisco, en diversos ambientes eclesiales se hablaba de la necesidad de un papa que fuera capaz de recomponer la unidad. Una persona que estuviera alejada de los extremos, de un lado y de otro. Pienso que los cardenales han tenido muy en cuenta esta necesidad y por ello han elegido a alguien que no partía como favorito, aunque su nombre hubiera aparecido alguna vez en las listas de papables. Y León XIV ha señalado, ya en sus primeras palabras, que ésta será una de las líneas centrales de su pontificado, cumpliendo lo que en la palabra pontífice se significa, es decir, constructor de puentes. Unos puentes necesarios para superar la polarización, unos puentes que permitan dialogar y encontrarse los diferentes modos de entender la Iglesia, manteniendo la comunión en la diversidad. No en vano se atribuye a san Agustín la frase «en lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad». León XIV, como buen hijo espiritual del obispo de Hipona, conoce bien esta expresión y me parece que será el camino que va a emprender. Pero no sólo tiene el reto de restañar las divisiones intraeclesiales. Comienza su pontificado en un mundo en plena efervescencia bélica, al que en su primer saludo deseó paz, la paz del Resucitado. Su antecesor León XIII, en el que parece obvio ha querido inspirarse a la hora de elegir el nombre, no sólo fue el papa con el que comenzó de modo oficial la Doctrina Social de la Iglesia, sino también el mediador en conflictos internacionales, como ocurrió en el caso de España y Alemania con el contencioso de las Carolinas; el pontífice que buscó el acuerdo, el diálogo, la diplomacia para solventar los graves problemas que surgían con las diferentes naciones europeas, ya fuera la Kulturkampf en el Imperio Alemán o el anticlericalismo de la III República Francesa. León XIII se esforzó asimismo en conseguir la unidad entre los enfrentados católicos españoles de la Restauración, con la encíclica Cum multa de 1882. León XIV, que ha trabajado como misionero en la diócesis de Chiclayo, sin duda se insertará en la preocupación social que arrancó con el papa Pecci, autor de la Rerum novarum , en línea con lo realizado por Francisco; pero también imitará, en no menor medida, la labor pacificadora de su homónimo.

May 10, 2025 - 09:36
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Un pontífice para un mundo dividido
La tarde del 8 de mayo de 2025 forma parte ya de las fechas importantes de la Historia. Tras la cuarta ronda de votaciones, en el segundo día del cónclave, la fumata blanca anunciaba que la Iglesia Católica contaba con un nuevo sucesor de Pedro, el cardenal de origen norteamericano pero con nacionalidad también peruana, Robert Francis Prevost Martínez, un agustino que ha pasado gran parte de su vida en las misiones. El primer papa norteamericano, el primer papa peruano, el primer papa de la orden de San Agustín, con una rica biografía, una sólida formación intelectual y una amplia experiencia pastoral. Un papa que tiene que afrontar los grandes retos de un mundo complejo, amenazado por graves conflictos, desde la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto árabe-israelí o el nuevo foco de tensión en Cachemira, con dos potencias nucleares, India y Pakistán, al borde de la guerra. Y que tendrá que abordar las divisiones existentes en el seno del propio catolicismo, superar una polarización que ha ido en aumento en los últimos años y que amenaza con romper la comunión eclesial. Creo que uno de los puntos centrales del nuevo papa será el de reconducir esos enfrentamientos en el interior de la Iglesia. Ésta, a pesar de la recurrente imagen de institución monolítica, nunca ha sido una realidad homogénea, y a lo largo de su bimilenaria historia, ya desde la primera comunidad de Jerusalén, ha albergado en su seno diferentes corrientes, que, en ocasiones, han llevado a serios conflictos e incluso a escisiones, como fue la ruptura entre la Iglesia Oriental y la de Roma en el siglo XI. Ya nada más fallecer Francisco, en diversos ambientes eclesiales se hablaba de la necesidad de un papa que fuera capaz de recomponer la unidad. Una persona que estuviera alejada de los extremos, de un lado y de otro. Pienso que los cardenales han tenido muy en cuenta esta necesidad y por ello han elegido a alguien que no partía como favorito, aunque su nombre hubiera aparecido alguna vez en las listas de papables. Y León XIV ha señalado, ya en sus primeras palabras, que ésta será una de las líneas centrales de su pontificado, cumpliendo lo que en la palabra pontífice se significa, es decir, constructor de puentes. Unos puentes necesarios para superar la polarización, unos puentes que permitan dialogar y encontrarse los diferentes modos de entender la Iglesia, manteniendo la comunión en la diversidad. No en vano se atribuye a san Agustín la frase «en lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad». León XIV, como buen hijo espiritual del obispo de Hipona, conoce bien esta expresión y me parece que será el camino que va a emprender. Pero no sólo tiene el reto de restañar las divisiones intraeclesiales. Comienza su pontificado en un mundo en plena efervescencia bélica, al que en su primer saludo deseó paz, la paz del Resucitado. Su antecesor León XIII, en el que parece obvio ha querido inspirarse a la hora de elegir el nombre, no sólo fue el papa con el que comenzó de modo oficial la Doctrina Social de la Iglesia, sino también el mediador en conflictos internacionales, como ocurrió en el caso de España y Alemania con el contencioso de las Carolinas; el pontífice que buscó el acuerdo, el diálogo, la diplomacia para solventar los graves problemas que surgían con las diferentes naciones europeas, ya fuera la Kulturkampf en el Imperio Alemán o el anticlericalismo de la III República Francesa. León XIII se esforzó asimismo en conseguir la unidad entre los enfrentados católicos españoles de la Restauración, con la encíclica Cum multa de 1882. León XIV, que ha trabajado como misionero en la diócesis de Chiclayo, sin duda se insertará en la preocupación social que arrancó con el papa Pecci, autor de la Rerum novarum , en línea con lo realizado por Francisco; pero también imitará, en no menor medida, la labor pacificadora de su homónimo.